Capítulo 12: Compañía Inesperada

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Me recosté en la cama y, con las manos detrás de la cabeza, enfoqué mi vista a ningún lugar en específico. Apenas había regresado del cine y ya me encontraba perdido en las incontables imágenes que recorrían mi mente. Por más que lo intentaba, no podía dejar de pensar en Alex: La forma en que sonríe, el brillo de sus ojos, sus incontables bromas y el tono rojo de sus mejillas cuando se ruborizaba... Todo en ella era perfecto.

—Diablos... —murmuré, con una sonrisa atontada en el rostro.

Me estaba enamorando y eso me preocupaba. No quería estar enamorado... corrección, no debía estar enamorado. Menos de alguien a quien no podía comprender. Alex era como un laberinto en constante movimiento: podía pasar analizándola todo el día y, cuando al fin creía conocerla, ella solo necesitaba darle vuelta a una situación para terminar dejándome con más dudas.

Rodé en la cama y, con fuerza, estrujé la almohada entre mis brazos. En ese momento, lo único que quería era cerrar los ojos y hacer desaparecer el sentimiento. No podía dejarme llevar. Si seguía ilusionándome de esa manera, solo terminaría arruinando la amistad que teníamos y, con ella, la única relación que nos unía.

Lentamente, el sueño fue apoderándose de mi cuerpo hasta que, sin darme cuenta, caí dormido.

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Sentía como mi respiración se agitaba cada vez más. Empuñé entre mis manos las sabanas, todo se sentía tan real: el frio de la noche, el sonido de la lluvia, incluso el olor a cigarrillo. Era como si el tiempo hubiera vuelto atrás y me encontrara en aquel viejo lugar.

Un fuerte sonido rompió el silencio haciéndome estremecer. Mi corazón inició a bombear sangre con violencia, podía sentir las palpitaciones aceleradas golpeando contra mi pecho. Era inevitable mover mi cabeza tratando de escapar de aquellas horribles imágenes que plagaban mi mente.

Podía sentir cómo el oxígeno desaparecía de mi cuerpo. Tomar aire se hacía más difícil con cada respiración. Coloqué una mano sobre mi pecho y arañé mi remera tratando de llenar mis pulmones. Lágrimas empezaron a correr por mis mejillas. El sentimiento de sofocación, combinado con la escena que estaba presenciando, me mataba de a poco. Finalmente, un enorme grito terminó por obligarme a abrir los ojos y despertar.

De inmediato, halé la gaveta de la mesita de noche y empecé a buscar desesperado entre mis cosas. Logré ver de reojo un pequeño inhalador azul, lo tomé y oprimí el botón, para luego, inhalar todo el medicamento. Al instante, mi tracto respiratorio se dilató permitiéndome respirar con tranquilidad.

Me senté sobre la cama totalmente abatido. Mi pulso seguía taquicárdico y el sudor continuaba corriendo por mi cuerpo. Había transpirado tanto que mi almohada se encontraba empapada por completo.

Revisé la hora solo para darme cuenta que apenas pasaba de media noche. Ahora entendía por qué mis ojos seguían sintiéndose pesados, no habían tenido el tiempo suficiente para recuperarse del cansancio.

Posé mi mirada sobre el calendario que colgaba en la pared y respiré profundamente para analizar la situación, ya hacía tiempo que no me veía obligado a usar el inhalador.

«Qué raro...», pensé, al percatarme que aún faltaba mucho tiempo para que llegara abril.

Las pesadillas eran inevitables, pero agradecía no tenerlas tan seguido.

Sorpresivamente, un pequeño sonido resonó en la habitación haciéndome saltar del colchón. Se escuchó similar a cuando se golpea un objeto metálico contra una botella de vidrio. Con cautela, revisé cada rincón de mi cuarto en busca del origen del sonido, pero nada llamó mi atención.

Inmaduro Amor Ocasional Donde viven las historias. Descúbrelo ahora