Capítulo 16: Una Simple Invitación

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A la mañana siguiente, lo primero que hice fue salir corriendo hacia la casa de Alex. Tenía que decirle lo que tenía planeado, bueno... una parte de todo. Recorrí el patio frontal y, en cuanto me armé de valor, toqué la puerta.

—Buenos días, señora Williams —saludé en el momento que ésta abrió.

—Bue... Buenos días —dijo sorprendida por mi presencia, era la primera vez que me presentaba ante ella—. Cuanto has crecido, Daniel. ¿Qué te trae por acá hoy?

—Solo pasaba a desearle un feliz día de San Valentín —respondí, para luego hacerle entrega de una pequeña rosa que había recogido del jardín de mi madre.

—Oh... ¡Gracias! —respondió ruborizada por el gesto.

—¿Puedo pasar a saludar a su hija? —pregunté—. Traje un regalo para ella también.

Buscaba la manera de obtener permiso para entrar, no pensaba ir a tirar piedras a la ventana de su cuarto. Yo no me llamaba Alexandra Williams.

—¡Oh! Claro, pasa adelante —respondió, señalando al segundo nivel con su dedo—. Ella debe de estar arriba en su habitación.

—¡Gracias! —dije, feliz de haber logrado mi cometido—. Con su permiso.

Temeroso, subí las gradas hacia el segundo piso. Al llegar, me percaté que salía música desde una de las habitaciones en el fondo del pasillo. En la puerta se podía leer un pequeño letrero que decía: ¡No pasar!

«Alex...», pensé rápidamente.

Me acerqué un poco más a la madera y pude reconocer que era Wonderwall la canción que estaba sonando. Oasis era una banda maravillosa, esa chica en serio tenía buen gusto musical.

Toqué sutilmente la puerta y esperé a que respondiera. Lo último que quería era interrumpirla, en dado caso que estuviera haciendo algo importante.

—¡Pasa! —escuché gritar desde adentro de la habitación.

No lo pensé dos veces, tomé la perilla y entré. El cuarto resultó ser totalmente diferente a como me lo imaginaba: las paredes, la cama y la almohada eran de un intenso color rosa y, sobre un mueble al lado de la cabecera, se encontraban un centenar de peluches.

Conociendo a Alex, me imaginaba su habitación más como un estudio que como un dormitorio. Creía que sería de un color oscuro y con miles de posters de bandas de rock pegados en la pared. Parecía que la había juzgado mal, ahora no tenía ni la menor idea de con qué clase de sorpresas me podía topar después.

—¿Dany? —preguntó extrañada, en cuanto salió del baño.

Algunas gotas de agua resbalaban por sus hombros indicando que recién terminaba de ducharse. No pude evitar ruborizarme al notar que solo llevaba puesto una toalla rodeando su cuerpo. La observé de arriba a abajo, la pelirroja se miraba demasiado sexy. La fazaleja era relativamente pequeña, llegaba un poco más abajo que sus glúteos y dejaba expuestos sus muslos como si de una minifalda se tratara. Cubría a la perfección sus pechos, pero dejaba ver la parte superior de su busto haciéndome fantasear con la imaginación.

Alex no tardó mucho tiempo en darse cuenta de que su cuerpo estaba expuesto. Sus mejillas tomaron un color rojo intenso y, rápidamente, buscó la manera de cubrirse.

—¡Fuera de aquí! —gritó, para luego lanzar con fuerza el peine que sostenía en su mano.

Por instinto, cerré los ojos y sentí como el objeto pasó rozando mi oreja. ¿Acaso había tomado clases de lanzamiento de cuchillos? Estaba seguro que, si me hubiera golpeado, no estuviera contando la historia ahora. Lo único que pude hacer fue dar la vuelta y cerrar la puerta para evitar que Alex siguiera arrojándome cosas.

Una vez afuera, respiré hondo y tomé asiento a un lado del pasillo. Tendría que esperar a que Alex terminara de vestirse y no estaba seguro de cuánto tiempo significaba eso. Finalmente, después de varios minutos de espera, ésta terminó abriendo la puerta.

—Pasa... —murmuró impregnada de un tono rosa que recubría la piel de sus mejillas.

—Lo... Lo siento... —dije, para luego entrar en su habitación.

Aunque disfruté la escena, no podía evitar sentirme mal por lo que había pasado. De alguna u otra forma, las cosas siempre terminaban incómodas entre nosotros.

—No... No te preocupes, fue mi error por creer que era mi mamá quien estaba tocando.

—Igual debí avisarte antes de entrar.

—Solo... Solo olvídalo, ¿sí? Creo que ya me estoy acostumbrando a que me pasen este tipo de situaciones cuando estoy contigo.

—Ese es un gran alivio.

—Y dime... ¿a qué viniste? —preguntó, cambiando el tema de conversación.

—¡Oh! Cierto, te traje esto —respondí para luego entregarle la flor—. ¡Feliz día de San Valentín!

Una enorme sonrisa apareció en su rostro.

—¡Gracias, Dany! Eres tan dulce.

Alex se abalanzó sobre mí para darme un fuerte abrazo.

—¿Harás algo en la noche? —pregunté, antes de perder mi oportunidad de invitarla.

—Lo dudo... —respondió, después de analizar las cosas por un par de segundos—. ¿Y tú? ¿Tienes planes?

Una gota de sudor frío recorrió mi frente, me sentía como una bola de nervios andante.

—La verdad no, pero pensaba ir a ver los fuegos artificiales que lanzarán en el parque central.

Guardé silencio por un par de segundos antes de volver a hablar:

—Qui... ¿Quieres ir conmigo?

Tragué saliva en cuanto terminé de hacer la pregunta. Lo bueno era que las palabras lograron fluir mejor de lo que jamás hubiera imaginado.

—¿Contigo y los chicos? —preguntó alzando una ceja.

—Seríamos solo tú y yo.

—Acaso... ¿estás invitándome a una cita?

—Aún te debo una cita, te recuerdo que arruiné todo en el cine la última vez que salimos solos.

Alex no pudo evitar reír al recordar lo ocurrido.

—No lo sé... Debo de revisar mi agenda —dijo, para luego guiñar su ojo—. Te enviaré un mensaje si estoy libre. Ahora... —Alex se lanzó de espaldas hasta caer en la cama—. Fuera de aquí.

Estaba completamente confundido, pero no me quedaba de otra más que obedecer su orden. Di media vuelta y salí de la habitación con la cabeza hecha un nudo. Acaso, ¿me había rechazado?

Siendo sinceros, no me esperaba para nada esa respuesta. Ya había analizado esa conversación miles de veces en mi mente y, en todas las escenas, ella decía que sí emocionada y me daba un beso en los labios. Al parecer, nadie le hizo entrega del guion a Alex. Que pésimo servicio.

Cerré la puerta de su habitación y, de inmediato, un mensaje de texto cayó a mi celular. Lo saqué de mi bolsillo y fruncí el ceño al ver que era de Alex.

Alex: Estoy libre, pasa por mí a las siete y media.

— ¡Y no vengas tarde! —gritó desde su habitación.

Diablos... Esa chica algún día terminará matándome de un paro cardíaco.

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No me recordaron que tenía que actualizar capítulo el finde 🙂 andaba de viaje y se me olvidó jajaja

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