Los días luego de la muerte de Venice fueron largos y silenciosos. No había podido asistir a su entierro porque coincidió con el momento en que estuve internado en el hospital, pero aun así había ido al cementerio a visitarla luego de la ceremonia, puesto que necesitaba despedirme una última vez. En mi familia siempre me formaron con una educación religiosa, pero llegada mi adolescencia comencé a hacerme distintos planteos de índole copernicana, acerca de si había algo en el más allá.
Siempre me había generado mucha inseguridad, pero a la vez interés todo lo referido a la pérdida de la vida: si es que había alguien que juzga nuestros actos, si es que había una posibilidad de volver a vivir en otra forma de vida si no habías completado "tu misión" ... Si es que acaso teníamos una misión en nuestra vida, o solamente existimos en este ínfimo espacio del universo para hacer simplemente lo que nos dé la gana.
Es por esa razón que terminé alejándome de las contradicciones que representaban para mí las religiones y decidí tomar un camino más bien escéptico. Pero eran estos momentos en los que dudaba acerca de si debía o no debía elegir creer en algo. Si podía tener algo en que creer, alguien a quien llorarle.
Sin embargo, cada vez que sufro una pérdida, por más insignificante que resulte, llego a la misma conclusión. Me encantaría creer que algo en el más allá existe, un lugar donde todas esas personas que abandonan mi vida se encuentran felices, esperando a por mi llegada. Mas es imposible elegir o no creer en eso, no puedo decidirlo, simplemente no es mi elección creer en algo así o no.
Por eso es que, algún día me gustaría poder preguntárselo a alguien. A alguien como Venice. Pero eso me es mucho más que imposible. En consecuencia, tan solo pude ir y quedarme al lado de ese sector de tierra que recientemente había sido removido, y que aún se encontraba desnivelado con respecto al verde césped que decoraba el hermoso jardín del cementerio. Solo me quedé sentado en silencio, intentando liberar mi mente, junto a lo único que podía mantener de ella en este plano terrenal.
Los demás integrantes del Club me habían resumido lo que había ocurrido los casi dos días que estuve inconsciente por el shock. La madre de Venice, la señora Leohart, había roto en llanto al escuchar la noticia y preparó todo un evento simplemente para pasar de madre desdichada, pero luego de un par de días ya estaba viajando nuevamente a Milán para una conferencia de moda. Según me había comentado Derek, la relación entre Venice y su madre no había sido para nada buena desde que su padre había muerto; ella no era un ejemplo de madre, siempre la dejaba a la deriva una y otra vez, jactándose falsamente frente a las cámaras de lo mucho que amaba a su hija. Venice, por otra parte, decidía no seguirle el juego a su narcisista madre, por lo que cortaba toda posibilidad de vínculo siempre que le era posible.
En el Club, por otro lado, se respiraba una atmósfera de obvia tristeza general. Las autoridades habían abierto una causa respecto a la tragedia, mas había sido desestimada rápidamente, concluyendo en un potencial suicidio.
Y es que todo apuntaba a una muerte planeada, el escenario no carecía de sentido. Sin embargo, nadie estaba conforme con la situación, pero aún así decidimos mantenernos unidos frente a la adversidad. Todos los días resultaban exactamente iguales.
Hasta que en un par de semanas eso cambió.
Nos encontrábamos reunidos en la sala común del Club en la biblioteca, cuando de la nada, Miles aclaró su voz, decidido a hablar.
—¿Recuerdan por qué confundimos a Jem cuando llegó aquí por error?— preguntó al aire. Fue Derek quien le contestó, sin levantar la vista de su celular— Porque supuestamente iba a venir otro chico y pensaron que Jem era el chico en cuestión—.
Miles chasqueó su dedo, apuntando hacia el rubio— ¡Exacto!—. A continuación, se puso de pie y comenzó a dar pasos en círculos alrededor de los presentes— ¿Y adivinen quien me acaba de mensajear diciendo que acaba de llegar a Nueva York después de un largo vuelo?—.
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Club de Horus
Fiksi RemajaEl traslado desde su pequeño pueblo natal hasta la gran ciudad de Nueva York fue particularmente complejo para Jem Myers, un joven de dieciocho años cuyo sueño es convertirse en un aclamado psiquiatra. Su problema no fue precisamente la distancia c...