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El barrio me resultaba conocido. Si bien en pocas ocasiones me vi recorriendo esa zona de pasada, esta era una mítica y reconocible, aunque no por las razones correctas Para bien o para mal, se parecía muchísimo al mío Cada pocos días era el estelar de la primera página del periódico, de vez en cuando también en las noticias que resonaban más allá del estado; era muchas cosas, pero no la clase de lugar en el que las personas se metían por voluntad propia o teniendo en sus manos cualquier otra opción.

Solo para poder llegar, Dylan y yo tuvimos que subir a dos autobuses distintos y después caminar un muy buen trecho de calles desoladas pese al mal clima que azotaba la ciudad aquel día, dejando como único consuelo que al menos esa tarde no nevaba y quizá no lo hiciera tampoco por la noche. Mientras más nos internamos en ese laberinto de calles y avenidas, el aspecto de todas ellas fue mutando para convertirse en unas todavía más olvidadas por Dios. El paisaje se coloreó de bolsas de basura negras apiladas fuera de los contenedores a reventar, las pintas de las micro pandillas que dominaban ahí se encimaban las unas sobre las otras. No escaseaban tampoco las miradas indiscretas de los locales, que no tenían idea de quiénes éramos y por ende qué asuntos nos atañían ahí . A ni uno solo le sostuve la mirada y advertí a Dylan para que tampoco fuese a cometer ese error; los habitantes de esos lugares, lo sabía de buena tinta, eran recelosos de sus calles y no tenían problemas en ponerse violentos con los intrusos. Nunca se quería a un mirón rondando por el hogar.

A los árboles no les quedaban hojas; algunas de ellas,ya podridas y húmedas de nieve, se apilaban junto a la acera expidiendo un olor rancio que pese a no ser agradable, sí era mucho mejor que el de la basura. Las ramas desnudas, secas y retorcidas en todas direcciones dotaban el paseo obligado de un aire más tétrico del que tendría durante la primavera o el verano, y no ayudaba ver los miles de trocitos de cristal desparramados por la calle igual que el granizo luego de una tormenta, como el recordatorio añejo de un choque o de una pelea a botellazos.

Mientras que yo procuraba mantenerme cauteloso, Dylan volteaba a todas direcciones casi orinándose de miedo; estaba fuera de su zona y si no lo hacía más evidente, solo era porque no podía. Por su culpa y si no resolvía cómo comportarse, en el mejor de los casos iban a terminar asaltándonos . Solo atiné a pensar en lo bien que había hecho una hora atrás al meter parte del dinero que llevaba conmigo dentro de mis botas.

Al fin , luego de un buen rato andando en línea recta por la avenida, hubo un cambio. Dylan dobló en una de las esquinas y la imagen que se abrió frente a nosotros no fue mucho mejor; sin embargo, al menos nos estábamos acercando. Pasamos un taller de reparación de camiones, una farmacia, una tienda de autoservicio que no parecía mucho mejor por dentro de lo que se veía desde fuera y entoncesse detuvo frente unas torres de departamentos que eran las primeras en el lugar, de resto todas eran casas cayéndose a pedazos y bodegas.

El complejo se dividía en tres edificios principales; uno a la izquierda, por el que se podía acceder por una pequeña puerta de metal que estaba cerrada en ese momento; el segundo, a un par de metros de ese, era igual con la única diferencia de que en ese la puerta estaba abierta y más que como bienvenida, me dio la impresión de que se trataba de una boca lista y ansiosa de engullir a cualquiera que fuera tan estúpido para meterse en ella. El tercero estaba por detrás de los dos primeros, y se llegaba ahí por medio de unas escaleras que se abrían paso entre los otros. Por fortuna, y luego de todas mis plegarias porque no se fuera a la puertecilla, Dylan echó a andar en dirección a las escaleras.

Subimos por los peldaños semi escondidos en un callejón cerrado conseguido por la forma de la misma construcción; las tres torres tenían ocho pisos cada una y nosotros llegamos hasta el cuarto. La primera puerta saliendo de las escaleras estaba pintada de verde botella y tuvo alguna vez un C12 adornándola, tuvo, pues ya solo le quedaba el 2 y la silueta de las dos piezas restantes , apenas menos deslavada que el resto de la superficie que, incluso, comenzaba a astillarse

Las páginas que dejamos en blanco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora