Ellen se da la vuelta, para irse a por su coche. Se siente furiosa y desanimada. A pesar de que ha podido encontrar a Caleb, que era el motivo para el que había ido allí, lo cierto es que no había conseguido saber cuándo retomarían el entrenamiento.
También está pensando en el encuentro con Jared. ¿Le apetecía quedar con él?
La verdad es que sí. Y eso era algo que la inquietaba, aunque no tenía muy claro el motivo de sentirse así. Por un lado, pensaba que ese había sido su objetivo desde el principio, pero a su vez, ya no tenía la misma motivación que antes. Su plan de venganza se había desmontado, así que, quedar con él era únicamente porque sentía curiosidad. Y sí, también cierta atracción por ese chico.
También sentía que eso, precisamente, era una especie de traición hacia Laia. Porque, además, estaba empezando a dudar de que ese chico hubiera podido aprovecharse de la embriaguez de su amiga. ¿Cómo podía fiarse más de la buena impresión que se había llevado de Jared, que de lo que le contó Laia? ¿Cómo podía dudar de la versión de su amiga? Quizás, porque sabía cómo perdía el control cuando se emborrachaba. La había visto bebida en demasiadas ocasiones, haciendo cosas de las que luego se arrepentía o no recordando muchas cosas de las que habían ocurrido. Pero algo así no era fácil de olvidar.
Solo se le ocurría pensar que Jared tuviera una doble cara. No cabía duda de que era un experto seductor, que aprovechaba su labia y su encanto para atraer a las mujeres. Quizás sabía jugar muy bien su papel y cómo embaucar a las mujeres, para conseguir que hicieran lo que él quería.
Sumida en sus pensamientos, se mete en el coche y llega al despacho. Al poco tiempo, recibe de nuevo la llamada de Jared:
—Hola, Helena con hache. Te llamo para proponerte cenar conmigo esta semana.
—Tendrá que ser esta noche —responde Ellen, sin pensar.
—¿Esta noche? Mmmmm, tengo que trabajar y no llegaré a tiempo para cenar... —dice Jared, tras dudarlo unos segundos.
—Bueno, pues otra día, entonces...
—No, no, quedamos hoy, podemos quedar más tarde y nos tomamos una copa, ¿a las 11 te parece bien? Puedo pasar a recogerte y...
—No te preocupes, ya acudo yo. Dime dónde y nos vemos allí.
—¡Genial! Hay un sitio cerca del Luna de Mar, ¿te parece que quedemos en la puerta del Luna, a las 11?
—De acuerdo —y Ellen cuelga la llamada con prisas, como si quisiera evitar que alguien le escuchara. Como si temiera que un repentino arrepentimiento le fuera a obligar a echarse atrás.
A los pocos segundos, vuelva a sonar su teléfono y Ellen da un respingo.
—¿Hola? Soy la chica que te llamó ayer.
—¡Ah, hola! Dime, ¿quieres que hablemos?
—Sí. ¿Puedes ahora?
—Sí, claro —responde Ellen—: Cuéntame, ¿cómo puedo ayudarte?
—No sé si puedes ayudarme, la verdad...
—¿Por qué no empiezas contándome por qué me has llamado, y luego ya vemos si puedo ayudarte o no? Quizás, solo hablando de lo que te preocupa, ya consiga servirte de alguna ayuda, ¿no crees?
La chica aguarda unos segundos en silencio, hasta que decide comenzar a hablar, para explicarle, sin pausas, lo que le preocupa. Por lo visto, solía participar en encuentros sexuales con desconocidos, en lugares donde se organizaban ese tipo de citas, pero sus últimas experiencias no habían sido tan satisfactorias como ella esperaba, así que quería saber si tenía amparo legal para denunciar una situación así.
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El entrenador
Teen FictionEllen se toma la justicia por su mano, cuando su mejor amiga le cuenta que lo que vivió con dos universitarios, en una fiesta, no fue una relación sexual consentida. Decide contratar los servicios de Caleb, un joven experto en artes marciales y otra...