Capítulo 17: La serpiente y el ratón

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Mirabel estaba en una esquina del cuarto, conversando con Alejandra, cuyo rostro era medianamente alumbrado por la lámpara a sus espaldas. La chiquilla de cabello ondulado no se mostraba temerosa o inquieta, actuaba como si no le hubiese ocurrido nada malo. Incluso cuando Laura regresó, como una humana por supuesto, se mantuvo en calma. Alejandra de inmediato desvió la mirada hacia su madre, quien acarició su rostro, haciendo que los ojos de ambas se encendieran momentáneamente. Con paso rápido, la menor se retiró, dejando a Mirabel a solas con Laura.

-Vamos mariposita, no podemos retrasarnos -tomó su mano, haciendo que Mirabel olvidara su temor-. Esto es para ti -traía consigo un traje muy similar a lo que la joven usaba normalmente, salvo que ahora se separaba en dos, no tenía adornos, y la falda era violeta. Los zapatos eran negros, y los aretes eran mariposas de plata.

-¡Gracias Tía Laura! -respondió, empezando a ponerse todo-. ¿Dónde están mis lentes?

-Nena, tú no usas lentes -le sonrió, Mirabel veía con total nitidez-. Recuerda que te lleve al médico para que corrigiera tu vista.

-Ah, es verdad -bajó la mirada-. Creo que la costumbre jamás se va.

-Supongo que no, pero bueno. Basta ya de distracciones, es momento de trabajar -la chica bufó en respuesta-. Oye, levanta la cabeza. -sostuvo su mentón-. Luego podremos descansar.

-¿Lo prometes? -entrelazaron los meñiques.

-Lo prometo -Mirabel corrió escaleras abajo, para juntarse con Andrés, la Diosa, y su contemporánea-. Sólo espero que funcione.

Durante el camino al aeropuerto privado de los García, los cinco personajes dentro de la camioneta se mantuvieron en silencio, es más, ni siquiera se miraron. Mirabel intentó en más de una ocasión acercarse a la pelirroja, pero ella le sacaba el quite a cualquier muestra de afecto. Se dedicó a mirar las gotas de lluvia caer por la ventana, las cuales brillaban como si fueran sangre debido al color del cielo, y hacían parecer que los árboles tenían adornos. Hablando de adornos, por sus ojos pasó una imagen bastante linda, el Día de las Velitas. La familia solía embellecer Casita, para que durante la noche, pudieran que de regreso del río pudiesen comer y bailar. Esta era una fiesta bastante personal, puesto que honraban la memoria de Pedro, de María, Liliana, e Incluso de Carolina. La foto que vio Pepa en el álbum, era justamente de ese día. Llevaba el vestido que tanto agradó a su sobrina, y que por razones desconocidas ya no estaba en sus memorias. Recordar esto le pareció extraño, pues su nueva "yo" había borrado varias cosas de su pasado, sobre todo aquellas que podrían hacerla cambiar de opinión. Mientras más tiempo pasaba, más se perdía en las sombras de este extraño mundo, y los cuatro Madrigal que estaban en el inframundo, no tenían idea de aquello.

-¿Por qué tendría que morir? -el miedo era evidente en la voz de Camilo.

-Bueno, no morir, persé -Fantaso era el más sonriente de los tres Oniros-. Únicamente harán que su metabolismo y frecuencia cardíaca se ralenticen, ocasionando un estado SIMILAR...a la muerte.

-Eso para nada me hace sentir mejor -el muchacho se impacientó.

-Cuando ocurra, la Diosa se verá forzada a dejar el cuerpo físico, llegando a la mismo lugar en dónde se encuentre su otra mitad -dijo Morfeo, dándole un tono más sombrio y serio a la plática-. Su tarea aquí será juntar los fragmentos, y tendrán sólo tres minutos mundanos para lograrlo. De lo contrario, el estado de Pepa permanente, y su corazón se detendrá al pasar unas horas.

-Suena sencillo cuando usted lo dice -Camilo estuvo a punto de llorar.

-El mayor problema que tienen es el tiempo, lo demás será bastante fácil -Fantaso abrió bastante los ojos-. Lo que ocurre es que unos minutos en este lugar, pueden ser semanas allá.

Sombras de LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora