VENI, VIDI, VICI

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*Alerta de contenido +21


Los sucesos narrados a continuación ocurren en la misma línea temporal que los dos últimos capítulos.


El día comienza con su rutina habitual: Se despierta automáticamente diez minutos antes de que suene la alarma como si en su interior se encontrara un reloj natural; se levanta de la cama y se da un baño de quince minutos —ni más ni menos—. Luego se para frente al espejo para tomar su costosa navaja y afeitarse a la antigua, hasta que la piel de su rostro luce perfecta y tersa, sin el mínimo rastro de barba creciendo en ella. Se envuelve en una toalla, sale del cuarto de baño y un traje planchado ya lo espera en su percha.

Hoy viste un traje completo color gris con camisa azul marino en el interior, corbata de un azul oscuro y zapatos negros tan lustrados que cualquiera podría reflejarse en ellos. Se peina su cabello rubio en el cual ya se empiezan a visibilizar unas cuantas hebras grisáceas, que a la larga se pierden combinándose con su color de cabello y le dan un toque interesante a su aspecto pulcro.

Se mira al espejo por última vez y le dedica una sonrisa aprobatoria que no llega a tocar sus ojos azules y enigmáticos. Toma su maletín que reposa en la esquina de siempre sobre un escritorio de madera fina color caoba y baja a desayunar.

Esta vez no lo acompaña su hija. En otro momento la hubiese obligado a sentarse en la mesa para tomar junto a él su primer alimento del día, pero su cabeza está ocupada por otros asuntos que lo tienen con la sangre a punto de una ebullición.

Gretel le recibe en el comedor con los buenos días y su repetida sonrisa sin demasiada gracia, solo por demostrar el debido respeto que su jefe por más de veinte años le exige. En su cabeza, cada mañana, se debate si echarlo todo por la borda de una buena vez, pero la chica rubia que prácticamente ha criado le detiene esos pensamientos, ella y su familia a la que mantiene al margen de todo, deseando poder algún día reunirse nuevamente con su hijo y su nieto en su natal Uzbekistán.

Hace más de una década que le ha perdido el rastro a ambos, desde que emigró a los Estados Unidos escapando de una vida miserable al lado de un maltratador, con nada más que una maleta y muchos sueños por cumplir; para terminar siendo contratada como ama de llaves del infierno donde no ha podido salir.

De esos sueños no quedó absolutamente nada y en su tierra dejó todo: un hijo recién casado con su esposa en estado de embarazo, ese nieto al que solo vio un par de veces en fotos hasta que los viajes para mantenerse fuera del radar al que se veía obligada a acompañar a su jefe, empezaron, y entonces nunca supo más nada de ellos.

Se detiene a pensar en lo mucho que le gustaría verlos. Su nieto ya debe rondar los veintiún años. No sabe con certeza si su hijo le ha dado más nietos, que sería lo más normal.

Le sirve un desayuno simple acompañado de café amargo pero no más que su corazón. Él lo devora rápidamente, pero sin perder la finura que lo caracteriza. A simple vista es un hombre bastante guapo, del típico que hace perder la cabeza a más de una, de un porte demasiado llamativo y elegante en su vestir y en su actuar; sin embargo, para ella no es más que la peor escoria que ha pisado la tierra desde la aparición del primer homínido y a quien tiene la desgracia de servir.

No deja el periódico en su mesa porque a él poco o nada le interesan los asuntos de este país. Él tiene su propia ley y sus dominios van más allá de lo que parece. Posee nexos con personas de poder por doquier, lleva negocios a la par con el diablo. Ella lo conoce, le guarda secretos sin que él siquiera lo sepa y aunque en sus manos se encuentra el hacha para destruirlo, el poder que tiene sobre ella la mantiene a raya. No ha comprado su silencio, la ha atado a su lado recordándole las nefastas consecuencias de una traición.

Vade retro [+21] En EspañolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora