Capítulo 11: Deshumanización

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Camilo estaba jugando ajedrez con Santiago en el hall, Dolores e Isabela estaban en el sillón más largo leyendo, y Luisa descansaba en su hamaca. Antonio por su parte, jugaba con su jaguar, o bueno, la jaguar llamada Baniva. No tenían noticias de Julieta, Agustín subió a verla junto a Alma y todavía no bajaban. Félix estaba durmiendo en la habitación de su hijo menor con Bruno, la verdad es que prefirió no arriesgarse en esa torre infernal. Seline se había desviado a la cocina, incluso si la espantaron, no quiso irse. La Señora García, bueno, únicamente los Dioses saben en dónde estaba. Mirabel había abandonado a Pepa ya, sólo pasaron unos segundos antes de que llegase a interrumpir la paz de los muchachos.

-¡Camilo! Tengo que hablar contigo -lo agarró de un ala.

-Oye, estamos jugando cuatro ojos -Santiago reclamó, a lo que Mirabel respondió con un movimiento en el tablero.

-Jaque Matte, ya -dijo, volteando para hablarle a Camilo-. Tú mamá tiene una petición para ti.

-Si se trata de hacerle masaje, yo paso -su prima le dio un palmazo en el costado de la cabeza.

-No, no, es algo más importante. Debes ir a donde Doña Marcela, y buscar en el cuarto de Tío Andrés unas hojas -susurró con tal de que Santiago no escuchara-. Deberás transformarte en él para entrar, pues sabes que tanto la Doña como su hija son muy estrictas. Él está en su cabaña así que tendrás tiempo.

-Ok, ¿cómo son esas hojas? -preguntó.

-Dolores sabe más, preguntale y anda rápido -le dio las instrucciones, ahora él tenía que ver como cumplir con el objetivo. Santiago supo que su contrincante no volvería a jugar, así que fue con Antonio. Camilo se acercó a su hermana, poniéndose entre ella e Isa para molestarlas.

-¿Qué quieres mocoso? -a la mayor no le gustó.

-Nada contigo, cara de rata -miró a Dolores-. Mirabel me dijo que buscara unas hojas, que tú sabías cómo eran.

-Ah, sí -se enderezó, cerrando el libro-. Son papeles amarillentos en una carpeta, tienen varios dibujos y letra cursiva. Estaban junto a un libro, así que si lo encuentras, posiblemente veas las hojas también.

-Entiendo -asintió-. Luisa, ¿me acompañas? -no respondió-. ¡Luisa! -cayó de la hamaca.

-Ay, ¿no ves que estaba durmiendo? -se sacudió-. ¿Qué quieres?

-Que me acompañes a buscar algo -ella suspiró, no era sencillo decir que no.

-Está bien, pero que sea rápido porque debo ayudar con los burros -ambos se pusieron en marcha.

Caminaron tranquilos por la calle, Luisa aún bostezando, encorvada, Camilo con las manos en los bolsillos y una cara de flojera. Casi nunca hacía actividades juntos, así que esta pequeña misión les dio un momento de compartir. Eran muy diferentes, ella era una muchacha trabajadora, que valoraba las instancias de dispersión. Él, un joven que todavía no maduraba, para quién todo era una broma y que no conocía la seriedad. Lo que si los unía, eran sus problemas como personas. Por una parte, Luisa tenía una sobrecarga y se frustraba fácilmente, desde los cinco se le exigió trabajar. Por otra parte, Camilo tenía una crisis de identidad, no sabía si era él mismo o una mezcla de todos aquellos a los que imitaba. Ambos, al igual que sus hermanos, tenían los dilemas que en el pasado aquejaron a sus respectivas madres. Ahora que se conocieron un poco más, se percataron de que eran opuestos, y que juntos se complementaban como el yin y el yang. Él le enseñaría a divertirse, ella le enseñaría de responsabilidad.

Cuando estuvieron a unos metros, se quedaron en silencio. El chico se transformó en Andrés sin explicar, practicando seguidamente la voz para que no le fuese a salir un gallito. Luisa, de un metro noventa y cinco, miró de reojo al hombre de un metro ochenta y siente. Era extraño que alguien estuviese a su nivel, pero ya se estaba acostumbrada. "¿Qué está tramando?", pensó en tanto Camilo se presentaba con Doña Marcela, entrando sin dificultad en el edificio. Ella sólo caminó sobre los pasos de su prime, sin saber qué se supone que hacían allí.

Sombras de LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora