CAPÍTULO 30

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Había llegado el día.

Me desperté mucho antes de que el sol saliera. Tenía trabajo por delante.

Ese era el día en el que cumplía diecisiete años... pero también era el día en el que por fín escaparía de esa locura en la que llevaba casi cuatro meses atrapada. El enorme castillo en el que me había criado pero que ahora me producía claustrofobia y que sentía asfixiante. El silencio ensordecedor que reinaba durante todo el día, a todas horas, solo interrumpido por mis pensamientos, y eso no mejoraba la situación.

Pero esto todo acabaría, porque iba a salir.

A falta de una mochila o bolso en el que transportar lo que me quería llevar, utilicé una vieja sábana para guardar los trastos que me llevaría. La cogí del armario y comencé a preparar todo, entre las cosas que llevaba se encontraban unas pequeñas bombas que producían humo. Solía usarlas con padre, junto con muchas más cosas de aquella cajita de madera para hacer ilusionismos. Eran necesarias para poder elaborar mi plan.

Madre no permitía que nadie acudiese a mi habitación, y eso incluía a Rose, por lo que tenía que vestirme sola. Y el vestido que había escogido era de todo menos sencillo.

Y es que el plan lo requería. ¿Dónde sino iba a guardar todo lo que me llevaría? Debajo de la pomposa falda, por supuesto.

Tardé en vestirme y colocar mi mochila improvisada debajo de las faldas sin que se notase. Sin sumar que por debajo llevaba pantalones.

Cuando estuve más o menos lista, me puse unos guantes blancos de encaje que iban a juego con el vestido, me peiné más o menos y me calcé.

Aún faltaba un rato antes de la hora del desayuno, por lo que repasé una y otra y otra vez el elaborado plan que tanto me había costado pensar. Cada vez que pensaba en él, intentaba perfeccionarlo, asegurarme de que no hubiera fisuras, cosa que era imposible, porque había demasiadas variables.

***

El tiempo pasó terriblemente lento, pero pasó. Y alguien llamó a la puerta.

Estaba tan concentrada en asegurarme de no salirme del papel, de que nadie sospechara nada, que no presté nada de atención cuando madre me empezó a hablar.

Relájate... Muéstrate ilusionada y correcta, es lo que esperan. Dales lo que quieren y no se preocuparán por lo que puedas hacer.

Lo único de lo que me acuerdo perfectamente es del largo discurso de disculpa que mi madre me ofreció, diciendo que lamentaba no poder acompañarme porque habían surgido inconvenientes y ella debía ir a solucionarlos. Yo dije que sí a todo, que no pasaba nada.

Y menos mal, porque no sabría qué hacer si ella me dijera que quería acompañarme.

Bien. De momento todo va bien. Tranquila.

Subí al carruaje y maldije cuando dos centinelas lo hicieron conmigo. Dentro de la carroza.

A ver cómo me deshago ahora de ellos...

No mentiré. En realidad sí estaba muy emocionada por salir, así que no me costó finjir para nada.

El coche de caballos dejó atrás el palacio.

Palacio que no volvería a pisar durante una larga temporada.

No me decidía a actuar. Tenía miedo, estaba asustada, no estaba preparada. Pero si esperaba a estarlo nunca lo haría.

Me atreví a sacar la mano por la ventana, consciente de la mirada de los guardias sobre mí. Supongo que gracias a la adrenalina, conseguí hacer que se me cayera el guante.

Ahora iba a empezar lo bueno.

Actué sorprendida y sofoqué un gritito. Volví a meter la mano dentro y fijé la mirada en las marcas.

-¡Oh! No, no, no... -dije.

Evoqué esos recuerdos que con tanto esfuerzo había reprimido y escondido en lo más profundo para que las lágrimas comenzaran a brotar de mis ojos y lo nublaran todo. La pesadilla, los sollozos de padre, Azriel... Todo. Pensé en todo eso para ponerme a llorar desconsoladamente.

-No... ¡Detened el coche! -exclamé con la vista fija en mi mano.

-Princesa, no podemos...

-¡Detened el coche! -casi grité, dando un respingo y mirando al guardia. -Por favor, os lo suplico... Yo... -me hice la afectada - No puedo estar con esto al descubierto... -levanté la mano descubierta.

-Lo lamento...

-¿De verdad quiere verme así? ¡Ay! Pobre de mí... Condenada a esto... -seguí llorando, dramáticamente y cubriendo mi cara delicadamente. La verdad es que no sé qué debían pensar de mí esos hombres.

-Está... bien. -musitaron los hombres al ver que yo no dejaba de llorar.

Bien.

-Gracias. -dije con dulzura mientras me limpiaba las lágrimas lentamente.

Dieron la orden y el coche se detuvo. Los dos se bajaron para ir a buscarlo, era hora.

Aguardé hasta que estuvieron lo suficientemente lejos y comencé mi labor. Me desabroché la falda lo más rápido que pude, quedando en pantalones, cogí la bolsa y no me molesté el quitarme la parte de arriba del vestido.

Con una mano en la manija de la puerta y la otra sujetando un par de bombas de humo respiré hondo para mentalizarme de lo que debía hacer. Correr. Correr hasta dejar atrás todo esto y, por fin, ser libre.

Pero se escucharon pasos, cerca.

No, vuelven.

Había tardado demasiado. No había más tiempo. Tiré las bombas y abrí la puerta.

La reina del olvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora