Capítulo 2: Baile escolar (I)

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Me levanté de la silla y miré hacia Alexandra, ella estaba esperándome en la puerta. Regresé la mirada y vi a mis amigos levantando los pulgares en el aire: esa era la para nada vergonzosa forma de darme suerte... Nótese el sarcasmo.

—¿En qué nos habíamos quedado, Daniel? —dijo Alexandra sonriendo.

—Oh, llámame Dany; solo mi mamá me llama así—dije, mientras salíamos del salón.

—Está bien... Dany —mencionó con tono burlón—. Entonces, tú llámame Alex.

Sonreí y continuamos nuestra conversación a la vez que caminábamos.

—Creo que nos habíamos quedado en que me he vuelto un gran poeta.

—Creo que yo no mencioné la palabra «gran» en mi oración —respondió alzando una ceja.

—Ok... Tal vez exageré un poco.

—Pero sí te gusta la poesía, ¿verdad?

—¡Claro! Siempre escribo en mis tiempos libres.

—¿Y cuándo le ganaste gusto?

—Larga historia —dije en un suspiro—. Digamos que en algún momento de mi vida quise conquistar a una chica con un poema.

—¿Y lo lograste? —preguntó curiosa.

—No... Pero eso solo me motivó a escribir más.

—Hay chicas que simplemente, no aprecian lo que un hombre hace por ellas.

—¿Y a ti? —pregunté, su comentario me había hecho ruborizar—, ¿Te gusta la poesía?

—Pues, la verdad, sí. Aunque jamás han hecho algo tan lindo como escribir un poema para mí —dijo, para luego plasmar su mirada directo en mis ojos.

En ese momento mi corazón inició a acelerarse cada vez más, podía sentir las palpitaciones golpeado contra mi pecho. Su mirada me ponía tan nervioso, era como si penetrara en lo más profundo de mi alma.

—Oye, ¿cuándo vas a explicarme cómo es que nos conocíamos de pequeños? —pregunté, cambiando de tema.

—Bueno... —Suspiró—. Es una larga historia.

—Tenemos tiempo.

—La verdad, creo que no —dijo, para luego cruzar la puerta hacia la cafetería de la preparatoria.

—¿Por qué? —pregunté frunciendo el ceño.

—¿Ves a la chica que está allá? —dijo, señalando a una joven morena de pelo rizado que se encontraba sentada en una de las mesas—. Su nombre es Jennifer, es mi mejor amiga y quedé de sentarme a comer con ella hoy.

—Oh, está bien... No hay problema —dije decepcionado.

—Además... —se acercó a mi oído—, creo que a ti te están esperando —murmuró, a la vez que señalaba hacia atrás de mí con su dedo índice.

Ladee un poco la cabeza para poder ver lo que estaba señalando; eran Josh y Miguel escondidos detrás de uno de los basureros de la cafetería.

«No puede ser...», pensé, tocando mi frente con la palma de mi mano.

—Entonces..., ¿hablamos mañana? —mencioné, tratando de fingir que mis amigos no habían arruinado el momento.

—De hecho, estaba pensando que tal vez nos podíamos juntar en el baile de esta noche.

—¡¿El baile?! —grité sorprendido.

—¿Qué pasa?... ¿Acaso no te gustaría ir conmigo? —dijo, alzando una ceja.

Momento... Eso era demasiado raro: Alex, la chica nueva, la más linda que había conocido en mi vida, me estaba invitando a ir con ella al baile... ¿Cómo no lo había visto antes? De seguro era una broma de parte de mis amigos y por eso estaban ocultos observándome. Aunque, pensándolo bien, ellos no eran tan inteligentes como para idearse todo eso.

—No soy mucho de ir a fiestas —respondí con firmeza—. No me gustan.

—¡Tienes que ir! Me lo debes por olvidarte de mí —Su respuesta sonaba bastante lógica.

—No lo sé...

—Bueno. Entonces iré sola con Jenni... —dijo, para luego alejarse a pasos cortos.

Respiré profundamente.

—¡Espera! —grité, estaba seguro que luego me arrepentiría de mi decisión—. ¿A qué hora paso por ti?

Ella sonrió en señal de victoria.

—Ten, apunta tu número telefónico —dijo, entregándome su teléfono celular.

—Bien, y tú apunta el tuyo —dije, mientras sacaba el mío para dárselo.

—Pasa por mí a las ocho.

Alex guiñó su ojo al terminar la oración. No pude evitar que, una pequeña sonrisa sonrojada, me pintara.

—Por cierto... ¿Dónde es que vives? —pregunté, mientras le devolvía su móvil.

—A una cuadra de la tuya —respondió mientras me devolvía el mío—. Es más, ayer pasé saludando a tu mamá y, por lo menos, ella sí me recordaba —mencionó sonriendo, antes de darse la vuelta e irse para la mesa de su amiga.

Me quedé ahí parado por unos segundos, viendo cómo se alejaba, visualizando ese pequeño short moverse al vaivén de sus caderas mientras caminaba. Trataba de entender cómo es que había llegado tan lejos como para que me invitara al baile. De repente, sentí que alguien me golpeó con fuerza la espalda.

—Diablos, Josh, tienes que dejar esa fea costumbre.

—¿Y? —preguntó Miguel en tono de amiga chismosa.

—¡Ahora sí, tienes que contarnos lo que pasó! —gritó Josh, con una enorme sonrisa en su rostro.

De verdad que parecían de esas amigas que siempre esperan saber del nuevo chisme que anda rondando, con todos los detalles posibles.

—Está bien —dije, fingiendo suspirar para hacerme el difícil, pero por dentro moría de ganas por contarlo—. ¡Iré con ella al baile!

—¡¿Qué?! —gritaron los dos al mismo tiempo.

—¡Shh!... Bajen la voz.

—¡Imposible! Qué suerte tienes —dijo Miguel sonriendo.

—Pensé que no te gustaban las fiestas —mencionó Josh, arqueando una ceja.

—Créeme, no me agrada la idea, pero las cosas solo pasaron... —respondí, alzando los hombros.

—¿Ves?, te dije que hoy era un día especial. Ven, vamos, te invito un refresco solo por eso.

—¡Y yo invito los nachos! —gritó Miguel.

No pude aguantar reírme por lo alto, tenía a los amigos más locos del mundo y eso me hacía sentir feliz.

Inmaduro Amor Ocasional Donde viven las historias. Descúbrelo ahora