Capítulo 21: La Diosa Lunar

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Al ver el berrinche que hacía Laura, se prepararon para lo peor, ¿quién aseguraba que no volvería a convertirse? El veneno de Alejandra no sería eterno, debían ser precavidos. La primera en notar esto fue Liliana, notó la furia en Laura y como se expandía a través de la marca del cazador, sentía dolor, sí, pero había estado peor, mucho peor. Antes había sido una dama de alta alcurnia, que cuidaba cada detalle de su apariencia, y que calculaba cada gesticulación para acompañar armoniosamente sus palabras. Mirabel, que la había conocido un poco más de cerca, no podía creer que era la misma persona que llegó aquella tarde con Suativa y Santiago.

— De no ser por ustedes nada de esto hubiese pasado. —Volteó a Alma, lanzando un impulso de su poder en proceso de restauración—. ¡Usted! ¿Por qué mierda sigue viva? Fue y siempre ha sido una arpía, ¡un mosntruo tal como yo! 

— ¡Basta ya! —Pepa se pegó a ella, con chispas saliendo de cada poro de su cuerpo—. Te dije que quería oír una explicación que te mantuviera con vida, ahora...me la dirás. —Laura no se sintió amenazada en lo absoluto.

— Veo que realmente no recuerdan nada —murmuró Laura, su mirada inyectada de rabia—. Claro que no, si no lo hicieron al verme, no lo harían ahora.

La confusión de los Madrigal se mezcló con la conmoción. Las palabras de Laura eran enigmáticas, y sus acusaciones sólo agregaban más preguntas a una situación ya de por sí desconcertante.

— ¿A ti? —Pepa reaccionó con incredulidad, arrebatándole el cuerpo del bebé a Laura—. ¡Jamás te habíamos visto antes!

— ¡Ah, no! Ya verémos.

Un destello de luz envolvió a los Madrigal, y de repente, se encontraron sumergidos en un lugar que parecía familiar pero a la vez distorsionado. Una sensación de déjà vu y desconcierto se apoderó de ellos, mientras sus sentidos luchaban por asimilar lo que veían.

— ¿En dónde estamos? —Luisa se giró rápidamente, tratando de comprender su entorno.

Alma, en cambio, sintió un escalofrío recorriendo su espalda mientras miraba a su alrededor. La sensación de haber estado en un lugar similar antes la inundó, y su mente se apresuró a hacer la conexión.

— Era nuestro hogar —murmuró Alma, sus ojos se posaron en los rostros sorprendidos de su familia—. El mío, el de su abuelo...

Las palabras de Alma fueron como una chispa en la oscuridad, y las memorias comenzaron a aflorar en las mentes de los Madrigal. Las imágenes de su hogar de antaño comenzaron a tomar forma, pero con una cualidad etérea y onírica que les hizo dudar de su realidad. Mientras los Madrigal exploraban la ilusión creada por Laura, sus visiones se entrelazaban con recuerdos y momentos del pasado de Alma. Los vínculos familiares y las conexiones emocionales se manifestaban ante ellos, brindándoles una perspectiva única de su historia compartida. Vieron a Alma en su juventud, radiante de alegría y expectativas mientras esperaba a los trillizos. Su rostro reflejaba la emoción y la incertidumbre de la maternidad, mezcladas con un amor inmenso por los hijos que aún no habían nacido.

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Alma yacía en la cama, una sombra de su yo habitual, su mirada perdida en la nada. La habitación estaba llena de un silencio pesado, solo roto ocasionalmente por el suave suspiro de sus dos hijos recién nacidos que dormían plácidamente en sus cunas. Sin embargo, había un hueco en su corazón, una ausencia que pesaba más que cualquier cosa. La tercera cuna permanecía vacía, como un recordatorio doloroso de lo que había perdido. En ese momento, la puerta se abrió con cautela, revelando a Pedro Madrigal. Su expresión reflejaba preocupación y tristeza al ver a su esposa en ese estado. Él se acercó lentamente a la cama, sin saber exactamente cómo consolarla en medio de su propio dolor.

Sombras de LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora