Capítulo 6: Dos de tres

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Agustín y Félix despertaron al rededor de las diez de la mañana, casi al mismo tiempo. Ambos intentaron abrazar a sus respectivas esposas, esperando sentir su calidez, pero en vez de eso se encontraron con un espacio vacío. Al ver que no había nadie, se levantaron, se pusieron sus sandalias, sus batas, y se asomaron en la puerta de sus habitaciones sin salir. Echaron un vistazo, respiraron profundo, y dieron un pasó hacia adelanta para cerrar. En eso se vieron el uno al otro, saludándose simultáneamente como los buenos amigos que son.

-Oye, ¿has visto a...? -cada quién dijo el nombre de su mujer, acercándose cada vez más para terminar frente a la habitación de la Abuela-. ¿Tampoco está...? -intercambiaron los nombres-. ¿Y en dónde...? -hicieron pausa para no volver a topar.

-A ver, deben estar en la cocina -sugirió Agustín-. Por lo general están despiertas desde temprano y van allá a platicar.

-Sí -ambos fueron hacia allá, encontrando la loza que ocuparon-. Noup, aquí no están.

-¡Ya sé! -Félix sólo lo siguió. Mientras tanto, Pepa y Julieta dormían en la hamaca a pata suelta. A la primera le corría la baba por la mejilla, con la pierna y brazo derecho colgando. Julieta estaba recostada de boca, con los brazos a los lados, con la mano de su hermana en el rostro. El sol estaba algo fuerte, aunque no lo suficiente como para quemarles la piel.

-¡Buenos días! -ambas se incorporaron rápidamente, cayendo de la hamaca-. Uy, perdón por eso -Julieta se levantó primero, ayudando a la menor.

-Pensé que demorarías un poco más en volver -se quejó, sobando su cabeza-. O bien, que no te volverías a aparecer por aquí.

-Ay Pepita de oro, no podría estar lejos de ti por tanto -ella dio vuelta los ojos-. Espero no les moleste que haya traído a otro integrante de mi familia.

-¿Otro? -Santiago venía acompañado de una joven idéntica a él, salvo que su cabello largo era castaño rojizo, tomado en una trenza.

-Ella es mi hija, Alejandra -la joven traía ropa moderna, una falda violeta, un top amarillo y una chaqueta delgada color blanca-. ¿En dónde dejaste tus zapatos?

-En el auto, papá -dijo, su voz era fina, pero potente-. Aquí no hay trozos de vidrio como en la ciudad, y las piedras casi ni se notan, así que puedo andar descalza. 

-Pues sí, es muy limpio -sus ojos verdes se toparon con los de Pepa, dándole una extraña sensación de que ya la había visto.

-Oh, que despistada -agachó la cabeza, disculpándose-. Buenos días, es un gusto conocerlas -en definitiva no era como su hermano-. Mi padre las describió a la perfección, son tan bellas como las imaginaba, ojalá y pueda ser así -sonrió, haciendo que se sonrojaran-. Lamento que nuestra llegada haya interrumpido su descanso, insistí en que deberíamos haber esperado a que despertaran por cuenta propia.

-Oh, descuida cariño -Julieta dijo-. ¿Quieren que les sirva algo?

-¡Hasta que preguntó! Yo quiero arepas -Alejandra tomó el brazo de Santiago y lo dobló detrás de su espalda-. ¡Suelta! ¡Suelta!

-¡Pide por favor pequeño idiota! -Andrés no intervino.

-¡Ok! ¡Por favor! -dobló más fuerte.

-¿Por favor qué? -insistió.

-Por favor Señora Julieta -lo soltó, sacudiéndose las manos contra su falta.

-Deberías bañarte, estás todo cochino -Pepa recordó las peleas con Bruno, eran exactamente lo mismo-. Pardon, a veces se le olvida que no somos animalitos -Santiago dio vuelta los ojos, su hermana solía usar una mezcla de idiomas al hablar, que le fastidiaba.

Sombras de LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora