No pude contener las lágrimas, llevaba toda mi vida guardando ese grito en mi pecho, ese grito que no pude dar ese día, porque todos me estaban mirando. Con sus ojos maliciosos, con su cara de burla. Finalmente lo deje salir:
— ¡Declan! — grité con todas mis fuerzas, como no lo había hecho jamás. Tras ello me sentí un poco más desahogada, pero continuaba mi preocupación.
Entré al hospedaje nuevamente la mujer chismosa estaba ahí:
— ¿Cómo te fue querida?
— Bien hasta mañana. — mientras subía
— ¿Encontraste la persona que andabas buscando?
— Disculpe debo hacer una llamada. — cerré la puerta
Me dejé caer en la cama un rato para descansar, estaba fuera de forma.
Decidí que el próximo día iría a la antigua casa de Declan, dentro de las cosas que me dijo su padre por teléfono, era que la cabaña estaba abandonada desde hace mucho, el buscó en su momento, pero no lo encontró. Tenía la esperanza de que ahora sí podría estar ahí.
Me quedé dormida con todo y ropa.
Cuando desperté me duché rápido y volví a salir.
Ya conocía de memoria el camino hasta su casa antigua, así que con el auto en cuestión de minutos llegué.
Ya no se veía como en el pasado, realmente la casa se veía mal, en años no habían hecho ni la más mínima reparación. Hasta la vegetación amenazaba con tapar puertas y ventanas. Queriendo sepultar para siempre, aquel lugar dónde hubo tanto dolor.
Me costó abrir la puerta, una vez dentro me dispuse a recorrer la casa.
Miré el living, la cocina, el baño de visitas, la lavandería, todo lo que estaba en el primer piso. Ni rastros de que una persona pudiese haber estado ahí en mucho tiempo. Traté de buscar en el piso si es que había alguna entrada hacia algún sótano. De hecho, lo había. Era típico en las construcciones de este lugar que casi todas las casas tenían uno.
Alumbré con mi celular y bajé con cuidado a las escaleras. Busqué a tientas casi un interruptor, pero no pude encender nada. Seguramente la energía había sido desconectada hace mucho tiempo.
Traté de darme valor en la oscuridad, debía revisar por si acaso Declan estuviese inconsciente. Miré el piso, los trastes viejos, todo lo que tenían acumulado, y en el fondo pude divisar una pequeña puerta. Me acerqué y estaba con candado. Busqué algo grande con que romperlo. Luego de varios golpes el candado cedió.
Era un pequeño cuarto, como de alguien que quiere guardar secretos, y en efecto lo eran.
Tapé mi boca del asombro, cuando me di cuenta lo que había pegado en las paredes, todo se reducía a fotos mías y de Declan. Dibujos de mí, hechos con sumo cuidado.
Una cantidad interminable de hojas repletas de poemas de amor. Muchos de ellos no los conocía. Ni siquiera yo los había visto
Sentí una inmensa pena, al imaginarlo, en su soledad, aferrándose a todo lo que escribía, lo que dibujaba, lo que yo le inspiraba. Y ni siquiera podía imaginar el dolor de lo que sintió ese día cuando el maldito de Michael le mintió.
Ahora podía entender quizás un poco todo lo que había vivido.
Porque transformó esa alma tierna en una de acero. Y como reemplazó en su corazón el amor que sentía por mí, por odio.
Necesitaba encontrarlo. Se merecía su final feliz, aunque fuera sin mí. Nunca fui de las que tolera las injusticias, y esta era la mayor de todas.
Seguí hacia el segundo piso, abrir cuarto tras cuarto, hasta que llegué al que seguramente fue de él.
Todo estaba cubierto de polvo, solo divisaba una cama con sábanas opacas. Una mesita de luz y un retrato.
Quité el polvo del retrato y era una mujer. Seguramente era su madre, tenía sus mismos ojos azules, su mismo cabello negro y sedoso y esa piel blanca y tersa. Quizás por eso su padre lo evitaba, en el fondo le recordaba día a día a ella.
En medio de tantas cosas llenas de polvo y que se veía que no habían sido tocadas por años no pude encontrar un solo indicio nuevamente.
Me estaba empezando a desesperar.
Volvía por el camino y me percaté que pasaba justo frente a mi antigua casa. Todas las luces estaban apagadas. Pero realmente no sentí ningún más mínimo impulso de pasar. Descubrí en mi corazón que mi madre se había convertido en una perfecta extraña.
Fui a un servicentro a poner gasolina al auto y al pagar me encontré con otro chico ahora ya un hombre, que conocí en la vieja escuela.
— July que gusto verte, tanto tiempo — a pesar de los años me había reconocido enseguida, yo tardé un poco más
— ¿Cómo estás?, también me da gusto verte— era otro pequeño mártir al que molestaban a diario. No los bravucones más grandes, pero si otros más pequeños que querían seguir sus pasos. Hasta que un día con mis amigos los encerramos en los casilleros que tenían duchas y les dimos una paliza. Desde ese día lo dejaron en paz y está pobre alma se volvió nuestro admirador.
— No sé si te acuerdas de Declan un chico que siempre iba vestido de negro de pelo desgreñado. Ahora se ve distinto, tiene pelo corto, ojos azules y mide como 1,90. ¿Por casualidad lo has visto en algún lugar?
— No. ¿Le pasó algo malo? — me preguntó preocupado
— Creo que está perdido, pero si lo ves podrías llamarme — le dejé mi número
— Por supuesto July, solo avísame si debemos salir a buscar, puedo conseguir más gente.
— Gracias te veo luego.
— Que te vaya bien July.
Al subirme a mi auto, se acerca una mujer anciana, era una de las conocidas de mi madre.
— Qué bueno que por fin estás aquí July — me dijo en tono triste
— Hola, ¿qué pasa?
— ¿Cómo no te has enterado? — me pregunta la anciana
— No, en realidad es que llevo años sin venir aquí.
— ¿Y no has visto a tu madre?
— No desde que me trató de ramera y me echó para siempre de su vida, con lo puro puesto.
— Siento mucho que te hayas tenido que ir de esa manera July. Tú madre está gravemente enferma.
— ¿Y qué enfermedad tiene? — pregunté
— Cáncer
— ¿Tanto puede ser su rencor, tanto rencor tiene que ni en estas circunstancias trató de comunicarse conmigo? — Pensé en voz alta
— No la juzgues July.
— Está bien voy a ir a verla. ¿Está en el hospital?
— Sí querida.
— Hasta luego entonces.
No podía creerlo. Que con los años que estuve fuera de casa, las veces que intenté comunicarme con ella al ver mi número jamás se dignó en contestar. De hecho, no he cambiado mi número nunca. Y aun muriéndose seguía despreciándome. Era realmente increíble.
Me dirigí al hospital más por obligación que por cariño.
ESTÁS LEYENDO
Me enamoré del feíto
RomanceEsta historia de amor no es como cualquier otra. Pues en su mayoría tratan de bellas damiselas y apuestos príncipes, que están destinados a estar juntos por sobre todas las cosas. Y se olvidan que los feos también se enamoran, se obsesionan, se apas...