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Nos encontramos con Mich sobre la avenida, en el punto justo entre la torre de departamentos y la preparatoria. Llegar hasta ahí nos tomó varios largos minutos de un silencio perpetuo entre Jo y yo, que aún procesando lo que acababa de suceder, no teníamos palabras que darle al otro y nada más podíamos brindarnos además de un acompañamiento silencioso. Los pies nos dolían y nuestras espaldas estaban agotadas de llevar toda una historia de vida metida en pequeñas mochilas repletas de ropa y alguna fotografía. No mucho más. El resto, mejor valía dejarlo lejos donde un día no pudiéramos recordarlo. Era tarde, ya no pasaban autobuses; la noche comenzaba a enfriar.

Mich debió intuir que algo andaba mal desde el momento en que lo llamé, tan poco después de que me dejara en mi casa. Tartamudeando por los nervios que produjo en mí el subidón de adrenalina y las palabras rápidas que apenas podían ser comprendidas las unas de las otras. No obstante, quizá no imaginó la magnitud del asunto, sino hasta que se detuvo a nuestro lado y pudo ver la sangre, la palidez, el cansancio imposible de disimular en la cara. Ahora, con los músculos más relajados y el subidón evaporado, notaba cada golpe, la tensión en mi cuerpo; todo me dolía y la cabeza amenazó con asesinarme si me descuidaba un solo instante. Estaba tan exhausto que por un momento no pude decirle nada, y fue mi hermana quien tuvo que convencerlo de no regresar a la torre para enfrentar a James. No valía la pena y, más que eso, sería peligroso; estuvo reacio al inicio, luego comprendió la súplica en su voz y mi mirada. Ya habíamos terminado con eso, no queríamos, y no íbamos, a volver ahí.

En su lugar, condujo hasta su casa. En un principio insistió en llevarme al médico, pero tuve a bien negarme y, como pude, le dije que no era nada de cuidado; que se veía mucho más escandaloso de lo que era en realidad. Jo apoyó mi punto, alegando que ella, más que nadie, insistiría en llevarme a urgencias si supiera que lo necesitaba. Solo así, aunque dudando un poco, aceptó no hacer esa parada en la que habría más preguntas que no podíamos responder. Al menos no tan pronto.

Una vez protegidos del frío y el viento, Mich dejó que Jo se acomodará en el cuarto de invitados; le aseguró que tenía su propio baño y agua caliente por si deseaba darse una ducha. También que iba a preparar un poco de café y que, si quería otra cosa, con toda confianza podía ir a la alacena o la nevera a tomar lo que sea que se le antojase. Jo agradeció con un ánimo fantasmal y desapareció por las escaleras, mientras que Mich, con botiquín en mano, se dio a la tarea de limpiarme la cara y todas las pequeñas heridas que tenía repartidas por la cabeza. Lo hizo con la destreza delicada que ya le conocía, asegurándose de no causarme más dolor o ardor del necesario; y estuvimos ahí unos buenos minutos hasta que, me dio la impresión, resolvió de qué manera iba a empezar a hacer preguntas.

—¿Qué pasó, Illy?

Abrí la boca, aunque no fui capaz de emitir ni un sonido. Las palabras se me atoraron en la garganta ante la certeza de que, si no respiraba profundo y hablaba despacio, iban a terminar transformándose en un lamento. Cerré los ojos e inhalé hondo un par de veces, hasta que mi corazón, que de pronto comenzó a latir rápido otra vez, encontró un poco de paz.

—Hoy... —Tuve que luchar por hallar las palabras adecuadas—, hoy casi hago algo terrible.

Su espalda se tensó, pude adivinar la forma aún debajo del abrigo que no tuvo tiempo de quitarse para dejar en el perchero.

Me contempló como si supiera que si yo le daba ese peso a mis palabras era por una razón clara y justificable. Estaba en lo correcto, yo jamás podría hacer nada solo con la intención de alarmarlo si no tuviera las motivaciones adecuadas. A pesar de que él me contemplaba con fijeza, yo me vi en la necesidad de desviar la mirada para refugiarme de toda la vergüenza que sentía. Pero algo dentro de mí creyó que debía contárselo, porque era la razón principal por la que, aunque era de noche y mi mente estaba poco clara por la hora y los golpes, sí que sabía con seguridad una cosa: no podía quedarme.

Las páginas que dejamos en blanco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora