«Se les recuerda a todos los estudiantes que esta noche se estará realizando el baile en honor al centésimo aniversario de nuestra honorable preparatoria». Hablaba el director a través de los altavoces. Usaba el mismo tono de voz aburrido de siempre, ese que revelaba que no había mucha «acción» en su vida. Pero, ¿qué se podía esperar de alguien que se había divorciado hace varios años y sus únicas citas eran con su madre?
—¡Dany! —escuché detrás de mí, para luego sentir una fuerte palmada en la espalda.
El golpe resonó a través de mis pulmones haciendo vibrar mis tímpanos desde el interior.
—¿Así acostumbran saludar en tu aldea? —pregunté con sarcasmo.
Josh no pudo evitar reír.
—De hecho sí, querido amigo —respondió—. Y cuando nos despedimos acostumbramos a golpearnos en las bolas.
Joshua era mi mejor amigo desde la secundaria. Era un tipo alto, delgado, de pelo largo y de aspecto desaliñado. Su personalidad se podía considerar completamente opuesta a la mía. Era la persona más extrovertida que alguna vez pude conocer. Además de que nunca se callaba la boca. Sin importar la situación en la que estuviéramos, siempre tenía algo que decir. A veces, incluso, parecía que su lengua no tenía conexión con su cerebro haciendo que cada momento juntos fuera inolvidable.
—¡Oigan, chicos! —Escuchamos gritar desde atrás—. ¡Espérenme!
Regresamos la mirada solo para ver al enorme Miguel «corriendo» hacia nosotros. Su barriga rebotaba de arriba a abajo con cada paso que daba. No había avanzado ni cien metros y las gotas de sudor ya corrían por su frente.
—¡Rápido, viejo, no quiero llegar tarde a clase! —gritó Josh, haciendo que este apresurara más su carrera.
—¿No me digas que pasaste por comida rápida de nuevo? —pregunté bromeando, una vez que nos alcanzó.
—Lo dices porque soy gordo, ¡¿verdad?! —respondió furioso, luego de tomar el suficiente aire.
—Lo digo por el vaso de café que traes...
Miguel abrió sus ojos sorprendido y desvió la mirada hacia su mano.
—¡Oh, cierto! —dijo, soltando una risa apenada—. La verdad es que tuve tiempo de pasar por un postre.
Miguel era el tercer mosquetero en nuestra amistad. A simple vista parecía un tipo tranquilo y amable, pero siempre tenía espacio para explotar cuando alguien lo juzgaba por su peso. Para nosotros, en cambio, su aspecto físico era lo de menos. Importaba más el hecho de que era la persona más leal que conocíamos, un amigo inigualable desde la secundaria. Eso sin mencionar que estábamos ante un genio de la programación y los videojuegos, un cerebrito cibernético en general.
—Oigan..., ¿piensan ir al baile de esta noche? —preguntó Josh curioso.
—Ya sabes que no me gustan esas cosas —respondí rápidamente.
—Sí, pero quizás esta sea tu gran oportunidad. Pueda que ahí encuentres al amor de tu vida —dijo, para luego tocarme un par de veces con el codo.
—No estamos en una comedia romántica de los noventas, Josh.
—Bueno... Tú te lo pierdes.
—Entonces, ¿tú sí piensas ir? —pregunté alzando una ceja.
—Obvio —respondió en un tono pervertido—, habrá carne fresca, más de una tiene que caer en los brazos de ... ¡Mr. Amore! —gritó, mientras levantaba las manos en el aire.
No pudimos aguantar la risa.
—Pues..., lamento decepcionarte, pero las chicas nuevas ya te están viendo como un bicho raro —mencionó Miguel, mientras señalaba hacia atrás con su pulgar.
Josh regresó la mirada y saludó tímidamente al notar que lo observaban un grupo de chicas de primer año. Estas se limitaron a rodar los ojos y continuaron con su plática como si no hubiesen visto algo.
—¿Y tú qué? —preguntó Josh de nuevo, esta vez dirigiéndose a Miguel—. ¿Piensas ir al baile?
—No tengo opción, debo de ayudar con la instalación del sonido al DJ de este año —dijo, acomodándose los lentes—. Creo que mis novias de internet tendrán que esperar a que me conecte mañana; hoy no habrá noche de videojuegos.
—¿Novias? ¿Cuáles novias? —pregunté, vacilante.
—Creo que habla de los hombres que tiene agregado y que piensa que son chicas... —respondió Josh, siguiéndome el juego.
—¡Ah, esos!
—Ja..., Ja..., muy graciosos(!) —refunfuñó Miguel.
—A lo mejor y son travestis.
—Claro, como hay tantos travestis jugadores de mobas en el mundo...
—¿Cómo sabes que no los hay? —dijimos juntos.
—¡Ay, por favor! ¿Qué tal si en realidad son unas hermosas chicas gamer?
—Sí, seguro que sí(!) .
Cuando por fin llegamos al salón de clases, todos ya se encontraban correctamente ubicados en sus asientos. El profesor recién terminaba de colocar sus cosas sobre el escritorio, estaba listo para iniciar la lección.
—Disculpe, profe —habló Josh—, no se imagina el tráfico que hay allá afuera.
El catedrático nos miró de arriba a abajo y frunció el ceño ofendido.
—¿Podemos pasar? —interrumpí, antes de que desatara su ira contra nosotros.
El profesor dio un profundo suspiro y, finalmente, extendió la mano en señal de aceptación.
—Adelante... —dijo, en tono irritado—. Pero que sea la última vez que llegan tarde. ¡Y Josh! —gritó, deteniéndonos en seco—. Fuera el gorro —dijo, para luego voltear a la pizarra y empezar a escribir.
Josh se retiró el gorro verde de su cabeza y lo guardó, dejando ver su larga cabellera oscura. Aún no logro entender cómo es que nunca lo han expulsado por desobediencia. Cada mañana lo regañan exigiéndole que se corte el pelo o que se quite el gorro, pero nunca hace ninguna de las dos. No es exagerado decir que Josh jamás sale de casa sin su típico gorro; no pierde oportunidad de usarlo, ni siquiera cuando el día se encuentra a cuarenta grados centígrados.
Los tres continuamos nuestra marcha hacia el interior del salón y nos dirigimos a nuestros asientos ubicados casi en la última fila. Como siempre, Josh se sentó detrás de mí y, Miguel, a mi lado izquierdo.
—¡Bueno! —exclamó el profesor, dirigiéndose hacia todos nosotros—. Hoy hablaremos sobre la revolución fran...
El sonido de alguien tocando la puerta interrumpió la clase.
—¡Oh!... Casi lo olvidaba —dijo moviendo la mano—. Pase adelante.
De repente, ingresó al salón una chica preciosa. Tenía unos bellos ojos verdes y sus labios eran de un hermoso color rosa natural. Su figura parecía sacada de una revista. Su busto resaltaba con claridad sobre la blusa que vestía junto a sus shorts cortos, prenda que le abrazaba a la perfección los glúteos dejando a la vista sus delicados y fornidos muslos.
Pero, de todos sus atractivos físicos, lo que más llamaba mi atención era su cabello: tenía un inolvidable color rojo que recorría sus hombros hasta llegarle a la espalda. Todos en el salón la miraban impresionados. Incluso, podría jurar que detrás mío estaban Josh y Miguel babeando.
—Ella es Alexandra, será su compañera de clase a partir de hoy —dijo el profesor, sacándome de mis pensamientos.
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Inmaduro Amor Ocasional
Teen Fiction¿Eres capaz de quitar tu mascara y mostrar tus heridas? Daniel Ashton no ha tenido la vida perfecta que un adolescente desearía. Existen momentos dolorosos que lo han hecho sufrir desde pequeño y, aunque trata de ser el chico divertido de siempre, é...