Uno

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Plinc, plinc, plinc...

El sonido de las gotas de agua cayendo era lo único que la muchacha oia cuando estaba sola en aquella habitación infinita. Ese cuarto tan amplio como un mundo, estaba siempre inundado. Las raíces de unos árboles jóvenes dibujaron el patrón de las baldosas en el suelo. Timidos y tiernos brotes se asomaban sobre la superficie del agua, debajo de la jaula blanca que colgaba de un lejano techo, mediante una gruesa cadena. Allí el paisaje variaba tan lentamente que la prisionera nunca estaba segura de cuando y como sucedieron las cosas.

La jaula era de alabastro. Tenía la forma de una piña navideña y el espacio justo para que la cautiva permaneciera sentada, con las piernas colgando entre los barrotes, y para que se levantase sin llegar a escapar Ese día estaba comimpiandose, como siempre lo hacía en las negras horas de hastío. Lento y largo era el vaivén de la jaula. Áspero se oía el oscilar de la cadena. Delicado, como el vuelo de una mariposa, se deslizaba el pie de la jóven sobre la superficie del agua. Su desnuda pierna dejaba ver una piel blanca, pero con vetas violeta. Se asemejaba al mármol. Tenía unos ojos morados también y un largo cabello blanco, como su vestido. En su cuello destaca un collar oscuro, con una pequeña argolla de la que pendía una cuerda plateada que estaba atada al techo de la jaula y restringia los movimientos de su cabeza al estar sentada.

Tap, tap, tap...

Ese sonido era muy débil, pero inconfundible para la chica. Detuvo el balanceo de la jaula, para mirar a la adoquinada pasarela por la que él siempre aparecía. Ese individuo iba allí todos los días, por así decirlo, pues ella no tenía ninguna forma de medir el tiempo. Ni siquiera sabía cuántos años llevaba ahí. Se podría haber dicho que estaba ahí desde siempre o toda su vida, pero ignoraba cuanto tiempo abarcaba su existencia. Por supuesto tampoco sabía que había más allá de esas paredes en la lejanía, aunque a veces en lo que ella consideraba sueños podía ver miles de mundos suspendidos en la oscuridad.

-¿Cómo estas, Malta?- preguntó aquel individuo de infinita sonrisa y ojos amorosos- ¿Estabas jugando con tu jaula otra vez?

-Lo siento, estaba aburrida- se disculpó la muchacha y su voz se escuchó clara, dulce, musical.

-Te comprendo. No hay mucho que hacer aquí- le respondió aquel individuo que flotó para quedar más cerca de la jaula y así poder ver a la muchacha a los ojos.

-No hay nada que hacer- afirmó Malta con un tono un poco seco.

-¿Quieres que te enseñe nuevos juegos?- le preguntó con un tono paternal.

-Daishinkan...quiero salir de aquí- respondió Malta mirando a otro lado, pues sabía que él no la dejaría ir a ninguna parte.

Daishinkan cerró los ojos como cae un telón sobre el escenario. Ella conocía la respuesta a esa pregunta, pero desconocía el motivo de ello y el no iba a decírselo.

Hace mucho, mucho tiempo, cuando habían seis universos más que los que había en la actualidad, hubo un mundo cuyo avance tecnológico ningún otro a podido alcanzar. Su tecnología era casi magia, podían hacer posible todo lo que deseaban casi sin esfuerzo. En ese tiempo uno de los hombres más sabios de ese lugar, en su arrogancia, recreo un ángel. El dios de la destrucción de aquel universo visito el mundo de aquel hombre y disfrutó de una abundante comida, que compartió con su ángel. Las muestras orgánicas en los cubiertos fueron suficientes para extraer su material genético e introducirlo en un cuerpo artificial, que fue creado con el propósito de hacer de recipiente para el poder de un ángel. El objetivo de aquel hombre estaba lejos de querer un individuo pensante y con voluntad, pero para su sorpresa el cuerpo adquirió vida, conciencia. Sin embargo, su tiempo activo fue muy breve. Cuando el dios de la destrucción y su ángel descubrieron lo que había sucedido, destruyeron el planeta, pero ellos compartieron su destino. Zen Oh Sama castigo al universo entero por lo ocurrido. En aquel entonces Daishinkan no pudo evitar que uno de sus hijos desapareciera, pero si logró salvar aquella creación blasfemica de los mortales y la encerró en aquel lugar.

Innocent Donde viven las historias. Descúbrelo ahora