Cap. 3 Lo siento, pero no

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—Pasa —le dice The Keeper, señalándole la puerta metálica tras soltarle el brazo.

Ellen mira a su alrededor, buscando su navaja y su bote de spray, antes de ponerse a caminar y seguir al joven. Este, sin girarse, levanta su mano y le dice:

—Están aquí.

Abre la puerta y espera a que la chica pase. Él llevaba una capucha que, al entrar al interior de una sala diáfana y encender la luz, se retira hacia atrás. 

Deja la mochila que llevaba cruzada al cuello sobre un banco de madera y se queda en el medio de la habitación, un espacio cuadrado cubierto de tatami rojo.

La puerta metálica se cierra dando un fuerte golpe y, a continuación, se escucha un leve sonido, como si alguien le hubiera dado la vuelta a la cerradura. Ellen se gira para comprobar si ese gesto lo había hecho alguna otra persona o había sido la puerta de manera automática. Era lo segundo.

—¿Sabes por qué el tatami es de color rojo? —le pregunta el chico, llamando de nuevo su atención.

—No...

—Para que no se noten las manchas de sangre —le dice, con una medio sonrisa en su rostro. Se acerca a Ellen y comienza a rodearla, con pasos lentos, sin dejar de observarla. 

Ella se queda quieta, sin mover un solo músculo.

—¿No quieres preguntar nada?

—Sí. ¿Cuándo empezamos?

—¿Estás segura? —vuelve a preguntar, mientras la sigue rodeando y observando—: ¿Es que no me has escuchado?

—Perfectamente. ¿Y tú, me has escuchado a mí?

El joven se para frente a Ellen y la mira a los ojos, a escasos centímetros de su rostro.

—¿Qué motivo puede tener una joven como tú para querer derramar su sangre?

—Ya te lo he dicho. Quiero ser invencible.

—Querer no es siempre poder. 

—Pero sí es el primer paso para conseguirlo —responde Ellen manteniendo su fría mirada. Le parece que ese chico está intentando amedrentarla y asustarla con una escena que, posiblemente, tenga más que ensayada. Piensa que la está poniendo a prueba. Quizás porque no sepa que cuando ella toma una decisión, nada puede convencerla de lo contrario.

Vuelven a mantenerse las miradas y el corazón de Ellen se agita en su pecho. No ha conseguido impresionarla con esa escena de intimidación, pero sus oscuros ojos verdes sí que están empezando a intimidarla, por lo que no puede evitar bajar su mirada hacia el suelo.

—Primera lección; nunca le quites los ojos a tu enemigo —le dice el chico.

—No creo que seas mi enemigo —y Ellen vuelve a mirarle a los ojos.

—No lo sabes todavía. 

—Si estamos aquí, es porque has aceptado entrenarme.

—Segunda lección; nunca des algo por hecho hasta que no lo veas con tus propios ojos.

Tiene una voz profunda, grave, seductora y Ellen vuelve a bajar la vista, algo incómoda.

—Lo que me lleva a repetir la primera lección. No bajes la vista. Es el primer síntoma de que bajas tu guardia. 

El joven se acerca un poco más a Ellen y ella no puede evitar retroceder unos milímetros.

—Si das un paso atrás, que sea para coger impulso o pensaré que quieres huir. ¿Quieres huir? —le pregunta, acercándose todavía más.

El entrenadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora