34.1-Ryker: Vuelan hostias

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*Parte 1 del maratón* No termines de leer hasta que veas el final, te adelanto, viene cargado y es largo, así que ves al baño, coge algo de beber y siéntate.


Esto se parece a la última vez, al menos un poco. Mi madre está metiendo una gran bandeja con carne y verduras dentro del horno, mientras Alyeska corta de manera perfecta tomates para añadirlos al gran cuenco de ensalada. Hace mucho que tampoco veía a mi madre cocinando, y mucho menos me quedaba para comer con ellos. Mi padre está sentado en uno de los taburetes de la cocina, mirándolas mientras sostiene el móvil en la mano con el traductor abierto. Creo que a él es a quien más trabajo me cuesta entender, por muchos motivos. ¿Cómo puede odiar simple y llanamente a Alyeska sin conocerla? ¿Cómo no ha aprendido ruso para poder entender mejor a mi madre y su cultura? ¿Por qué está tan amargado en la vida? Mi madre y Alyeska hablan lo suficientemente flojo como para que el traductor de mi padre no logre captarlas, lo cual me despierta curiosidad. ¿Qué más le da de lo que hablen? Si tanta curiosidad le da, debería haber aprendido ruso. Ha tenido décadas para hacerlo y aun así... Mi madre se gira, con una gran sonrisa en la cara mientras se seca las manos con un paño de color blanco.

—No sabía que tocabas el piano.—Comenta poniéndole una tabla de madera a Alyeska para que corte las hortalizas encima. La soltura con la que coge el gran cuchillo es hipnotizante, al igual que la rapidez con la que corta las zanahorias. Espera, ¿el piano?

—¿Tocas el piano?—Le pregunto mirandola. Sube la mirada y asiente una sola vez antes de volver a prestarle atención a las zanahorias.—¿Por qué no lo sabía?—Pregunto y se encoge de hombros.

—Tampoco lo preguntaste.

—Porque no sabía que te interesara la música.

—A casi todo el mundo le gusta la música, Ryker.

—Escucharla, no tocarla.—Le rebato rápidamente y mi madre se ríe.

—Me ayudaba de niña a tener una rutina y poder controlar las cosas.—Se encoge de hombros y traslada toda la zanahoria cortada al gran bol de ensalada.—¿En qué más puedo ayudar?—Le pregunta a mi madre y ella parece pensárselo.

—¿Qué tal si ponéis la mesa?—Todos asentimos a eso. La espero en la puerta de la cocina para ir al comedor y poder tenerla unos minutos para mi solo. Se coge de mi brazo y sonríe tímidamente.

—¿Algún secreto más?—Pregunto metiendo la cara entre su pelo y ella asiente.

—Cientos.Se ríe y mueve la cara para darme un pequeño beso en los labios. Quiero más, la verdad, así que le doy otro yo, un poco más largo.—No vamos a empezar esto en casa de tus padres.

—Solo es un besito, Rusia.

—Contigo un besito puede ser peligroso.

—Gracias por reconocerlo.—Le digo y ella se aparta empujándome hasta ganar un par de metros entre nosotros.—Ponemos la mesa, comemos y nos vamos.

—Desesperado.

—¿Por besarte? Desde luego.—Reconozco y ella pone los ojos en blanco.

—Espero que hagas más que besarme.—Me sorprende pero me alegra. Esto es nuevo y es emocionante. La miro fijamente mientras señalo con la mano el mueble donde mi padre tiene todo lo necesario para poner la mesa.

—Pongamos la mesa.—Le indico y no tardamos en ponerla, incluyendo el mantel y los cubiertos. Son cubiertos de plata y sé que son de mi madre, porque mi padre jamás se molestaría en tener algo mínimamente valioso o bonito. Alyeska acaba de poner los cubiertos, uno en cada lado, sin quejarse ni decir nada, lo cual me hace preguntarme si realmente está bien. No ha tenido tiempo de asumir las cosas y tampoco sería raro que estuviera siguiéndome el rollo solo por no herirme. Me acerco por detrás, no para asustarla, pero si para abrazarla. Se deja y me acaricia las manos unidas encima de su pecho.

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