CAPÍTULO 5

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Por el bien del reino debía aparentar ser una buena princesa, tenía que comportarme. Ser sumisa y amable, femenina. Delicada. Respetuosa. Era lo que todos esperaban encontrarse.

Había estado un buen rato mentalizándome de eso, pensando en qué debería decir e imaginando cómo sería la visita.

Rose llamó a la puerta, interrumpiendo mis pensamientos y se sorprendió por encontrarme despierta.

-Es hora de prepararte, Ilarya –dijo con dulzura.

Escogió un vestido con mucho cuidado y preparó todo lo necesario para vestirme. Había numerosas piezas de ropa y demasiadas partes que yo sola no sería capaz de ponerme.

Podría intentar describirlas todas, el corsé, las faldas, los cuellos... pero no las recuerdo y tampoco lo veo necesario.

Terminó de vestirme y me vi abrumada. El vestido era precioso, rojo claro, casi rosa, con un cinturón que se ajustaba perfectamente a mi cintura y descendía en un lazo sencillo por la espalda. La parte de arriba también era ajustada, con un escote de barco adornado con un tul de un tono claro. Sencillo y sofisticado.

Rose tenía muy buen gusto. Casi no me reconocí cuando me vi en el espejo mientras ella me peinaba. Me trenzó una parte del pelo que recogió con elegancia y decoró con cintas, y dejó el resto de mi melena ondulada y castaña suelta sobre mis hombros y espalda.

Había hecho un buen trabajo, casi no quedaba rastro de la chica que se escapaba por la ventana para practicar con el arco.

Para tarminar, cogió una caja de terciopelo de uno de los cajones de mí cómoda y de ella sacó una pequeña tiara. Con un par de pinzas me la sujetó al pelo.

-¿Está segura?

Moví la cabeza y la tiara se mantuvo en su sitio, asentí en silencio.

Desayuné poco, ya que tenía un nudo enorme en el estómago,y me quedé aguardando a madre en el recibidor.

Durante todo el tiempo que esperé, solo podía pensar en las palabras de advertencia que el chico misterioso me había dicho, sentía que debía hacerle caso, y yendo al palacio aquel día lo estaba desobedeciendo.

Cuando madre bajó, me tomé un par de segundos para admirarla.

Se había puesto un vestido granate, adornado con pedrería. Estaba asombrosa, la falda era sencilla y caía en pico desde su cintura haciendo ondas, lo que realzaba su figura. El escote cuadrado y el collar de rubíes que llevaba le daban un aire muy elegante, aunque el toque final era, sin duda alguna, la gran corona llena de piedras preciosas que descansaba sobre su pelo recogido en un moño bajo.

Ambas subimos al carruaje sin dirigirnos palabra.

Salimos de palacio y yo no podía dejar de darle vueltas a la advertencia. ¿Y si pasaba algo? ¿Y si todo era una emboscada? Podría parecer paranoica, pero todo era posible. Aún más siendo nosotras.

Mi padre fue un guerrero de fama muy sonada, y tras su muerte, fueron muchos los que intentaron tomar nuestras tierras. Afortunadamente nos habíamos defendido bien, y se redujo a eso, intentos.

Ahora las cosas habían cambiado, nuestro ejército era terriblemente débil y con la falta de un heredero, el matrimonio era lo que madre debía hacer. Lo que debía hacer. O al menos eso era de lo que intentaba convencerme.

No íbamos armadas, bueno, ella. Yo me había tomado la libertad de esconder un pequeño cuchillo con su funda dentro de mi corsé.

Me tenté con preguntarle qué pensaba hacer si todo resultaba una trampa, pero preferí guardar silencio.

La reina del olvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora