Capítulo 43: Una Última Esperanza

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Las cosas solo iban de mal a peor. Llevaba varios días tratando de disculparme con Alex, pero esta se encontraba obstinada en ignorarme. Desviaba todas mis llamadas y no respondía a ninguno de mis mensajes.

No sabía que más hacer para resolverlo, ya lo había intentado todo. Desde hablar con Jenni para saber cómo estaba, hasta mandar a mis amigos a que preguntaran por ella. Nada parecía funcionar.

Finalmente, decidí armarme de valor e ir a buscarla a su casa, pero quien atendió la puerta fue su madre. Ésta, en tono molesto, arrebató contra mí diciendo que Alex no se encontraba. Algo de lo que estaba completamente seguro que era mentira.

Lo más probable era que su madre supiera lo que había pasado entre nosotros, se miraba como una fiera tratando de proteger a su cría. Necesitaba encontrar una forma de hablar con Alex sin que su madre se diera cuenta, no podía dejar las cosas así.

Mi último recurso fue imitar el método que ella usó para llamar mi atención cuando recién empezábamos a salir. Esperé a que oscureciera y caminé hacia el patio de su casa para iniciar a lanzar pequeñas piedras a la ventana de su dormitorio. La luz de la habitación estaba encendida, pero nadie se asomaba a ver lo que pasaba.

—Vamos... Responde —hablé para mí mismo.

El frío de la noche escalaba por mi espalda. Tomé otra piedrecita del suelo y me puse en posición para lanzarla. De repente, el sonido de la puerta principal abriéndose interrumpió mi impulso.

—Lo sé, lo sé... —habló la madre de Alex desde el pórtico de la casa.

Ésta sostenía su teléfono celular pegado a la oreja, parecía estar en una llamada muy importante. Inmediatamente, agaché cabeza y me escondí detrás de uno de los arbustos. No podía permitir que me vieran lanzando piedras a la casa. Por más pequeñas que fueran, ante la ley eso era vandalismo.

—Nuestro vuelo hacia Lendsburg está programado para mañana a las cinco de la tarde —continuó la señora Williams—, la casa estará completamente vacía para esa hora.

—¿Qué? —murmuré atónito, sonaba como si la familia de Alex hubiera decidido mudarse de regreso a Lendsburg.

Sacudí mi cabeza tratando de borrar esa idea de mi mente. Si eso fuera cierto, Alex hubiera comentado algo al respecto desde antes. No importaba lo mucho que estuviéramos enojados el uno con el otro, ella no podía simplemente tomar sus maletas e irse de Richtown como si nada.

La señora Williams cogió una pequeña cuerda que se encontraba sobre el barandaje del pórtico y con delicadeza amarró un viejo cartel al cimiento. En este se podía leer perfectamente: «Disponible para la renta». Mis dudas habían sido aclaradas.

—Muchas gracias por la paciencia, señor White. Le prometo que, en cuanto consiga trabajo, le depositaré lo que debemos de alquiler —mencionó, antes de colgar la llamada y entrar de nuevo a la casa.

Me sentía traicionado. Llevaba toda la semana buscando una forma de acercarme a alguien que le importaba un bledo nuestra relación, Alex prefería conservar su orgullo e irse antes que hablar y tratar de arreglar las cosas.

Cerré mis ojos con fuerza para evitar derramar lágrimas que nadie escucharía y corrí, corrí lo más rápido que pude hasta llegar a mi casa. Lo mejor que podía hacer era rendirme, ella ya había tomado una decisión y no había nada que yo pudiera hacer al respecto.

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La noche fue estableciéndose y yo no lograba conciliar el sueño. La cabeza me daba miles vueltas tratando de digerir todo. Repentinamente, escuché sonar la puerta de mi habitación.

Inmaduro Amor Ocasional Donde viven las historias. Descúbrelo ahora