CAPÍTULO 18

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Azriel
Era el hombre más feliz del mundo, no lo dudaba. Quería detener el tiempo, quedarme allí, con ella sobre mi regazo, los dos sentados sobre la suave hierba en medio del bosque.

Era el cuarto día que pasábamos en aquella aldea y la primera vez que salíamos a pasear después del ataque, ya que Ilarya a penas me dejaba salir de la cama. Habíamos decidido adentrarnos un poco en el bosque, no mucho, por obvias razones, y ahora descansábamos a los pies de un antiguo roble.

Ilarya me curaba y me cambiaba los vendajes dos veces todos los días y se preocupaba de que no realizase ningún esfuerzo. Yo intentaba hacer lo mismo por ella. Echaba de menos esa forma por la que se preocupaba por mí. En general, la había echado muchísimo de menos, y ahora que todo iba relativamente bien... Casi no podía creérmelo.

Ella había recordado, parcialmente, pero había recordado. Me había recordado.

La conocía, y sabía que, aunque no lo mostraba, sentía una profunda curiosidad por esa parte de su pasado que no sabía, y como yo no iba a darle respuestas, las buscaría por su cuenta. Eso me inquietaba.

-Azriel... -susurró ella sobre mi regazo.

-¿Sí? –respondí pasando mis dedos sobre su pelo.

-Lo has estado evitando, lo sé... Yo tampoco sé cómo manejarlo pero... Tenemos que volver.

Heché la cabeza hacia atrás y cogí una profunda respiración.

-Lo sé...

-No tiene por qué ser inmediato, –levantó la cabeza –podemos quedarnos... aquí.

-Ilarya, tenemos que volver. -contesté con suavidad.

-Tú aún estás débil, -se incorporó y se puso de pie sin dejar de mirarme –y no creo que haya ningún inconveniente en que nos quedemos...

Yo también me levanté, con un poco de dolor, y la sujeté por los hombros.

-Tenemos que volver ¿vale?, –repetí –yo estoy bien y no tenemos por qué darles más trabajo a las personas del pueblo. -Ella tensó los labios pero asintió.

-Pero... mañana. –añadió.

-Mañana. –repetí.

Nos cogimos de la mano y echamos a andar, de vuelta a la aldea.

-Azriel... ¿Necesitas... hablar? –preguntó mientras apretaba con suavidad mi mano.

-¿Hablar? –la miré.

-Sí, -fijó la mirada en el horizonte –sobre todo... Tu padre, la... la muerte de tu madre, todo... Todo por lo que has pasado.

-No –respondí con rapidez.

-De acuerdo... -se detuvo y me colocó frente a mí –Pero debes saber que... que te admiro, mucho, por todo lo que has pasado, eres muy fuerte.

Nadie nunca me había dicho nada así, y esas palabras me llegaron al corazón y noté que reparaban algunas grietas que llevaban años abiertas.

-Gracias –dije inclinando la cabeza.

-Azriel, -me sujetó la cara con las manos y la enderezó –quiero que sepas que siempre vas a poder hablar conmigo, contarme lo que sea, ¿de acuerdo?

-De acuerdo... -dije mientras juntaba nuestras frentes.

Nos quedamos unos segundos quietos y ella echó a andar primero, yo la seguí.

-Ah, un cosa más...

-Mhm... -dije mientras volvía a agarrarle la mano.

-El otro día... durante la última noche que pasé en tu castillo... Conocí a una chica.

La reina del olvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora