Cap. 23 Yo sí confío en ti

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—¡Mierda! —exclama Ellen molesta y sobrepasada por la situación. Se siente fatal por cómo están ocurriendo las cosas. No se parece en nada a lo que había pensado que ocurriría cuando inició su operación venganza.

Aunque tampoco se detuvo nunca a pensar en las consecuencias que habría tenido su plan original. ¿Es que conseguir darle una paliza a Jared le habría hecho sentirse mejor? 

Se da cuenta de que ha sido una idiota y una inconsciente. Solo tiene ganas de llorar y de dar marcha atrás en el tiempo. Pero como lo segundo sabe que no puede hacerlo, deja que las lágrimas le sirvan de consuelo. 

Sin darse cuenta, se queda dormida, y cuando despierta al día siguiente, siente un terrible dolor en el cuello, que a penas puede mover. Pero eso no es lo que más le duele, pues siente una gran presión en el pecho, que le pesa, le ahoga, y se centra en tomar aire profundamente, para comprobar que puede respirar con normalidad. 

Se levanta con cuidado, totalmente agarrotada y con un enorme dolor en las cervicales. Va directa a por la almohadilla eléctrica, a ver si el calor le ayuda, pero al cabo de un rato, no ha notado mejoría.

Llama a Caleb para decirle que tiene que cancelar el entrenamiento de esa noche, pero mientras escucha los tonos, se da cuenta de que ya no es su entrenador. Cuando está a punto de colgar, le contesta al otro lado:

—Dime —le dice, en un tono algo cortante.

—Necesito un amigo —dice Ellen, sin pensar. Y Caleb se queda un momento en silencio, desconcertado, no esperaba que le dijera algo así. Duda, medita su respuesta y, antes de colgar, le dice:

—Vente. 

Ellen mira el teléfono y sonríe levemente. Era cierto que necesitaba un amigo con quien desahogarse, pero no sabe por qué se lo ha soltado así a Caleb. Si se lo hubiera planteado, antes de hacer la llamada, posiblemente no habría pensado en él como el amigo al que recurrir. 

En cualquier caso, quería verle y le encantaría poder lanzarse a sus brazos, desahogarse y liberar esa tensión que tiene tanto en el cuello como en el pecho. 

Con dificultad, se viste, se recoge el pelo y sale de casa.

Tarda bastante en llegar, pues se mueve con mucha lentitud, pero cuando Caleb le abre la puerta, siente un reconfortante alivio. 

—No puedo mover el cuello —le dice—. Algo se ha enganchado por ahí dentro, porque tengo el cuello completamente agarrotado...

—¿Qué ha pasado? —le pregunta Caleb, haciéndole pasar.

—No lo sé... No he hecho ningún gesto. Me he despertado así y...

—Insisto; ¿qué ha pasado? —vuelve a preguntarle Caleb— Ven, siéntate e inclínate hacia atrás.

Caleb se sienta en el suelo, apoyado en la pared, con las piernas cruzadas, y le pide a Ellen que se siente delante de él, reclinando la espalda hacia atrás, mientras le sujeta el cuello con ambas manos. 

—No puedo... No puedo hacer fuerza...

—No la hagas. Deja caer la cabeza en mis manos. Yo te sujeto —comienza a acariciarle el cuello con cuidado, haciendo leves presiones al principio y, poco a poco, con más intensidad. Ellen puede sentir un gran calor sobre esa parte, casi tan fuerte como el que le proporcionaba la almohadilla, y comienza a relajarse, a la vez que el dolor va desapariendo—. Y ve contándome qué ha pasado.

—Todo se ha complicado —empieza a decirle Ellen, y su voz se entrecorta por las emociones contenidas—. Sé que he sido una imbécil y muy torpe, pero no quería que las cosas salieran así. Ahora todos me odian, nadie confía en mí y...

El entrenadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora