Quince

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-Le pusiste un nombre- comentó uno de los Zen Oh Sama.

Daishinkan se paró delante de Malta y eso llamó bastante la atención de la muchacha, que miró a esos dos seres extraños con cierta curiosidad. Ella seguía de rodillas en el suelo y como un gatito se asomó, desde detrás de las piernas del Gran Sacerdote, a mirar a esas pequeñas criaturas. Uno de esos dos, singulares personajes, voló directamente hacia ella o eso le pareció a Malta que seguía a resguardo de Daishinkan.

-Será mejor que tengas una buena explicación para esto- le dijo Zen Oh Sama intentando ver a Malta que terminó por esconderse.

-La tengo- afirmó tranquilo- Si me permite...

-¿Por qué te ocultas?- preguntó el segundo Zen Oh Sama interrumpiendo al Gran Sacerdote y apareciendo detrás de la muchacha, que se puso de pie y se aferró a Daishinkan.

Estaba asustada. No estaba segura del motivo, pero esas criaturas le dieron un súbito miedo por lo que buscó refugio en el Gran Sacerdote, que la tomó por los brazos y la apartó un poco de él. Cuando uno de los Zen Oh Sama le dió unas palomitas en el muslo, como si intentará averiguar la solides de una superficie, Malta no pudo evitar dar un pequeño gritó y acabar en los brazos de Daishinkan. Los Reyes De Todo intercambiaron curiosas miradas para después retroceder, un momento, como si la hubieran querido ver en la distancia. No tardaron en aproximarse de nuevo a la chica, para verla de cerca. Tomaron una hebra de su cabello, sin cuidado, y lo hicieron desaparecer. Malta tenía el rostro escondido en el cuello del Gran Sacerdote, que sintió el callado y ardiente llanto que Malta soltó a raíz de su profundo temor. Estaba temblando también, motivo por el que de la forma más amable que conocía les pidió a los Zen Oh Sama que no la incomodaran. Los Reyes De Todo se apartaron y se quedaron viendo a la muchacha con mucha atención.

-¿Por qué esa cosa se esconde?- preguntó uno de ellos.

La palabra cosa hizo que Malta apartará el rostro del cuello de Daishinkan y mirase a esos seres. El Gran Sacerdote enfrió sus ojos tras escuchar ese vocablo. Estaba molesto. Malta lo advirtió y se preocupo por eso. Su llanto terminó bajandose de los brazos de Daishinkan, quién le indicó se mantuviera a su lado. Claro que Malta acabó aferrada a su brazo. Aquello no duró mucho, los guardias de Zen Oh Sama la apartaron violentamente de él. Lo que ocasionó que Malta reaccionara para defenderse, pero una mirada de Daishinkan bastó para detenerla.

-Ella debió ser destruida junto con su universo- indicó uno de los Zen Oh Sama- ¿Por qué la salvaste? ¿Por qué desobedeciste, Daishinkan? Tú no eres así. Tú nunca vas en encontrar de nuestras decisiones.

Cualquier palabra que él pronunciará tendría un enorme efecto sobre Malta, pero también las tendrían las de Zen Oh Sama y esas no podía controlarlas. Lo ideal hubiera sido poder hablar sin ella presente, pero no estaba en posición de pedir eso. Ni siquiera de sugerirlo. Miró de reojo a Malta que a todas luces no entendía absolutamente nada y estaba mucho más asustada que antes.

Uno de los Zen Oh Sama le susurró al otro al oído, después sugirieron hablar en otro lugar para sorpresa de Daishinkan. Unos minutos después, Malta estaba encadenada a una silla en un sitio que para ella era muy extraño. El Gran Sacerdote la dejó con esos hombres altos que se pararon a sus costados y se alejó a través de un corredor de columnas flotantes por el que terminó desapareciendo. La muchacha estaba muy angustiada y aunque le hubiera bastado tirar de sus ataduras para liberarse, no lo hizo. No sabía porque esas criaturas dijeron que ella debió ser destruida. Tampoco imaginaba porque se referían a ella como una "cosa". Las cosas eran objetos como los platos, las tazas o los cubiertos. Ella era una persona, no podía ser un objeto. Pensando en eso permaneció en un profundo y pesado silencio e incapaz de mover un solo músculo. Todo lo que quería era que Daishinkan regresará por ella para explicarle todo y llevarla lejos de ese lugar tan desagradable. No sabía que estaba sucediendo, pero si se dió cuenta de que esas criaturas con rostros bicolores tenían autoridad sobre el Gran Sacerdote, como el señor Whis la tenía sobre el señor Bills. Y eso la desconcertó demasiado ¿Había alguien de quién Daishinkan no la podía proteger? Eso la asustaba, la entristecía y de alguna forma le dolía también.

Daishinkan terminó delante del trono de Zen Oh Sama, con una rodilla en el piso y la cabeza baja. Su señor volvió a hacer la pregunta de por qué salvó a la chica, pero en esa ocasión la interrogante sonó más terrible. Más amenazante. Daishinkan respondió rápido. Hace mucho que venía considerando esa situación, por lo que sus palabras estaban muy bien ensayadas. Lo mismo su actitud. Sin embargo, Zen Oh Sama podía ser un tanto impredecible. Él confiaba en poder manejarlo, mas siempre tenía presente el que su señor estaba a cargo y que si lo quería simplemente podía destruirlo. Lo había hecho antes, en esa línea de tiempo alterno. El Rey De Todo no considero ni por un momento a su fiel Daishinkan antes de acabar con la existencia.

-Ella nació apartir de uno de mis angeles- dijo con gravedad, pero también con un tono sensible- Y no recuerdo que estuviera sentenciada a su destrucción como si lo estaba... él- agregó y por un breve instante los ojos del Gran Sacerdote se poblaron de tristeza.

-Tú no tienes el poder para evitar que yo destruya lo que quiero destruir- señaló Zen Oh Sama y se escuchó muy serio- Si esa cosa no fue destruida es porque no puedo hacerlo... Lo que hace de ella una cosa muy peligrosa. Es mitad ángel. Lo que la hace muy fuerte, pero también es mitad... " Eso".

Daishinkan permaneció en silencio.

-El hombre que la creo violó reglas universales- señaló Zen Oh Sama- El que ignorara lo que estaba haciendo no es justificación. Aquel hombre no sólo creo una vida artificial, Daishinkan.

-Lo sé- exclamó el Gran Sacerdote tranquilo y serio- Sin embargo, como usted a señalado, ella es una criatura sintética. Una creación imperfecta con una gran falla. Permítame explicarle lo que he descubierto en estás últimas semanas respecto a Malta- le pidió humildemente.

La charla se prolongó por horas. Al terminó de la conversación, Daishinkan salió para reunirse con Malta que estaba bastante decaída. Al verlo aparecer los guardias la liberaron y se apartaron dejandolo a solas con la muchacha, que lo miró muy afligida y con demasiadas preguntas por hacer. Tantas que no pudo articular ninguna. La mano del Gran Sacerdote en su mejilla le dió un poco de calma, pero no mitigó sus dudas. Una de las cuales escapó tímidamente de su boca.

-¿Por qué tenía que ser destruida?

Daishinkan la miro paciente y le rodeó el rostro con ambas manos para mirarse en los ojos de la muchacha, que lo veía todavía temblando de las desagradables emociones que desataron esas palabras: cosa y destrucción.

-Daishinkan- lo llamó Malta, para que respondiera su pregunta, pero él sólo beso su frente con ternura.

Las manos del Gran Sacerdote estaban muy tibias y él estaba más suave, más cerca, más como cuando...

Malta se dejó acurrucar por Daishinkan. Él la envolvió en sus brazos con ese calor moderado de siempre, pero que en esa ocasión llevo a Malta hacia sus recuerdos más remotos. Ella nunca fue pequeña y frágil como Maron. No recordaba haber sido así. Siempre estaba igual. Daishinkan también, pero de alguna forma ambos no cambian por razones muy distintas. Tal vez a eso se refería aquella criatura al llamarla cosa. Las cosas casi siempre permanecen inmutables. Pueden ensuciarse, pero su forma no cambia. Una cuchara siempre es una cuchara.

-Te amo, Malta- le dijo Daishinkan súbitamente- Por favor, nunca lo olvides.

Innocent Donde viven las historias. Descúbrelo ahora