Capítulo VII

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7.

Estrellas.

Oye, Ladybug.

—¿Qué sucede, mini miau? —volvimos a emprender camino luego de comernos, en realidad, engullirme yo solo esos deliciosos croissants. Sin embargo, nada era igual. Ella no lo estaba haciendo—. ¿No estuve haciendo qué?

Sonriendo.

Ella parpadeo, haciendo aparecer un espejo con el chasquido de sus dedos. Se quedo estática frente al pequeño espejo, suspirando al mismo tiempo.

—Lo siento, mini miau —me acaricio las orejas. Yo estando aun en sus hombros—. Puede que me haya dolido la panza.

Mentirosa, ni siquiera probaste los deliciosos croissants de los señores Dupain Cheng. Tal vez, el no probar ese manjar de dioses te haya hecho doler la barriga.

Continúo caminando, hasta oírle susurrar. Tan pequeño que casi no pude escuchar.

—Puede ser.

¿Qué era esta incomodidad? Era sumamente extraño. Desde que la conocí en cuento llegué a este limbo, no ha dejado de sonreír. Como si esa fuera su tarea y ley de vida.

—No tienes que preocuparte por mí, mini miau —es imposible eso, Ladybug. Más cuando somos los únicos vivos en este mundo. Bueno, espíritus perdidos—. No somos los únicos. Siempre estamos acompañados.

¿Acompañados...?

El mundo empezó a rodar a nuestro alrededor. El cielo corría una enorme maratón, mostrando el amanecer, atardecer y luego, iluminándonos con un hermoso anochecer. Un hermoso cielo estrellado. Uno que siento que ni estando vivo..., tuve la suerte de ver.

—Siempre estamos siendo observados —su mano señalo el cielo, punteando cada estrella sobre nosotros—. ¿Sabes...? Cuando estaba en la tierra, siempre iba a dar la vuelta, buscando mi lugar preferido. Mirando el cielo, preguntándome si era la única observándolo en ese momento. Siempre sola. Siempre en mi mundo.

¿Eras solitaria en tu vida, Ladybug?

—Anda a saber... —pateo una pequeña roca con la punta de su pie—. Me gustaba la soledad. Las estrellas siempre fueron mis mejores amigas, al igual que el pincel y las hojas de papel de aquel color marfil.

Podía imaginármelo.

Una chica de instituto, caminando en las frías noches de invierno y su abrigo bonachón. Andando, andando, hasta llegar a su punto favorito de su ciudad natal. Sentándose ahí, mirando las estrellas y apreciándolas como si fueran el tesoro oculto en la caja de pandora.

Dibujando en un enorme muro de papel, enseñándole al maldito mundo, el sueño utópico de este.

Es una chica sonriente y con mucho ánimo. Quien me está ayudando a buscar mi camino de vuelta sin ninguna razón explicable. Ella solo lo hace por que le nace hacerlo. Aun me pregunto la razón, pero simplemente no puedo hacerme a la idea de que estuviera tan sola en el otro mundo y menos pensar que le gustase.

Ladybug, ¿Enserio te gustaba estar sola?

Solo con verte aquí viendo las estrellas, sentada junto a un gato al cual tratas con sumo cariño, se perfectamente que estas mintiendo.

Se acostó en el césped bajo nuestros pies y cuatro patas. Girando su cuerpo a mí. También me recosté a su lado, perdiéndome en el brillo de sus ojos.

—Puede que en el fondo... —acaricio una de mis patas, sobando mis almohadillas con su pulgar—. No me agradara la soledad.

Después de tenerte este tiempo a mi lado.

Tampoco me gusta la idea de estar solo.

Ni tampoco..., que tú lo hayas estado. 

|1| Encuentra el camino - MLBDonde viven las historias. Descúbrelo ahora