Capítulo IX

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9.

Madre/Padre

Blanco.

Este mundo es completamente blanco.

Habían transcurrido..., no.

No es así. Soy un maldito mentiroso y creo saber todo. Estaba incorrecto.

Tal y como siempre.

En verdad no se cuanto tiempo ha pasado. Estoy muerto, ¿Se deberá a eso? Ya no lo sé. Ni idea de quién soy en verdad, ni siquiera se si me esta esperando alguien más allá del limbo.

¿Acaso tengo familia?

Mire mis pequeñas patitas. Las almohadillas se sienten secas a comparación de cuando ella las acaricio. Es increíble. Era increíble. Ladybug hacia todo más suave.

Menos solitario.

Volviendo a la pregunta anterior mientras veo el cielo blanco sin pasión.

¿Quién diablos soy?

Se que tengo amigos. Mejores amigos. Me gusta el soccer y amo los croissants de los señores Dupain-Cheng. Sin embargo, no soy capaz ni de recordar sus rostros.

En primer lugar, ¿Por qué me gustan los croissants? ¿Qué me llevo a amar el soccer?

No lo sé. No recuerdo nada.

Mire por sobre mi peludo hombro, sin rastros de su figura. Ella ya no estaba. Esta vez, no me había seguido como siempre lo he hecho con su anatomía desde que llegue aquí.

Mire mis patitas, recordándola. Viendo a Ladybug y su sonrisa. Observando a una chica romperse en lagrimas luego de unas crueles palabras. Enserio, ¿Por qué me comporte de ese modo con ella?

Es verdad, no me da confianza el hecho de no saber nada de ella. Es mi guía. Una chica hermosa y tierna que me ha apoyado, abrazado y buscado las respuestas conmigo.

Una joven que se mezcla con las estrellas.

Una niñata que desea usar su mano como pincel para pintar el cielo con más estrellas y nombrarlos de distintas maneras.

Ladybug.

Una desconocida que me llama mini miau y juega con mis nervios como se le pega la gana.

Una extraña.

Una cálida y hermosa extraña que me da miedo no tener a mi lado.

Abrí mis ojos antes aquello.

¿Cuándo empecé a depender tanto de una chica que ni conozco?

—Mamá y papá.

Un susurro en lo profundo de mi mente. Similar a una brisa y un beso delicado en mi sien, se pudo oír a mi alrededor.

Una voz cálida.

Cálida como el abrazo de una madre.

Y el consejo de un padre.

—Te estamos esperando..., hijo mío.

Mire todo a mi alrededor. Aquella voz. Esas palabras. No eran mías, ni de Ladybug, eran de otras personas.

Dos.

Unas que aprecio y me ayudaron a crecer con fortaleza.

—A... vuelve, mi amor.

Mis ojos se llenaron de lágrimas y... empecé a correr.

Corrí contra toda lógica, persiguiendo las voces invisibles en mi camino sin rumbo alguno. Estaba desesperado. Algo dentro de mí.

Un sentimiento.

Un motivo.

Me llamaba en busca de esas voces.

Me estaba gritando que, si las alcanzaba, tal vez pueda huir de aquí. Volver a casa.

Regresar a la vida.

A mi vida.

Fue entonces que lo recordé.

Sus caras.

Los rostros de mis padres.

Mi madre sentada a una cosa de tela blanquecina, mientras a su costado se encontraba mi padre, posando su mano en el delicado y delgado hombro de mi madre.

Gabriel y Emilie Agreste.

Los recuerdo. Los recuerdo a la perfección. Pero..., ¿Qué es esta imagen que veo? ¿Por qué siento que estoy siendo espectador en primera plana de una escena dolorosa?

¡Mamá! ¡Papá! ¡¡Estoy aquí!!

Sigo aquí..., corro. Buscando mi propia salida. Encontrando poco a poco mi corto respirar.

Implorándome entre lágrimas que volviera..., ¿Qué mierda significaba esto? ¿Por qué esta llorando? ¿Por qué están condenadamente tan tristes en mi recuerdo?

¡¿Por qué me estaban tomando la mano mientras lloraban suplicando entre gritos que volviera?!

¡¿Qué es todo esto?!

—La muerte, mocoso —susurro. Aquella voz siniestra que se encarga de separar a la vida y enviarla directo... a la muerte.

Una aparición inesperada.

¿Este sería el final de mi destino? No lo sé.

Solo tengo claro una cosa.

El rostro de ella y mi voz silenciosa llamando a su nombre.

Ladybug

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