CAPÍTULO 7

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Azriel

(TW: Autolesiones)

Avancé por los pasillos hasta mi alcoba y una vez entré, cerré con llave. Solté un gritó y noté como las lágrimas comenzaban a correr por mis mejillas mientras me sacudía, lleno de rabia y frustración.

Mierda, mierda, mierda.

Caminé nervioso por la habitación, alterado, y le pegué un puñetazo a la pared. Dolió, pero era lo que necesitaba para dejar de pensar en eso, dejar de pensar en ella. Lo conseguí durante un par de segundos.

Había hecho mal. No debí haber seguido a padre aquella noche hasta el bosque... Pero ella estaba en peligro, no quería ni pensar en lo que podría haber ocurrido si yo no la hubiera ayudado a escapar.

Y había reiterado en mi error volviendo a visitarla desde las sombras, todo para poder verla de nuevo. A pesar de que ella me había descubierto, yo seguía... Ahg... Odio admitirlo, pero ella era mi debilidad, y yo un ingenuo por pensar en que podía fingir que no había pasado nada.

No me consideraba idiota, pero ¿Por qué lo había hecho? Yo la conocía, sabía que buscaría respuestas ¿Por qué tuve que acercarme de nuevo? La estaba poniendo en peligro.

Recosté la cabeza sobre la pared a la que le acababa de pegar y me deslicé hasta el suelo, me senté y me abracé a mis rodillas. Hundí mi cabeza en la tela del pantalón y lloré.

¿Por qué era todo tan difícil? ¿Tan injusto? ¿Por qué nos tuvo que pasar eso a nosotros?

Me costaba respirar debido a haber llorado tanto, busqué consuelo en lo único que me quedaba de esa época de felicidad. Un colgante.

Estaba a punto de cogerlo cuando llamaron a la puerta.

Por favor, que sea ella. Por favor.

Me limpié un poco la cara y abrí.

-Habrá un baile, -esa voz me hizo tener ganas de rajarle la garganta a alguien- con motivo de celebrar mi compromiso. Pensé que querrías saberlo, por si te dignas a aparecer- terminó padre con desprecio.

Respiré. Mantuve la calma. La frialdad con la que había aprendido a enfrentarme a sus comentarios, porque sabía que eso le molestaba incluso más que cuando perdía los papeles.

No dijo nada más y se fue.

Yo también salí, pero después de dejar de oír sus pasos.

***

Ensillé yo mismo al caballo. No tardé mucho, y en nada estuve cabalgando a través del espeso bosque que rodeaba el castillo.

El viento impactando con mi rostro me hacía recordar que había más sensaciones a parte del dolor. Eso era lo que necesitaba, huir del dolor. Era algo cobarde por mi parte, pero no aguantaría si me enfrentaba a él. Simplemente, no podía.

El sendero estaba oscuro, reinaba el silencio. Un silencio aterrador para los que no se habían criado rodeado de él, a mí me parecía desquiciante. Me recordaba a las comidas en casa, a las conversaciones entre padre y madre, carentes de significados reales, vacías. A los silencios cortantes, peores que las discusiones.

Cabalgué hasta un acantilado y me detuve en el borde.

Allí, contemplando al horizonte, saqué del interior de mi camisa la cadena con losanillos. Éramos unos críos cuando nos los regalamos. Dos anillos, uno mío y otro suyo. Ella decía que servían para sellar nuestro amor, recuerdo haberme reído. Sonreí recordando los buenos tiempos y dejé escapar una lágrima. Aún dolía. Demasiado.

La reina del olvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora