24.1-Ryker: El drama de Jonas

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El restaurante del hotel no tiene nada que envidiarle al resto de sitios de la ciudad porque se traduce con lujo en todas las esquinas. La etiqueta es necesaria para entrar, al igual que reserva. No me extraña la discreción ni la música clásica sonando en un tono bajo, agradable al oido. Las paredes son altas y cubiertas de mármol blanco, con vetas doradas que le dan ese toque barroco ideal para la cantidad de estrellas que tiene el hotel. Todos los camareros van con camisa blanca y pajarita negra, con el pelo repeinado y sin barba. Todo chilla extravagancia y es que no me extraña con estos precios. Sonrío al recepcionista que me mira de arriba con una sonrisa complaciente, deseando atenderme bien.

—¿Tiene reserva, caballero?

—La tengo. A nombre de Ryker Eisenhardt.

—Dos personas, ¿cierto?—Asiento y él sonríe acompañándome con la mano. Incluso el suelo es de mármol y las pocas personas que se encuentran cenando están o bien acompañadas de amantes con copas de vino o con carpetas que parecen de negocios. Me paso una mano por el pelo para asegurarme de que sigue en el sitio y me ajusto la camisa negra en el sitio. No voy a mentir que estoy nervioso, aunque lo tengo todo planeado. ¿Qué puede salir mal? Por supuesto, pero rezo para que no.

Me sienta al lado de la ventana con vistas a la calle, donde un gran paseo se desliza lleno de luces por tiendas y farolas. El mantel es blanco y fino, a juego con la vajilla que parece ser de porcelana. Incluso los tenedores son dorados, muy tosco para mi gusto y algo ecléctico, pero encaja, al menos aquí dentro. Por alguna razón este restaurante parece estar inspirado en años atrás, donde la realeza comía en mesas de estas, enormes, cargadas de comida y oro por todas partes.

A lo lejos puedo ver a mi madre, ya sentada en su propia mesa, con una copa de vino blanco y un libro en su mesa. Está lo suficiente escondida como para que no se la vea a primera vista, pero aun así, me temo que Alyeska la vea y simplemente pierda los nervios. Supongo que citarla en un sitio público ha sido la mejor idea. Me cruzo de brazos y espero, escuchando la música y mirando por la ventana, cuando uno de los camareros se acerca con una botella de vino tinto.

—Aquí tiene la botella, señor Eisenhardt.

—Yo no he pedido vino.

—Ha sido la señorita Zolotova, señor.

—¿Sabe si va a tardar mucho?—Pregunto cuando él deja la botella en la mesa. Empieza a servirlo en dos copas altas de cristal, impolutas, por supuesto. Su cara se llena de dudas y finalmente sonríe de manera profesional.

—Si quiere puedo pedir a recepción que llame a su habitación para aproximar.

—¿Cuáles son las instrucciones que le han dado respecto al vino?—Pregunto interesado porque podría estar envenenado y no me apetece tener que morir ahora mismo.

—Servirle una copa del vino escogido por la señorita. Nada más.

—Haga que recepción la llame, por favor, no tengo toda la noche.—Asiente rápidamente por mi tono serio y formal. Deja la botella abierta y yo la miro fijamente.La verdad es que no tengo nada mucho mejor que hacer, porque ir a ver a Jenell no es una opción. No solo porque esté enfadada, sino porque no se permite tener a nadie en observación debido al protocolo de privacidad y descanso del paciente. Miro mi móvil y veo un mensaje de mi madre, diciéndome que ni se me ocurra beberme el vino, que podría contener algo envenenado. La dejo en visto y cojo la botella para mirarla, junto con la carta de vinos del restaurante. La muy perra de mierda tiene buen gusto porque ha cogido el mejor vino, no únicamente el más caro de la carta, con un total de diez mil euros por botella. Diez mil euros. Así.

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