Capítulo I

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I.

Mi encuentro con la chica

Mis ojos estaban pesados. Mi cuerpo también, ¿Qué significaba esto? No lo entiendo muy bien. Solo sé que muevo mis manos, viendo las articulaciones de mis dedos doblarse. Mis articulaciones duelen, al igual que mis falanges. Es extraño. Una sensación extraña. ¿Dónde estoy? ¿Para dónde voy? Miles de preguntas se hace mi corazón.

—Tranquilo, gatito —musito ella con dulce voz—. Solo estas perdido.

¿Perdido? ¿Qué quieres decir con eso? Puedo ver el camino, en blanco y negro. Las personas caminando a mi alrededor, siguiendo su camino a todo babor. Camine y camine, siguiendo a la multitud.

—Es por aquí.

Volví a escuchar. ¿De quién es esa dulce voz?

Mire hacia todos lados, buscando y buscando. Nadie me observaba a pesar de estar gritando. En realidad, mi voz ni por mí mismo se oía. Extraño. Es como estar en un mundo vacío, sin sonido alguno.

Camine y camine otra vez entre la enorme multitud. Estaba helado. Mi cuerpo iba poco a poco perdiendo aquel calor que nos permitía a los humanos vivir.

Caí en pleno césped, ¿césped? ¿Cómo llegue justo a la zona frente a la Torre Eiffel? ¿Torre Eiffel? ¿Cómo sabia su nombre?

Ni siquiera soy capaz de recordar el mío.

Me recosté ahí, mirando hacia el cielo. Poco a poco, mis ojos iban cerrándose a la luz. Estaba cansado. Agotado de tanto caminar. Fui cayendo. Poco a poco dentro de mis sueños.

Olvidando todos los recuerdos.

—¡No es tiempo de dormir!

Me asuste, abriendo mis ojos de golpe. Juro que pegue un salto sobre el césped, sentándome luego del enorme susto que provoco..., ¿una chica?

Parpadee muchas veces, observándola detenidamente. Era una chica. Cabellos azabaches y ojos azules como el cielo. Sonrisa de labios rosa y tiernas coletas que tocaban sus hombros cubiertos por una capucha roja de motas color negro. Estaba vestida de una larga falda negra y camisa blanca cubriendo su cuerpo. Me hacía recordar al cuento de la caperucita roja.

¿Eh? ¿Caperucita roja? ¿Qué es eso?

—Así que aún no olvidas todo —sonrió, agachándose a mi alrededor. Apoyando su barbilla en ambas manos y fingiendo ser de mi tamaño.

Espera..., ¿Tamaño? ¿Por qué era tan pequeño?

—No siempre despertaras siendo alto como lo fuiste antes, gatito —llevo su mano, acariciándome sobre mis ojos. Es extraño, pero se sentía bastante bien. Cómodo—. Debes acostumbrarte antes de subir.

¿Subir? ¿Dónde?

—Oh, veo que eres un novato en toda palabra, gatito.

Okey, no estoy comprendiendo nada. En especial, porque estas vestida con esas ropas tan raras como si fueran sacadas de un cuento de hadas.

—¡Oye! Eres un grosero, esto que uso me gusta —inflo sus mejillas. Parece una cría en toda palabra—. Te oigo, gatito~.

Esto si esta raro. Es como si escuchara todos mis pensamientos y..., ¿Por qué diablos me llama gatito?

—Porque eso es lo que eres —rio ante ello. Chasqueo sus dedos, haciendo aparecer un pequeño espejo en sus manos—. Mira por ti mismo, mini miau.

Poso el espejo frente a mí y yo, simplemente vi mi reflejo en el objeto.

Pelaje oscuro. Dos orejas pequeñas. Cuatro patas.

Ojos felinos color esmeralda.

¡Oh, diablos! ¡¡Soy un maldito gato!!

La chica empezó a reír ante mi pánico, más mi espalda arqueada y pelos de punta. No podía hablar, solo chillar a través de maullidos.

¡¿Un gato?! ¡¿Por qué diablos soy un gato?!

¡¿Qué demonios está pasando?!

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