4 ¡Vaya!, sé ligar... (Ariel)

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No tenía mucha práctica en eso de asistir a fiestas, y mucho menos en la playa. Así que decidí ponerme unos pantalones blancos y una camisa azul cielo. Se acababa el verano y aquellos parecían los idóneos para ir a la fiesta.

O al menos eso fue lo que pensé mientras caminaba por la acera, nervioso, mientras me dirigía hasta la playa, con las manos en los bolsillos, por que aunque a la mayoría los conocía, no tenía casi ningún trato con ninguno.

Hubo una época en el que asistir a fiestas así había sido como tomar un helado, pasaban muy a menudo, y a menudo éramos el centro de atención. Claro, que eso había sido gracias a Ash, y como él había dicho antes de desaparecer, una vez que él dejó de estar yo había vuelto a ser el chico solitario y rarito que se sienta solo en una esquina y que no habla con nadie, y al que nadie habla.

Pero de eso hacía ya mucho tiempo, yo ya casi ni me acordaba de lo que era asistir a una fiesta. Pero resultó que era tal y como lo recordaba. Música, hogueras cuidadas y gente bebiendo, bailando y riendo por todos lados. En cuanto pisé la arena de la playa me puse a buscar a Emmett, que era él único amigo que tenía, y al cual le había mandado un mensaje antes de salir de casa para decirle que iba a ir allí.

Como había supuesto, nadie se paró a mirarme con interés, y los que lo hacían era para preguntarse, extrañados de verme, que hacía yo allí.

—Ariel Prior ¿Tú aquí?—preguntó una voz a mi lado izquierdo, lo cual me hizo girar la cabeza—. Esto si es una sorpresa.

Era Theo Steele el que había hecho la pregunta y el que se estaba acercando a mí, separándose así de sus amigos y de la fogata que habían montado junto a las rocas.

—Eh... hola—saludé tímidamente—. Estaba buscando a Emmett.

—Lo suponía—se acercó a mí y me miró de arriba abajo. Vale, la había cagado, iba muy arreglado para una fiesta en la playa—. Pero no le he visto, parece que aún no ha llegado.

—Bueno, le esperaré por ahí—me encogí de hombros—. Que te diviertas, Theo.

—Vaya, sabes mi nombre—se acercó otro paso—. ¿Pero con quien vas a esperar Emmett? ¿Con tu grupito de amigos?

—Estás siendo irónico—bajé la mirada, avergonzado, por que no se atrevía a decirme que era raro y solitario, pero si a insinuarlo—. Pero no pasa nada—me alejé un paso—. Tienes razón. Y sí que sé quien eres, vamos juntos al colegio desde los tres años.

—Sé que sabes quien soy, estaba bromeando—giró su cabeza hacia un lado—. Te veo mirarme desde el balcón del segundo piso, el que da a las pistas.

—Eh, yo...—me trabé—. Solo miro el juego, no a nadie en particular.

—Ya—él rió—. Por favor, no pienses que intento burlarme de ti, solo intento entablar conversación—de nuevo dio un paso hacia delante y se dobló medio sonriendo, medio avergonzado—. Pero creo que no se me está dando nada bien.

—Quizás sea yo—correspondí su risa—. No te preocupes, no pasa nada, sé lo que dicen de mí, no es una novedad.

—Yo no lo pienso, quiero que lo sepas—se acercó a mí y ya no había más distancia que abarcar entre los dos, estábamos muy juntos—. Ni siquiera se por que lo he dicho. Soy idiota.

—En realidad no lo has dicho—tragué saliva, un poco intimidado por él.

Durante un segundo reinó el silencio entre los dos. Yo bajé la mirada, y él sonreía cada vez que yo le miraba de reojo.

— ¿Sabes? No tienes que esperar a Emmett tú solo—dijo al cabo de un momento.

—Bueno, no conozco a nadie más—me pasé una mano por el pelo y me encogí otra vez—. Quiero decir...—reí—. Si que conozco a... ya sabes, pero yo no tengo mucha relación con nadie más.

MUÑECOS DE CRISTALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora