Capítulo 7

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Llegar a la sala del Club era una suerte de ruleta rusa. Como yo desconocía completamente los horarios de la mayoría, cada vez que arribaba suponía encontrarme con quien fuera que estuviese en aquel momento. Un par de veces había corrido con suerte, hallando a más de una persona en la sala. Odiaba quedarme solo con alguno de ellos, puesto que no sentía la confianza suficiente para mantener una conversación tan fluida, uno a uno. Todos, excepto por Venice.

Esa misma mañana la había hallado sentada sobre uno de los sillones, tecleando por sobre su notebook. —Hay café en la máquina, si te apetece— fue su modo de darme la bienvenida, ni bien apoyé mi mochila sobre el escritorio.

Frente a su comentario obedecí, y me acerqué a la mesita donde se hallaba la cafetera para servirme una taza.

—¿No debes ir a la uni?— pregunté. Tan solo intentaba mantener una conversación natural. Ella negó con la cabeza, mostrándome su pantalla— Los miércoles tengo clases por la tarde, ahora estoy terminando un trabajo que debo entregar pronto, ya estoy cansada de escribir—.

La chica estiró sus brazos cual gato recién despierto, y seguidamente yo me acerqué, quedando de pie por detrás de ella, para poder ver lo que me mostraba en su ordenador. Se veía abierto un largo documento de texto, con algunas fotografías distribuidas a lo largo del mismo.

Hacía relativamente poco que me había enterado que Venice estudiaba la carrera de actuación en la universidad. "Me gustaba el periodismo, no te voy a mentir. Pero no podría trabajar de aquello toda mi vida, para mí explotar mi creatividad es más importante que una buena paga", había confesado la noche anterior, cuando estaba un poco pasada de la cantidad de vodka en sangre que poseía. En su momento, me había sonado a una hipocresía. Era muy fácil hablar de la importancia de la creatividad cuando tu familia rebosaba de dinero. Pero Venice no era así, lo sabía. Sus palabras eran honestas.

—No sé mucho de historia de la actuación moderna, pero me agrada escribir. Si quieres puedes decirme cual es la idea de lo que quieres transmitir y yo puedo acomodarlo para darte una mano—. Es lo menos que podía hacer: ella había sido la única de todo el Club que había saltado a defenderme el día de mi llegada. Quería devolverle el favor, y explotar mi capacidad de decir pocas cosas en muchas palabras me pareció una idea fenomenal. Al fin y al cabo, cada uno "explota" su creatividad como es capaz.

La chica se sintió un poco culpable al principio, pero al notar lo bien que se me daba escribir, desistió sus quejas y se limitó a observarme, algo impresionada. Me tardé un par de segundos hasta darme cuenta de que se había quedado con la mirada puesta directamente sobre mí. Pero apenas volteé a mirarla, ella me corrió la mirada. Y automáticamente, un sonrojo se formó en su rostro.

Los siguientes minutos parecieron horas: ambos estábamos sentados uno al lado del otro en ese cómodo sillón. Su mano había quedado sobre mi rodilla, y yo rogaba para mis adentros que la dejase quieta. Su boca se mantenía cerrada, mas luego de unos instantes volvió a recostar su cabeza sobre mi hombro, tal y como había hecho la noche anterior. —Bueno, creo que esto será suficiente para que saques una buena nota— interrumpí, intentando inútilmente mantener mi tono de voz lo más natural posible. Había tartamudeado, y eso era raro.

No obstante, eso no pareció incomodarle. Me sentí decepcionado al notar como el peso de su cabeza sobre mí desaparecía, pero dicha sensación fue contrarrestada por una nueva y magnífica sensación. Acomodando su corto cabello hacia atrás, Venice se acercó a mi mejilla y dejó un beso sobre la parte inferior de ésta, rozando sus labios con mi mandíbula. —Gracias Jem, me salvaste la vida— susurró, pero no contesté nada. Sentí una extraña mezcla de emociones difíciles de poner en palabras. Pero no era una sensación desagradable, todo lo contrario. Era un sentimiento embriagante, como si fuese ilícito encontrarse en ese estado durante todo el día; un exceso de serotonina que excede la realidad.

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