Capítulo 8: Recuerdos Ambiguos (I)

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—Qué aburrido —dije, entre medio de un bostezo—, en este pueblo nunca hay nada que hacer.

—Vamos, Dany..., dale una oportunidad. Sé que tarde o temprano encontrarás amigos con quienes jugar —dijo mi mamá desde la cocina.

—Lo sé, lo sé... Pero es horrible hacer amigos y luego tener que olvidarlos —respondí haciendo puchero.

—Dany..., sabes que tu papá es un hombre muy ocupado. Se me hace que solo lo dices por la niña que conociste en Lendsburg.

Mi madre alzó una ceja, no pude evitar sonrojarme.

—¡No, claro que no!

Esa niña... Su pelo rojo, su sonrisa, no podía dejar de pensar en ella. Mi hermana tenía razón, las chicas tienen algo que las hace especial. Toqué mi mejilla derecha con la yema de mis dedos, aún podía sentir sus labios. Ese día en la playa había sido mi primer beso.

—¡Ya llegué! —gritó mi hermana desde la puerta, interrumpiendo mis pensamientos.

—¡Gaby! —grité, con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Hola, mocoso!

Me levanté del sillón lo más rápido que pude y me abalancé sobre ella.

—Oye..., ni que me hubiera ido por un año —bromeó.

—¡Rápido, Gaby, sácame de este encierro! —interrumpí, desesperado—. Si me quedo un segundo más aquí, a mis pies le crecerán raíces. Me terminaré convirtiendo en un arbolito en una maceta.

Ella soltó una risotada.

—Tú y tus ocurrencias. Está bien... Vamos, pero primero bájate que pesas un montón. Ya no eres un niño pequeño, ¿sabes?  —dijo, a medida que me ponía en el suelo—. Solo déjame guardar mi mochila y nos vamos. Te llevaré a un lugar que de seguro te gustará mucho —mencionó, guiñándome un ojo justo antes de subir a su cuarto a dejar la mochila.

Para cuando volvió yo ya me había puesto los zapatos y estaba listo para salir.

—¡Regresamos en un rato! —dijo Gaby, mientras abría la puerta.

Tomé a mi hermana de la mano y comenzamos a caminar por un buen rato. Cruzamos varias calles y recorrimos unas cuantas cuadras y, cuando por fin salimos de la colonia, seguimos por la orilla de una carretera hasta llegar a un cruce que quedaba cerca de la escuela de Gaby. Tomamos esa calle y, finalmente, pude ver a donde quería llevarme.

Frente a mí se encontraba un hermoso parque con varios jueguitos pintados de muchos colores. Había varias personas ahí: gente haciendo ejercicio, niños jugando en los columpios, dueños paseando a sus mascotas, padres sentados en las bancas y abuelitos alimentando aves.

—¡Guau! —dije, impresionado—. ¡¿Puedo ir?! ¡¿Puedo ir?! ¡¿Puedo ir?! —rogué a mi hermana, jaloneándola del brazo.

—¡Claro!, por eso te traje —respondió sonriendo.

—¡Gracias! —dije emocionado, justo antes de salir corriendo hacia los jueguitos.

Ese día me la pasé muy bien lanzándome por el deslizadero, columpiándome lo más alto posible, jugando con Gaby en el sube y baja y tratando de cruzar el pasa manos. Pero la diversión no duró mucho, nos tuvimos que regresar rápido a casa para poder llegar a la hora de la cena.

—Gaby..., prométeme que volveremos aquí otro día —dije a mi hermana con ojitos de cachorro.

—¡Está bien! Si sigues siendo un niño bueno, vendremos aquí cada vez que podamos —respondió sonriente, para después darme un pequeño golpe en la frente con su dedo índice.

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El tiempo siguió pasando y yo todavía no hacía amigos. Eso, aunado a que nunca faltaba el típico brabucón arruinándome los recesos, hacían que la escuela fuera un lugar horrible. Lo único que alegraba mi día era pasar jugando con Gaby cuando llegaba a casa.

—¡Hey! ¡Dany Popotter! —Escuché que alguien gritó desde atrás de mi espalda.

Fruncí el ceño y volteé rápidamente la mirada. Por lo que había dicho, sabía perfectamente quién era el chistoso.

—¿Qué quieres, Luka?... No tengo tanto tiempo como para perderlo contigo —hablé con seriedad.

Luka era un niño problema, de esos que se escapaban de clase; esos que les importa poco el respeto hacia los adultos, compañeros o las cosas ajenas. Era el encargado de hacer mi vida imposible:  molestándome, fastidiándome y burlándose de mí; en especial de la cicatriz de mi frente, esa que me había quedado después de resbalarme sobre el arrecife de coral cuando trataba de conseguir la estrellita de mar para Alex.

Lo peor era que no podía acusarlo con nadie, pobre de aquel que lo intentara.  Luka era hijo del dueño de una gran empresa constructora de la ciudad: Corporación Roxburn. Su padre acostumbra a financiar todas las actividades del colegio y, a cambio, los profesores no mencionaban ni castigan una sola de las malas acciones del «pequeño».

—Vamos, Dany..., ¡¿por qué no mejor le haces un Wingardium Leviosa a esto?! —gritó, a la vez que soltaba una pelota de fútbol de sus manos hacia sus pies.

Luka la golpeó con toda su fuerza en medio aire, lo que hizo que tomara mucha velocidad. Pude ver como la pelota desaparecía repentinamente de sus pies, iba demasiado rápido como para que mis ojos la captaran. Y de repente, sucedió lo inevitable: sentí un fuerte golpe que sacudió todo mi rostro. Pude sentir cómo la onda de choque corrió a través de mi cara. Empezó desde el contorno de mi ojo, pasó por la nariz, hasta finalizar en las muelas de mi boca.

Poco a poco perdí el equilibrio hasta que, de un momento a otro, estaba tirado en el suelo. Podía escuchar las carcajadas de parte de Luka y sus amigos. Llevé la mano hacia mi cara y, con la yema de mis dedos, toqué alrededor de mi ojo. Un ardor punzante apareció en la herida haciendo que retirara rápidamente mi mano. Apenas y podía ver con mi ojo izquierdo, pero entre la vista nublada pudo destacar un llamativo color rojo que bañaba mis dedos.

Lagrimas comenzaron a brotar de mis ojos, pero no eran lágrimas de tristeza o dolor, eran lágrimas llenas de furia. Durante varias semanas había aguantado golpes, bromas, fastidios, robos y humillaciones de parte de Luka. Pero esto... Esto había ido demasiado lejos. Estaba sangrando, de verdad estaba sangrando. Y sé que, aunque al final lo acusé por lo que me había hecho, Luka jamás tendría el castigo que se merece. Esta vez lo tenía que tomar en mis propias manos y arreglar las cosas de una vez por todas, tal como mi hermana me decía.

El recuerdo de las palabras de Gaby recorrió mi mente: «Si alguien en algún momento de tu vida te hace daño, no lo pienses dos veces, ve y arregla las cosas como el hombrecito que eres. No estaré ahí para defenderte siempre. No esperes respeto si no te das a respetar». Ese había sido el mejor consejo que pude recibir de su parte.

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