Capítulo 8: El origen

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Aquella tarde, Pepa usaba un vestido blanco con hombros amarillos, cuya falda arrugaba para poder correr con mayor facilidad, ignorando comentarios acerca sus calzones expuestos. Tenía un cinturón con herramientas de agricultura, un a pequeña pala, guantes café, tijeras, incluso una bolsa de cuero con agua. Llevaba botas del mismo tono que sus guantes, sucias con barro, e incluso eses de animal. Traía un sombrero colgando en su espalda, era liviano y la protegía del sol. Andrés por su parte vestía muy parecido, salvo que sus pantalones eran beige, su camisa era celesta y sus botas de montar eran negras. No tenía barba para entonces, pero su cabello seguía siendo igual de largo que siempre. Solía estar muy cochino, pues trabajaba en la zona ganadera del Encanto, además de la movilización de objetos pesados. Siempre que Andrés tenía calor, iba a por su novia y ella creaba una pequeña tormenta individual. También solía ir y robar la comida de Julieta junto a Pepa, era muy sencillo para ellos escaparse. Era en esos momentos, que Félix se enamoraba de la pelirroja, pues la veía correr en cámara lenta cada vez que posaba sus ojos verdes en él. Sus ilusiones evidentemente se arrastraban por los suelos, cuando veía que Andrés la besaba. Sabía además, que su padres no estarían de acuerdo en que se relacionara con una Madrigal, y su amigo Agustín le había recomendado no involucrarse en una vaina tan compleja.

-¿El sol está más fuerte o se me hace a mí? -preguntó mirando a Pepa, quién compartía una arepa con Andrés, riendo divertida.

-No estará pensando en pedirle noviazgo a esa mujercita -le habló, ambos estaban ayudando a bajar sacos de comida y demás de una carreta-. Recuerda que está embobada por Andresito.

-Ese podría ser yo fácilmente, la haría mucho más feliz -sugirió-. Haría que todos los días de ahora en adelante sean preciosos. Jamás sería el detonante de una tormenta, y si lo fuese...haría todo lo que esté a mi alcance para que surja un arcoíris tan bello como ella.

-Miércoles, usted sí que estás enganchado parcerito -Agustín dijo levantando un saco de papas muy pesado para él, el estruendo fue tan fuerte que despertó a Félix de su fantasía-. Dame una manita.

-Ayayay, a ver -lo ayudó por supuesto, mientras que la pareja subía a los tejados.

-Oye, quiero que nos encontremos esta noche -Andrés dijo a Pepa, besando su cuello.

-¿Se podría saber para qué? -ella soltó una risita juguetona, en tanto sentía los labios de Andrés en su cuello.

-Ah, no sé -dijo entrecortado-. Tendrás que ir para averiguarlo.

-¿A nuestro árbol? ¿Tan especial es lo que quieres hacer conmigo? -le dio finalmente un beso en la boca.

-Sí, es muuuuuuy importante -le sonrió.

-¡Pepa! -escucharon a Alma gritando-. ¡Pepa!

-Parece que te metiste en problemas -lo empujó.

-¡Tenía que ir a las siembras del Señor Sánchez! Ese caballero debió ir a preguntar por mí -golpeó su frente-. Me tengo que ir, nos vemos en la noche -corrió para tirarse sobre una carreta de paja, para bajar y correr a con su madre-. Aquí estoy mamá.

-¿Se puede saber en dónde estabas jovencita? -preguntó Alma.

-Estaba tomando un descanso -respondió.

-Niña, sabes que no podemos darnos la libertad de hacer eso durante horas de trabajo -no la dejó hablar-. Si quieres ser digna de tu don, y del apellido de tu padre, debes esforzarte.

-Pero...-puso una mano frente a ella.

-¡Pero nada! Ahora termina tus deberes, las siembras no se regarán solas -Pepa se puso a caminar-. ¡Pepa! -ella se giró sobre sus talones, con esperanza de escuchar una palabra de apoyo-. Recuerda, soleado...-apuntó la nube negra en su cabeza.

Sombras de LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora