Caleb se incorpora y se pone frente a ella, de pie y también con los brazos cruzados en su pecho. No dice nada, solo la observa fijamente, aguantando su mirada, enarcando ligeramente una ceja, esperando su reacción.
Ellen endurece su rostro. Está dispuesta a cumplir su cometido y tendrá que sacarla de allí por la fuerza. Espera no tener que llegar a eso, pues es consciente de que Caleb podría levantarla del suelo y lanzarla a la calle con una sola mano.
Él intenta apartar cualquier pensamiento de su mente. Sabe perfectamente cómo hacerlo y estar preparado para evadirse completamente del exterior. Domina técnicas de meditación que puede hacer que ni se inmute, si alguien provoca un ruido atronador junto a su oído. Sin embargo, le cuesta mucho concentrarse ante aquella mujer. No sabe qué es lo que tiene Ellen, que es capaz de hacerle perder la concentración, pues el deseo de rozar su piel y sus labios, se apodera una y otra vez de su pensamiento. Así que, prefiere utilizar otra táctica:
—Me he formado con los mejores expertos en meditación —le dice, sin cambiar de postura—: Yo puedo permanecer en esta misma posición durante días, sin moverme ni siquiera para ir al baño. Así que, yo no pienso moverme de aquí hasta que te vayas.
Ellen sabe que tiene la batalla perdida, pero no se va a dar por vencida tan fácilmente, así que le dice lo primero que le viene a la mente:
—Y yo vivo con la mejor experta compradora de ropa. Sé lo que es estar en esta posición, mientras ella se prueba un vestido tras otro.
Caleb no puede evitar soltar una sonrisilla, aunque de inmediato se recompone, toma aire y cierra los ojos, dispuesto a demostrarle su paciencia.
Así que Ellen intenta buscar otra estrategia con la que convencerle, aunque empieza a pensar que quizás tenga que rendirse.
Entonces, se le ocurre coger la navaja con la que había cortado la tarta y amenazarle con ella. Caleb observa sus movimientos de reojo y no se inmuta cuando Ellen le acerca la navaja al cuello:
—¿Tampoco te moverías si alguien te amenaza con una navaja? —le dice Ellen, en tono intimidante. Caleb siente su mano temblorosa junto a su cuello y también puede percibir el aroma a coco que desprende su cuerpo. Gira levemente la cabeza hacia ella, sin decir nada.
Ella se pone tensa, apretando la navaja con fuerza en su mano, pero con cuidado de no acercarla demasiado a la piel de Caleb, teme que los nervios le jueguen una mala pasada y acabe hiriéndole.
—¿Me estás amenazando? —le pregunta. Y observa sus largas pestañas, sus pupilas contraídas, lo que le indica que está nerviosa, las pequeñas pecas que salpican su nariz, sus labios trémulos, que intentan mantenerse apretados para parecer más dura. Y Caleb solo puede pensar en besarla.
Sin que ella pueda reaccionar, Caleb se desplaza rápidamente a un lado, le agarra por la muñeca, la gira y se pone a su espalda, rodeándola con un brazo, dejándola completamente inmovilizada, mientras con el otro brazo, la tiene sujeta por la muñeca en la que tiene agarrada la navaja, pero que ahora mismo está apuntando hacia el cuello de la chica.
Ellen afloja sus músculos, ha vuelto a perder.
—¿O solo querías que probara tu bizcocho? —le pregunta con sorna. Y al sentir el cuerpo relajado de la chica, se acerca lentamente la navaja hacia su boca, dando un pequeño lametazo al filo donde se había quedado impregnado un poco de chocolate. Pero al probarlo, la suelta rápidamente, se aparta y exclama—: ¡Dios, querías matarme!
Ellen se gira y, sorprendida, observa el gesto de asco de Caleb:
—¿Qué demonios es esto? La próxima vez, amenázame con una de tus tartas, te aseguro que será más efectivo —bromea.
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El entrenador
Novela JuvenilEllen se toma la justicia por su mano, cuando su mejor amiga le cuenta que lo que vivió con dos universitarios, en una fiesta, no fue una relación sexual consentida. Decide contratar los servicios de Caleb, un joven experto en artes marciales y otra...