CAPÍTULO 10

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Durante la siguiente semana, Azriel me ignoró por completo. Hasta cuando nos cruzábamos por los pasillos cambiaba de dirección para no tener tan siquiera que mirarme. Mejor. Yo tampoco quería verlo.

A pesar de ese sentimiento, me sentía mal por lo que había ocurrido en el bosque. Lo único que yo quería comprobar la veracidad de mi sueño, no hacerle daño, además, la conversación que había tenido con su padre... me había confundido aún más de lo que ya estaba. Me enfurecía no saber qué demonios estaba pasando en aquel castillo.

Hubo muchos más sueños, que se repetían, y siempre acompañados del dolor de cabeza.

Y así transcurrió nuestra estancia con los Marston.

Durante nuestro último día allí, el rey realizó un banquete para despedirnos. Asistió bastante gente, pero Azriel no, lo que aumentó mi intriga, curiosidad y culpa.

Las dos horas que tuve que quedarme se me hicieron eternas, me excusé diciendo que estaba cansada y necesitaba reponer fuerzas para el viaje de vuelta que realizaríamos al día siguiente. Salí del salón lo más rápido que pude.

Cerré la puerta detrás de mí y sentí un alivio tremendo, en aquella clase de reuniones siempre me sentía muy observada y juzgada por todos, no me imaginaba como madre era capaz de soportarlo. Las fiestas... y a aquel monstruo. Gennady Marston, desde el día en el que lo había visto hablándole de aquella forma a Azriel, se había convertido en la persona que más odiaba en el castillo ¿Cómo se atrevía? Me compadecí una vez más de madre.

Caminé por los corredores, y no en dirección a mi alcoba, sino a la de Azriel. Estaba dispuesta a conseguir respuestas.

No me costó encontrarla. Ya había investigado previamente casi todo el palacio porque no tenía otra cosa mejor en la que pasar el rato, incluso me había hecho un pequeño mapa.

Me quedé casi un minuto pensando en si llamar o no. Al final lo hice.

Toqué con suavidad la puerta, esperando una respuesta que nunca llegó. Repetí la acción más intensamente un par de veces, pero nada.

Demasiado intrigada, abrí un poco la puerta y me asomé por la ranura.

La habitación de Azriel era justo como la había imaginado. No seguía la misma decoración que el resto de estancias del castillo, aunque parecía que un día sí lo había hecho. Era amplia, casi tan grande como la de invitados, y estaba desordenada, un caos... agradable. Era una sensación extraña muy extraña, como si mis ojos ya estuviesen acostumbrados a ese desorden.

Me llamaron la atención las numerosas pilas de libros que se amontonaban por los suelos y las varias estanterías que también apilaban algunos. Vencida por la curiosidad, entré.

Pude ver que las brasas de la chimenea estaban frías, él no había estado allí durante las últimas horas. ¿Dónde se había metido?

Seguí dando tumbos por la habitación y reparé en que la cama estaba mal hecha, quizás no le gusta que el servicio entre a cuarto. Tenía sentido. La cama tenía dosel, pero las telas que deberían estar colgando no lo hacían. Las habrá quitado, también tenía sentido, porque todo parecía estar colocado como él quería.

Escuché cerrarse una puerta, deduje que la principal, y me escondí detrás de la puerta de la habitación. Escuché pasos y me aplasté contra la pared, cómo si esta pudiera tragarme y ocultarme de la persona que ahora se acercaba a la habitación. No, no se acercaba.

Los pasos comenzaron a oírse más y más lejos hasta que desaparecieron. Esperé un par de segundos en mi escondite antes de volver a mi investigación.

La reina del olvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora