16

3.7K 400 134
                                    

Aquella mañana no fue complicado adivinar que Diane se hallaba preocupada o triste. Tal vez ambas. Con el pasar del tiempo resolví de forma efectiva el modo en que aquello no me perturbara con demasía, no obstante, cada cierto tiempo cuando de alguna manera conseguía tomarme por sorpresa, lo que imposibilitaba la tarea de no sentir una sola cosa al verla a la cara.

Para el viernes, James llevaba ya dos noches sin aparecerse en el departamento, hecho que no era extraño o poco usual; de vez en cuando, si discutían, él se escondía en quién sabe qué agujero y no existía poder mortal o divino sobre la tierra que ayudara a mi madre para contactarlo. Las primeras ocasiones que esto ocurrió, incluso cuando orillaron a Diane a dirigir toda la frustración que eso le provocaba hacia mi hermana y hacia mí, me alegró de una forma indescriptible, pues entonces aún conservaba la vaga esperanza de que no volveríamos a verlo. En mi cabeza, James era el amo y señor de todos los males que rondaban el departamento y bastaba que dejara tranquila a mi familia para que las cosas pudieran mejorar. Aunque claro, con el tiempo aprendí a no dejarme ilusionar tan sencillo por cosas tan tontas; al final, él siempre regresaba.

Y si bien no era sencillo cuando él estaba en nuestras vidas, las cosas también eran complicadas cuando no era así.

Mi madre trabajaba en un salón de belleza en la avenida principal de la veintitrés, que pertenecía a una de sus amigas. Ahí ella se dedicaba a hacer cortes de cabello, maquillar gente y de vez en cuando poner uñas postizas. En ese sitio no gozaba de un sueldo por horas, como sí lo tenía yo en Alloro's, por ejemplo, sino que ganaba un porcentaje de los trabajos que realizaba; eso significaba que había días, semanas, en las que le iba bien a una manera que pocas personas se hubiesen creído. Otras, muy por el contrario, eran un suplicio con todas sus sílabas.

El tema de dinero siempre siempre fue uno que elevó discusiones entre las paredes de mi hogar desde que tenía uso de razón; lo fue con mi padre y, después de él, también con James. Hasta donde llegué a saber, para sorpresa de nadie, tampoco fue algo sencillo para mis abuelos o sus padres. Tampoco creí nunca que fuese un tema exclusivo de mi sangre, sino algo más bien común. Siempre que escaseaba el dinero era cuando más conflictos existían en todos los ámbitos. Aquella vez, el esposo de mi madre se marchó por nada más que ese motivo, yo lo tenía bastante claro. Cuando ambos estaban bien económicamente era casi todo miel sobre hojuelas: por otro lado, si era James quien debía aportar para la mayoría de los gastos tras una semana baja, se esfumaba. Podría haber impartido una cátedra sobre cómo ser un cabrón con especialidad en hallar excusas estúpidas para pelearse con Diane.

Esos días pasábamos mucha hambre.

Me la encontré sentada en la mesa del comedor, su cabeza estaba baja y reposaba sobre una de las manos mientras observaba con fijeza los pocos billetes frente a ella. En ocasiones, realmente me detestaba mucho por quererla a pesar de todo.

Iba de salida con un cambio de ropa en una mochila y la camiseta verde de Alloro's puesta, listo para marcharme y no volver, con suerte, hasta el otro día. Sin embargo, en cuanto la vi di la vuelta para regresar a mi recámara. En el camino me atravesó un suspiro, pues aunque algunos dólares no significaban una diferencia en mis ahorros, me frustraba mucho cada vez que me veía aunque fuera un pasito más lejos de mi salida definitiva de aquel hoyo en el que todos estábamos hundidos hasta la cabellera.

Bien atento de mirar sobre mi hombro en todo momento para estar seguro de que nadie se fuera a aparecer de sorpresa por el pasillo, abrí la puerta del armario, que chirrió ante la poca actividad. Batallé unos cuantos minutos entre las telas polvosas e impregnadas de un aroma a humedad antes de llegar al último abrigo, que era una prenda que no vestía hace años, y busqué en sus bolsillos hasta dar con aquel sobre amarillo donde solía resguardar casi intacta mi paga semana tras semana.

Las páginas que dejamos en blanco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora