Capítulo XVIII

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18.

Regreso.

Desperté.

Una habitación blanca. Olor a analgésicos, morfina y sabanas limpias de un hospital.

¿Hospital...?

¿Qué hago en un hospital?

Parpadee muchas veces, viendo todo a mi alrededor.

Mi garganta ardía como los mil demonios. Mire hacia abajo con la poca fuerza que poseían mis músculos oculares, notando la mascarilla que me permitía respirar.

El bip de las maquinas se metió en mi cabeza al fin, comprobando que efectivamente me encontraba dentro de una habitación de un hospital que ni siquiera sabía por qué.

—¿Do-Don... de... estoy...? —mi voz ronca se escuchó dentro de la mascarilla, apenas podía hablar.

La puerta de la habitación se abrió.

Viendo a una mujer alta y de cabellera cobriza. Sus ojos esmeraldas estaban serenos, mirando el piso por donde caminaba. Esas baldosas blancas y sin ningún sentimiento, siendo conocidos nuevamente por sus deportivas.

Ella no era de usar sudaderas y vaqueros ajustados. Siempre usaba ropa formal por el trabajo. Aunque en ese tiempo, no se le notaban las ojeras bajo sus esmeraldas.

Se le notaba lo cansada que estaba.

Mientras sus manos abrazaban con fuerza un arreglo de flores y una bella vasija de porcelana y lindos diseños de animales palpados en ella.

—Ma... má... —susurré como pude.

Ella levanto rápidamente su mirada, dejando caer el tierno arreglo al suelo. Este se estrello contra las baldosas. Probablemente haya dejado una herida en ese blanquecino piso.

Sus dedos temblorosos tocaron sus labios pálidos. Lo que más me cabe en la mente es que tal vez no haya dormido durante un largo tiempo. Se le veía muy cansada.

La culpa me carcomió.

Fue más fuerte este sentimiento cuando corrió hacia mí. Todo mi cuerpo recostado en la camilla.

—¡Adrien! ¡Hijo mío...! —me abrazo, sin envolverme en sus brazos, lloro en la zona de mi estómago. Empapando las sabanas con sus dulces y amorosas lagrimas—. D-Despertaste... al fin, mi amor... estaba... —su voz estaba rota. Muy rota—. N-No sabes lo preocupada que estaba.

Ella continúo llorando, creo que una media hora. Llamo a mi padre, llegando desesperadamente y con su traje totalmente desordenado. Era irreconocible. Tanto que me causaba cierta risa.

Al poco tiempo, llego el doctor que me estaba cuidado junto a una enfermera de edad a su lado.

Wang Fu, uno de los mejores médicos neurológicos de Paris. Bueno, mis padres tenían dinero para pagarle, pero ¿Por qué necesitaban un médico que examinaba cerebros?

—Me alegra que haya despertado, joven Agreste —estaba revisando mi pecho con el estetoscopio—. Respiré profundo —seguí ordenes—. Exhale.

Me encontraba sentado en la camilla, aun con la intravenosa en mi brazo, pero sin la mascarilla para respirar adecuadamente. El doctor Fu alejo el estetoscopio, sonriendo gustoso.

—Pulmones sin ningún fallo y el corazón funciona muy bien —miro a mis padres, quienes estaban en una esquina de la habitación—. Su hijo esta en perfectas conficiones, señores Agreste.

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