El sol rajaba el cielo en dos, elevado entre los imponentes edificios de los alrededores del Times Square. Derek y Venice se encontraban caminando a mi lado, el primero con unas gafas oscuras y una camisa estampada que lo hacía ver bastante más serio de lo que era en realidad. La otra había ocultado su cabello rosa con un tinte no permanente de su color natural, vistiendo un sobretodo azul violáceo con el que seguramente estaba sufriendo bastante el calor pero, había que admitir, le quedaba increíble.
Los tres nos dirigimos hacia las oficinas de Químicos Hallgray, para comenzar a poner en marcha nuestro plan. Agradecí para mis adentros que Mia estuviese coordinando la misión desde la sala de la biblioteca, porque eso aseguraba que, ante cualquier problema, todo el grupo estaría notificado acerca de aquel hipotético inconveniente. Todo debía mantener una sincronización impecable; ameritaba una comunicación mínimamente igual de eficaz.
Una vez llegamos a la puerta principal del edificio de la corporación, una joven recepcionista de facciones asiáticas nos recibió— Bienvenidos a Químicos Hallgray, ¿A qué se debe su visita? Nuestras oficinas solo trabajan con citaciones previas...—. En su forma de pararse pude notar una vehemencia en calma, expectante a actuar.
Derek bajó un poco sus gafas, haciendo contacto visual con los rasgados ojos de la chica— Soy Derek Lewis, hijo del sub-gerente ejecutivo Johhan Lewis. Mi padre me dio esta tarjeta de acceso, así que puedo solicitar una reunión extraordinaria con el gerente— el rubio había sacado de su bolsillo una tarjeta blanca con escrituras en impresión dorada, que había tomado del cajón de su padre. Johhan ahora mismo se hallaba en un viaje de negocios en Tokio, por lo que ni se enteraría de las horas que su hijo pasó buscando meticulosamente la tarjeta de acceso, y mucho menos del soborno que le ofreció a la señora encargada de la limpieza de la casa por mantener complicidad. —Sin embargo, sería irresponsable de mi parte tener una reunión con el compañero de trabajo de mi padre. Ellos tienen una buena relación y yo soy algo así como un sobrino para el gerente. Es por esa razón que, y espero me comprenda, serán mis representantes los encargados de presentarse en dicha reunión—.
La joven empleada acomodó su cabello un poco hacia atrás algo incómoda y terminó por asentir, haciendo una leve reverencia. Su actitud se había modificado en absoluto: completa sumisión— Como no, señor. Acompañenme por aquí— terminó por acotar, comenzando a adentrarse en el edificio y haciendo que Venice y yo la sigamos hacia los pisos superiores.
Mientras caminábamos, en un movimiento muy fino, envié un mensaje de texto a Mia, informándole que la entrada había sido exitosa.
Venice se notaba bastante nerviosa, puesto que su parte del trabajo sería mucho más difícil que la de Derek— Sígueme la corriente, se como hacer que consigas lo que quieres— fue lo único que pudo decirme antes de que la recepcionista se detuviese frente a una puerta de madera con un prominente picaporte color cobre, y una placa en el centro que expresaba el título de "Gerente Ejecutivo".
Toqué la puerta, golpeando con mis nudillos levemente. Pasaron unos segundos y al no obtener respuesta, volví a golpear. Como la respuesta volvió a ser nula, Venice rodó los ojos y acto seguido tomó el picaporte para abrir la puerta ella misma.
Dentro de la sala, un hombre entrecano de unos sesenta años nos miró perplejo, totalmente sorprendido de ese comportamiento aparentemente impulsivo que mi compañera había tenido.
—¡Paupérrimo!— gritó Venice, rompiendo el silencio sepulcral que inundaba la incómoda situación— Paupérrimo, es el comportamiento de su empresa con respecto al agrotóxico que sacaron al mercado el mes pasado—.
El gerente se acomodó sus gafas redondas, aclarando su voz antes de hablar— Nuestro nuevo producto no es un agrotóxico, señorita. Lamento informarle que acaba de ser víctima de la tergiversación mediática a la que todos nos vemos expuestos— terminó, dejando salir una risa nerviosa al final. Me resultó particularmente peculiar la manera en que el hombre comenzó a justificarse y entregar explicaciones siendo que desconocía en absoluto quienes éramos. Denotaba que no era la primera vez que había tenido que justificarse estos días; ese discurso estaba demasiado armado.
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Club de Horus
Teen FictionEl traslado desde su pequeño pueblo natal hasta la gran ciudad de Nueva York fue particularmente complejo para Jem Myers, un joven de dieciocho años cuyo sueño es convertirse en un aclamado psiquiatra. Su problema no fue precisamente la distancia c...