Capítulo 13: Rencor

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La carretera que recorrían parecía eterna, tanto que las tres damas sentadas en la parte de atrás, se quedaron profundamente dormidas. Laura y Andrés se turnaban para descansar, cuidando los sueños del resto. Ahora mismo, la pelinegra estaba al volante, mirando atentamente el camino sedimentado frente a la camioneta. "¿Cómo es que se vació el tanque?", le dio un vistazo rápido a la luz parpadeante, "todavía falta harto para llegar a Bogota". Giró entonces, no había autos así que se quitó el cinturón y bajó tranquila. Se acercó a la bencinera, puso los números correspondientes y comenzó a llenar el tanque. "No recuerdo cuánto era esta huevada", apoyó en la camionera a esperar. Fue cuando sintió movimiento adentro, una señorita se había despertado.

-Tía Laura -se estiró, arrugando su nariz por el olor-. ¿En dónde estamos?

-En una bencinera mamita, el carro necesita bencina para andar -explicó.

-Huele rico -Laura sonrió, mirando como amanecía.

-¿No es cierto? -la niña se acomodó junto a ella-. Oye, quiero que te pongas esto -le dio una mascarilla-. Han estado aislados del mundo por tanto, que si pillan un resfriado común se podrían morir -Mirabel no reclamó, al contrario, se la puso de inmediato.

-No es por quejarme ni nada, pero tengo hambre, y apuesto a que si mi Tía se despierta estará famélica -la mujer miró el supermercado del otro lado, sacando de su bolsillo su billetera.

-Yo creo que sí -echó un vistazo a su hija. Mira, vos cruzas allá con cuidado -indicó-. Y te compras lo que quieras con esta tarjetica -se la pasó, abriendo seguidamente la puerta-. Ale, nena -sus ojos verdes pronto fueron visibles-. Hazme el favor de acompañar a Mirabel, enseñale como funcionan las cosas.

-Ya mami -obedeció, apoyando la cabeza de la Pelirroja en el asiento-. Listo, vamos -somnolienta, le tomó la mano a la muchacha.

-Cuidado sí, cualquier cosa gritan -Mirabel no entendió eso.

-Oye, ¿por qué tendríamos que gritar? -Alejandra la sujetó fuerte del brazo.

Las niñas entraron allí, la luz blanca segó a la niña menos experimentada. Los sonidos, los aromas, todo era nuevo. Miró los estantes llenos de chucherías, bebidas, era algo que incluso la mareó. Alejandra la guio por los pasillos, mostrándole la gran variedad de productos que podía tener, incluso había una sección con juguetes. Mirabel los miró con mucha ilusión, pensando en Antonio y lo mucho que le gustarían. Su amiga la frenó cuando tomó uno, haciendo que la chica se enfadara un poco.

-Hay cosas mejores, esto es para gente que no tiene plata, o que simplemente no tiene tiempo para ir a una tienda decente -explicó-. ¿Sabes lo que es la plata aquí? -ella negó-. Luego te muestro -la llevó a donde estaban al principio-. Ya, elige -Mirabel movió los ojos, buscando lo que podría ser de su gusto y de los demás.

-Lista -exclamó.

-¿Eso es todo? -le dio risa ver que tomó cinco bolsas de papas, cinco refrescos, y otros cuantos dulces. Estaba demasiado cargada, así que Alejandra llevó un carrito-. Ponlos aquí y vamos a la caja -la chica soltó todo dentro.

-Oye, ¿y para que sirve esa caja? -consultó-. ¿Pones la plata en ella?

-Ahora verás -llegaron a una de autoservicio-. Con esto escaneas el código de barra de los productos, y de inmediato te aparecerá el precio, es decir, cuanta plata vale -le explicó todo con peras y manzanas-. A medida que pasas el resto, los precios se van sumando hasta darte un total. Es entonces cuando usas esta tarjeta, en donde la plata es inmaterial, no puedes tocarla. Sí, existen billetes que puedes manipular, pero generalmente usamos esto.

-O sea que también hay plata física -asintió Alejandra, mientras ponía clave-. ¿Por qué tantos números?

-Estos números evitan que cualquier otra persona que no sea de mi familia -la sacó-, saqué platica.

Sombras de LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora