【26. Sus ojos, el cielo y las estrellas】

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Sofía

Estaba nerviosa.

Había tomado la decisión que esa noche de celebración tomaría la resolución final para mi dilema. Me estaba ahogando en mis propios pensamientos sobre qué quería hacer con mi vida de ahora en adelante, sobre todo con quién. No era algo sencillo, al contrario, creo que muchos humanos siempre pensamos e idealizamos el momento en el que descubrimos a la persona que inunda nuestros pensamientos, la que nos hace querer pasar el resto de nuestras vidas codo a codo. Yo había sentido eso con Tom, pero las circunstancias truncaron lo que planeábamos a futuro. Y ahora, nada era igual. Éramos personas distintas, cambiadas, renovadas y todos los adjetivos que podría utilizar para describir a alguien que mejoró su persona. Yo era más madura, y él no tenía 20 años como para pensar en fiestas más que en establecerse. Él era una persona familiar, yo quería serlo. Añoraba el ideal de familia funcional, porque nunca la había tenido. También me gustaban los niños y consideraba que era buena con ellos, por eso quería tenerlos. Finalmente estaba mentalmente estable, más que estable, como para sentirme capaz de hacer todo lo que en el pasado me daba temor. 

Estaba claro a quién amaba. Pero si somos consientes, tal como lo fue Tom hace muchos años, ¿con quién sería más feliz a la larga? 

Henry era, en todo sentido de la palabra, alguien cuasi perfecto. Te enamoraba por los ojos, y era de esas personas hermosas reversibles. Hermosas por fuera, incluso a veces más por dentro. Era atento, caballeroso y sus palabras me motivaban a sonreír. Eso era, me motivaba. Desde un principio me escuchó y me comentaba sus puntos de vista, le conté sobre mi familia, sobre Perú, sobre Argentina -no le gustó el mate, ojito ahí- y la triste no-pertenencia que sufría. Él quiso ser la persona y el lugar -sus brazos, sí- a donde pudiera regresar feliz, y joder, por supuesto que desee eso en su tiempo. Que disfruté sus caricias, sus besos y su excitante actitud al momento de hacer el amor. ¿Qué arruinó todo ello? Hum... ¿volvería a pasar? 

¿Quería que volviese a pasar? 

El atardecer se mostró más colorido que nunca a través de los ventanales del pequeño departamento, mi primer lugar propio. Me aprecié y ame un poco más en el espejo de cuerpo entero que tenía a un lado de la entrada. Un vestido color vino tapaba gran parte de mi cuerpo, sin embargo, el escote dejaba al descubierto la forma de mis pechos. No eran muy grandes, pero como canta Shakira, suficiente para que no los confundas con montañas. La caida se marcaba en mis caderas y el tipo de corte de permitía mostrar provocativamente mi pierna. No era por ser intransigente ni mucho menos, pero estaba preciosa. Mi apariencia me aparentaba como alguien de veinte años, como si los años no pasaran para mi. Era lindo, me daba confianza. Tampoco era que veinticinco fuera la gran edad donde empezaban las mujeres a envejecer. Pero siempre era lindo poder presumir que me veía más joven, incluso en Japón me pidieron el carnet de identificación un par de veces. 

Un mensaje de Henry  me indicó que él ya me esperaba en la entrada. Mas tuve que pedirle que me esperara unos minutos, la mamá de Tom me había respondido. A ver, que no fui a contarle mi vida y el dilema que vivía, creo que mi ex-suegra sería la última persona a la que le consultaría. No porque no la quisiera o algo por el estilo, pero probablemente ella me pondría a su hijo en bandeja de plata, ¡como la quería! Uniendo puntos, hace unos días había llegado a la conclusión de que Bruce estaba siendo cuidado por alguien. Y como Ben estaba en Estados Unidos, solo pensé en la señora Diana. Me negué a mandarle un mensaje, pero extrañé a mi gato como nunca antes, como si en él encontraría todas las respuestas a mi vida. Una noche me puse a llorar en mi cama pensando que mi amada mascota no se acordaría de mi, la idea me destruyó, así que me tragué mi orgullo y llamé a la mamá de Tom. Me saludó con gusto y sorpresa, hablamos de muchas cosas antes de que pudiera al tópico que más me interesara. No me molestó, ella tenía un aura materno que mi madre nunca había tenido, Carla Stone era una Material Girl -con brillitos a los lados de la palabra-. Me confirmó que estaba cuidando del minino y cuando me puso en altavoz pude escuchar a mi gato llorar. Bueno, me había enviado una foto de Bruce en el mismo instante en que me ponía los tacones para bajar e irme. Obviamente le mandé un audio de dos minutos para que mi gato me escuchara. 

Somebody to love [Tom Hiddleston y tú]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora