Remendando heridas Parte 26

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Entré en el número de habitación que me habían indicado y ahí la vi.

Antes era alta y esbelta, ahora se había convertido en un pequeño montón de huesos, llena de parches y con medicamentos conectados a sus venas.

— Hola mamá.

Al levantar sus ojos se veían distintos, no puedo explicarlo, era como si una sombra de muerte con antelación se hubiese apoderado de su brillo.

— July — y comenzó a sollozar

— ¿Por qué no contestaste mis llamados?

Ella no respondía nada, solo estaba ahí como una pared hermética e impenetrable por la cual no podía atravesar para tratar de entenderla un poco.

— No te preocupes July, es Dios que me castiga por ser una mala madre.

— Siempre te esforzaste porque estuviera con mis amigos en el sótano ¿recuerdas? Eras tan generosa a pesar de que teníamos poco, qué te hizo cambiar tanto. Cómo unas simples fotos te hicieron perder para siempre el amor a tu hija. Tienes que explicarme mamá. No te puedes ir de este mundo dejándome esa pregunta sin responder.

— Porque era esclava del qué dirán, cada vez que iba a comprar algo y me miraban murmurando la clase de hija que tenía. Que se mostraba desnuda sin ningún pudor. Me sentía avergonzada. Y en vez de hacerle frente. Volqué mi rabia contra ti. —Respondió mi madre

— Jamás entenderé esa forma estúpida que tienen de ser, que viven de las apariencias. Yo ya sé que no soy hija verdadera de tu exesposo. ¿Tuviste una aventura madre? Porque los resultados de ADN no mienten.

— Tu padre sabía que mi corazón le pertenecía a otro hombre, quizás fue eso lo que finalmente hizo que se alejara de nosotras. Tú eres el resultado de un encuentro que tuve con mi verdadero amor. Te hice con amor July.

— ¿Y por qué no te casaste con ese hombre? —pregunté intrigada

— Porque él ya estaba casado.

— Entiendo, toda nuestra vida de familia fue una mentira, pero te escandalizaban más mis fotos. Jamás podré entenderte madre.

— Me arrepiento de mi forma de actuar contigo hija.

— ¿Cuánto tiempo te queda?

— Estiman que unos dos o tres meses.

— ¿Y con tan poco tiempo aun así no me llamaste y dices que te arrepientes? — le pregunté incrédula

— No quería que me vieras en este estado, ya bastante dolor te había causado al dejarte sola, no quiero ser más una carga para ti — se excusó

— Podrías haber dejado que yo decida eso, ¿verdad?

— ¿Pero hija que hubieses hecho con tu carrera?

— ¿La carrera que estudié obligada porque no tenía opción a nada más? Solo le estudié porque me dieron una beca. Jamás fue mi verdadera vocación. — le aclaré

— Aún tenemos tiempo para perdonarnos hija, más que nada tú a mí.

— En realidad no vine por ti a este pueblo madre — le dije honestamente

—¿Y a quién buscas?

— Declan está desaparecido.

Salí del hospital con un peso aún mayor.

Mi madre aun estando en sus últimos días de vida no era capaz de comunicarse conmigo.

Y por más que trataba de pensar no podía entrar en la mente de Declan y adivinar en dónde podría estar ocultándose.

Tenía miedo que estuviera herido o peor aún que se hubiese hecho daño. El alma de Declan estaba enferma eso era un hecho, seguramente no estaba pensando las cosas con claridad.

Tras ver a mi madre con la certeza de que pronto partiría de este mundo esta vez sí sentí deseos de entrar a mi antigua casa.

Quería ver mi cuarto por última vez.

En cierto modo quería despedirme de los recuerdos felices que tuve en ese lugar.

Conduje con pesadumbre hasta llegar a mi casa.

La llave como siempre estaba debajo del tapete.

La verdad sentí pena al entrar y ver lo abandonado que estaba todo. Esa misma sensación como cuando entras a un pueblo fantasma. Que sientes como ecos y murmullos. De la gente viva que alguna vez transitó por ahí.

Subí directamente hasta mi cuarto. Todo estaba intacto igual como lo dejé.

Me llamó la atención que cuando revisé no pude encontrar mi diario de vida. Tampoco las fotos que dijo Declan y el poema más importante que guardaba.

Era evidente que alguien lo tomó, y de mi propia habitación.

No lo podía creer. Quien tendría semejante osadía.

Por más que pensaba no creía capaz a Michael como para entrar a hurtadillas a mi habitación.

En realidad, era un imbécil que solo se daba valor cuando andaba en grupo. Un simio sin cerebro. Esta traición era demasiado elaborada para su pequeña cabeza.

Me tendí sobre mi cama polvorienta sin saber que pensar. Eran demasiadas malas noticias.

Me quedé dormida sin querer, cuando desperté ya estaba atardeciendo.

— ¡Diablos! cuántas horas habré perdido. —me reproché enojada

Y ni siquiera sabía por dónde seguir mi búsqueda.

Bajé al primer piso y se me ocurrió que quizás mi diario pudiese estar en algún lugar del sótano.

Baje con pesadumbre las escaleras, me traía demasiado recuerdos dolorosos de mi vida pasada con Declan.

Cuando bajé el último escalón escuché una respiración leve, me alarmé, lo primero que se me vino a la mente es que algún vagabundo se había aprovechado de que la casa estaba abandonada y estaba ocupando el sótano como su nuevo hogar.

Subí de nuevo las escaleras sigilosamente y fui buscar un palo. Esta vez antes de entrar encendí la luz y bajé a toda carrera para asustar al intruso.

— Quién está ahí, esta es mi casa, sal de inmediato. ¡Ya llamé a la policía! — dije gritando

Y pude darme cuenta que alguien estaba tendido en nuestro viejo sofá tapado con una manta y levantó levemente su cabeza.

Abrí mis ojos de par en par, cuando me di cuenta que el intruso era Declan.

Solté el palo al pie de la escalera y me acerqué lentamente.

— Tu padre está preocupado por ti hace días que te busca, ¿qué haces aquí? — le pregunté en voz baja

Él me quedó mirando y no decía nada, su rostro estaba demacrado, se notaba que había estado ahí tirado sin comer por varios días. Era como si solo se hubiese quedado ahí esperando desaparecer. 

Me enamoré del feítoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora