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Me quedé en casa de Mich hasta que anocheció; él, en contra de todas mis negativas y 'peros' derivados de la inevitable vergüenza que surgió cuando volví a la normalidad y me percaté de todo lo que estaba haciendo por mí, se dedicó a cuidarme. Cuidarme. La sola idea era ridícula y muy extraña, pero fue eso lo que hizo; por más que busqué, busqué y busqué, no logré hallar otra palabra que definiese su forma de tratarme.

Preparó la cena para ambos, resultaba que era bueno en la cocina. Ni siquiera debió sorprenderme, a aquellas alturas del partido, quizá hubiese sido mucho más sencillo y rápido tratar de averiguar cuáles eran las cosas que no le salían con tanta naturalidad o gracia. En cierto punto, cuando le vi echar un sobre de pasta a una olla de agua hirviendo y tomar un cuchillo para comenzar a picar vegetales, me levanté con toda la intención de meterme en su cocina y preguntar "¿en qué te ayudo?", demasiado me parecía estar ahí como para ahora igual dejarlo hacerle de chef sin prestarle aunque fuera mi habilidad para lavar lo que iba usando. Me mandó de regreso al sofá en un parpadeo, argumentando que estaba malo y debía descansar, que lo suyo estaría listo muy rápido. Repliqué que ya me sentía mucho mejor, aunque de igual manera se negó rotundamente.

Así volví al sofá. Estuve recargado con los brazos sobre el respaldo todo el tiempo, viéndolo hacer y deshacer al tiempo que un aroma delicioso iba apoderándose de toda la casa. A pesar de estar en dos habitaciones distintas, no me dejó solo un segundo. No insistió más en que le contara lo sucedido, "ya me dirás cuando estés listo", dijo, y al ver que yo no me hallaba particularmente conversador, comenzó a contarme más de sus andadas desde su llegada al pueblo, su pequeño grupo de colegas que poco a poco se volvieron sus amigos y un bar en el centro al que les gustaba ir de vez en cuando al terminar la semana.

Cenamos en el sofá, con el ruido de la televisión de fondo. Él se sirvió una copa de vino y a mí continuó dándome té. Poco a poco la preocupación en su mirada fue desapareciendo a la par que a mi rostro regresaba el color; estaba hambriento. Su preparación aplacó el dolor de cabeza instaurado en mi frente desde el incidente en el callejón.

No volví a besarlo ni él hizo ademán de hacerlo, aunque muchas veces tuve ganas y otras tantas lo sorprendí mirándome la boca. Al principio creí que estaba manchado de la salsa de la pasta, luego, cuando verifiqué que no, supuse que algo similar a lo mío estaría pensando. Cuando le sorprendía haciéndolo desviaba un poco la mirada, o sonreía y se apresuraba a contarme otra cosa más. Yo le dejé creer que conseguía su cometido de distraerme, como agradecimiento por ser tan bueno conmigo.

Cuando nos percatamos de la hora ya estábamos muy cerca de la media noche. Me comentó que mañana debía despertar temprano porque tenía clase a primera hora, así que era hora de llevarme a mi casa. Sabiendo que mucho había hecho por mí solo aquel día, me negué con firmeza a aquello y le dije que no tenía problemas con tomar un taxi; luego de varios largos minutos, no le quedó de otra además de aceptar, aunque no conseguí persuadirlo de su idea de pagar el vehículo.

—Queda lejos y yo te traje hasta acá, por favor, déjame hacer esto.

Accedí, aunque no sin la condición de que me dejara lavar lo que habíamos ocupado para la cena a cambio. Lo vi negar con la cabeza los cinco minutos que me llevó lavar todos los platos y utensilios.

—No tenías que hacerlo —dijo, a mis espaldas.

—Tú tampoco tenías qué —estaba seguro de que él sabía a lo que me refería.

—Quería.

Ídem.

El término que me enseñó solo unas horas antes, dicho por mí, le arrancó una risa y no borró su expresión de alegría hasta que atravesé la puerta de su casa, cuando el taxi que pidió para mí sonó la bocina para avisar de su llegada. Me acompañó a la puerta y me envolvió en un abrazo que terminó con él colocando sus manos en mis hombros, apretándome entre sus dedos un segundo mientras me miraba a la cara y me pedía que lo llamase en cuanto llegara a casa.

Las páginas que dejamos en blanco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora