Cuatro

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Malta se arrodilló en medio del campo de flores y tomó una con la punta de los dedos. La acercó a su nariz. Tenía un olor dulce. En su hogar los árboles florecían, a veces, pero las flores no eran como esas coloridas y aromáticas, sino pálidas e insípidas en comparación . La muchacha llevó sus ojos a lo largo y ancho del campo con solemne actitud. La suave brisa sacudió su cabello y barrio algunos pétalos en el aire dibujando extrañas formas. Malta cerró los ojos un momento y bajo la cabeza llevando aquella flor a su pecho. No quería volver a su jaula y Daishinkan lo supo antes de verla.

A prudente distancia el Gran Sacerdote observaba a Malta disfrutar del aire libre. Resignado avanzó hacia ella un paso a la vez, con lentitud, postergando ese encuentro que marcaba un antes y un después en la vida de esa muchacha. Él sabía que una vez Malta viera lo que había más allá de los muros, no podría volver a encerrarla. Malta buscaría la forma de escapar y él no sería capaz de detenerla. La vida había entrado en su ser por cada sentido que poseía. La monotonía nunca más iba a ser aceptada por esa inocente criatura. Regresarla a su lugar no sería un acto de protección, sino de tortura. Cuando descubrió aquella habitación vacía su corazón se apretó, pero también su furia se desató en un impulso por llevar a Malta de regreso y confinarla en la oscuridad, sin embargo, aquello se esfumó tan rápido como surgió dando paso a esa amarga resignación de dejarla ir. De perder el control sobre aquella existencia y entregarse a las posibilidades. Sólo él entendía lo que podía suceder y sólo el sufría ese temor.

-Malta- la llamó y ella volteó a verlo con una expresión de temor en su clara mirada.

La muchacha se giró a él flotando ligeramente. Sostenía unas flores en las manos que apretó contra su pecho mientras subía un poco las rodillas. Sus pies estaban sucios y su cabello se movía en el viento. Parecía estar sumergida en el fondo de un océano tranquilo. Medio despierta, medio soñando.

-Estas molesto conmigo ¿Verdad?- preguntó la muchacha, pero él no respondió- Lo siento...

Daishinkan se le quedó viendo en un profundo silencio. Malta bajo los pies al suelo, sobre las flores, y bajando la cabeza rompió a llorar de manera callada.

-Perdón. No quería hacerte enfadar. Lo siento, lo siento mucho...-logro decir entre lágrimas. Su llanto era abundante. Pronto acabo con la cara empapada.

El Gran Sacerdote tampoco dijo algo esa vez. Después de un rato terminó con la distancia entre los dos y puso su mano sobre la cabeza de la muchacha, que levantó el rostro con sorpresa y se le quedó viendo un poco confundida, pues Daishinkan le estaba sonriendo de manera amorosa, casi dulce.

-No llores por favor- le dijo- No estoy molesto.

Oír aquello alivio mucho a Malta que se arrojó a los brazos del Gran Sacerdote que la recibió cálido, como siempre. La muchacha terminó sentada en el regazo de Daishinkan que se sentó en el aire para sostenerla de manera cómoda. Pasaron varios minutos antes de que ella recuperará la calma y él pudiera decirle lo que habla decidido. Desde el palacio, Whis los observaba con curiosidad. Después de escuchar lo que padre tenía que decir respecto a Malta, no podía evitar sentirse un poco inquieto respecto a esa criatura de aspecto tan frágil y puro.

-¿Te sientes mejor?- preguntó el Gran Sacerdote cuando notó que la muchacha no lloraba más. Ella asintió con la cabeza, pero no se apartó de él- Que bueno. Quizá ahora puedas escuchar lo que tengo que decirte. He decidido que no tienes que volver al nido por ahora. Te quedarás aquí un tiempo.

La muchacha apoyó sus manos en los hombros de Daishinkan para tomar un poco de distancia y verlo a la cara.

-¿Lo dices en serio?- preguntó Malta con aire candido, pero también dubitativo.

Innocent Donde viven las historias. Descúbrelo ahora