Dos

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Daishinkan la dejó en la jaula otra vez y se marchó por aquella senda adoquinada que desaparecía entre los jóvenes y verdes árboles. Malta se quedó acurrucada esperando, como siempre, que él volviera pronto. Nunca vio a alguien que no fuera el Gran Sacerdote: su ángel custodio. Así fue como él se presentó, hacia mucho tiempo, al ella despertar allí. Desde que recordaba Daishinkan lucía así. No cambiaba, pero ella tampoco lo hacía. Era la misma persona todo el tiempo. Por supuesto Malta no sabía de niños o adultos por lo que no le extrañaba no tener de ella otra imagen. Una más pequeña e indefensa, pero si recordaba que hubo un tiempo en que ella era más inquieta y hacia toda clase de preguntas a Daishinkan. Preguntas que él nunca respondió. Pese a los muchos años que Malta tenía, no sabía absolutamente nada de la vida. Ni siquiera que no sabía. Estaba en la ignorancia más absoluta que pudiera haber, sin embargo, si sabía de odio porque de esto Daishinkan si le habló una vez.

En el tiempo que ella hacía preguntas, en una ocasión se enfado muchísimo por la forma en que Daishinkan evadía darle una respuesta, entonces lo agredió. El Gran Sacerdote le dijo que la ira era el camino al odio y el odio podía llegar a destruir su corazón. Le advirtió que no debía alimentar esas emociones. Malta, que no entendía muy bien las cosas gracias a su escaso conocimiento, intentó averiguar un poco más y Daishinkan por primera y única vez le explicó algo con detención. Le pillizco la mano, lo que le causó una sensación extraña, nueva, pero desagradable.

-El odio genera esa sensación en las personas- le dijo el Gran Sacerdote, con gravedad- Nunca lo olvides, Malta- agregó.

Desde ese día, aquella criatura, supo algo ajeno a ese mundo blanco y puro. Había odio y el odio hace daño. El daño duele. Como ella sentía un profundo dolor en su corazón, por estar sola y el responsable de su soledad era Daishinkan, ella creía que él la odiaba. No era un pensamiento constante, pero si que punzadaba, a veces. Sentada en la jaula, se abrazo así misma mientras subía las rodillas hacia su mentón. Había otra cosa que sentía además de dolor. Desconocía su nombre, ignoraba su origen, pero la hacía querer llorar, le oprimía el pecho y por sobretodo la hacía añorar los tibios, cálidos y suaves brazos de Daishinkan. Cerrando los ojos evocó el momento en que él la abrazo y se durmió.

Malta no necesitaba dormir, pero lo hacía a veces para lidiar con su hastío y su soledad. Le gustaba hacerlo también, pues en esos sueños veía mundos flotando en la oscuridad. Ella no sabía que eran mundos, ni que ellos estaban poblados por millones de personas, sólo sabía que le gustaba observarlos porque le daban paz.

Daishinkan miró el interior de la esfera de su cetro antes de hacerlo desaparecer para, sin prisa, volver a sus deberes. En los largos años que llevaba escondiendo a Malta siempre lo acompaño una gran duda: ¿Había hecho lo correcto al salvar esa criatura? Zen Oh Sama se había molestado mucho por la osadía de aquel hombre. Nunca antes alguien había intentado reproducir un ángel y el éxito de tal empresa era más que sólo peligroso. Los angeles son criaturas poderosas con facultades únicas, pero sobre ellos habían bastantes limitaciones que aseguraban no se involucraran más de la cuenta en nada. Un ser con ese mismo poder, pero sin restricción podía convertirse en una calamidad. Daishinkan lo comprendía, sin embargo, su motivación para ir en contra del Rey De Todo fue más poderosa que su siempre fría y lógica sensatez.

Claro que, con el paso del tiempo, algunas dudas fueron creando ciertos temores en el Gran Sacerdote. El poder de Malta iba creciendo. Su capacidad para manejar la materia era lo más preocupante, pues de su ADN de ángel había heredado esa facultad. Una que si bien ella desconocía, estaba presente en su ser y podía llegar a ser verdaderamente peligrosa, sin mencionar que le permitiría huir de ese mundo en que él la mantenía prisionera. En más de una oportunidad considero destruirla, pero era incapaz de hacerle daño. La quería. Ella era el alivio a muchas cosas.

Tiempo después de aquella visita, Malta jugaba con uno de los artículos que le daba Daishinkan, mientras se columpiaba en su jaula. Estaba tan entusiasmada con aquel cubo que se modificaba moviendo algunas piezas que no notó que arriba, de dónde colgaba la jaula, el material comenzaba a desprenderse. El constante movimiento de péndulo que hacía la cadena había estado desgastando aquella zona y en ese momento simplemente colapso, arrojando la jaula varios metros hacia atrás. La estructura se estrelló contra el piso inundado y la pesada cadena cayó como una enredadera que pierde su base. El estruendo provocó un fuerte eco en aquel espacio. Aquello obligó a Malta a cubrirse los oídos. 

Después de unos minutos, la muchacha miró hacia el techo. La jaula cayó de costado así que le era fácil ver la parte superior de aquella inmensa habitación. Con sorpresa e incredulidad, Malta descubrió un pequeño agujero por el cual se veía algo de color azul oscuro. Su corazón dió un brinco al tener ante ella la posibilidad de ver qué había más allá de esos muros. Se sujetó a los barrotes con una controversia interna entre lo que quería y lo que Daishinkan le advirtió. Sintió miedo y se quedó allí recostada unos minutos. Estaba mojada, pero no le dió importancia. Toda su atención estaba puesta en ese orificio que Daishinkan cubriría en cuanto llegase. Tenía que darse prisa si quería salir. Sus conflictos no duraron mucho. Rápidamente, Malta resolvió tomar la fortuita oportunidad ante ella. Con fuerza sujeto los barrotes y comenzó a tirar de ellos, esperando poder romperlos. Acabo haciéndolos desaparecer. Aquello la dejó un poco confundida, mas salió volando hacia aquella abertura, pero terminó medio ahorcada gracias a la cadena que tenía en el cuello. Ignoró aquello y voló más rápido acabando por romper  los eslabones. Como un relámpago, Malta salió volando de lo que descubrió era una esfera blanca que flotaba en la oscuridad. En esa oscuridad dónde había decenas de mundos y estrellas. Un universo entero fue lo primero que vio Malta al dejar esa burbuja, en que pasó millones de años. Eran tan vasto lo que estaba ante sus atónitos ojos que perdió el aliento varios segundos.

-Esto es imposible- murmuró un poco asustada y no fue capaz de decir nada más.

Malta se quedó flotando allí varios minutos sin saber que hacer. No tuvo un solo pensamiento durante ese lapso de tiempo, pero cuando la felicidad de ver el exterior se apoderó de ella, salió disparada al frente gritando de júbilo. Estaba emocionada, realmente emocionada de poder volar por ese espacio infinito, sin ninguna restricción. Arriba, abajo, a la izquierda o a la derecha, Malta podía ir en todas las direcciones. Era como una niña en un parque de diversiones. Se olvidó de la jaula, de Daishinkan y todas esas incómodas situación mientras volaba entre mundos, lunas, asteroides y estrellas. Ella no lo notaba, pero su velocidad era inmedible. Pronto dejó atrás el sitio al que se suponía debía volver, pero tardo bastante en notarlo. Los colores de las nebulosas, las galaxias y demás tenían sus sentidos saturados ¿Cómo era posible que  la mantuvieran aislada de tanta belleza? Cuando hizo una pausa para descansar experimento enfado, seguido de un fuerte temor. Cuando Daishinkan se diera cuenta de que no estaba se iba a molestar muchísimo. Pero, por otra parte, no tenía idea de cómo volver.

-Estoy en problemas- se dijo un poco angustiada y se sentó en el aire a meditar un poco- Salí sin permiso y Daishinkan me castigará, pero me perdí y no supe regresar. Eso no es mi culpa. Bueno lo es por haberme alejado demasiado, aunque de no tenerme encerrada yo sabría volver...¡Sí! Esto es culpa suya- concluyó con mucha seguridad, aunque no duró mucho- Este lugar es muy grande... ¿Y si Daishinkan no puede encontrarme?

Después de hacerse esa pregunta, Malta miró entorno a ella distinguiendo un mundo que no era como los otros. Ese era pequeño y tenía forma de pirámide invertida. El gran árbol que sobresalía de ese lugar fue lo que llamó la atención de Malta, que decidió volar hacia allá y descender para ver de cerca. Con la suavidad de una pluma, la muchacha, puso sus pies en una de las ramas de ese árbol y caminó por ella al interior de una vieja construcción de piedra. Malta se sintió bastante cómoda allí, pues ese lugar era tan silencioso como el sitio del que ella provenía, sólo que más oscuro. Recorrió gran parte de aquella enorme fortaleza, pero no parecía haber nadie allí. A ratos volaba para ir más rápido y así fue que llegó a una cámara muy amplia con grandes esculturas. Ella no reconocía lo que esas moles representaban y tampoco le gustaron. Se le hicieron tenebrosas. En medio de todo había una cama redonda, en la que dormía otra extraña criatura. Una que hacía unos ruidos muy raros que a Malta le hicieron reír. Con curiosidad se aproximó para poder observar al insólito individuo de cerca y cuando se quedó flotando sobre él, bajo su mano para tocarle la nariz. Era el segundo ser viviente que veía en toda su vida y no se parecía mucho a ella o a Daishinkan. A centímetros de alcanzar al durmiente, una voz la detuvo.

-¿Quien es usted?- preguntó alguien que apareció flotando a su costado.

Cuando las miradas de ambos se encontraron, la sorpresa fue mutua.

Innocent Donde viven las historias. Descúbrelo ahora