Caleb decide esquivarla de nuevo y seguir andando sin decir nada. Ella se queda observando sus largas zancadas y guardando la rabia que sigue instalada en su interior. Pero ya no tiene fuerzas de seguir intentándolo.
Lo sigue hasta la esquina del callejón, ve cómo saca el casco de una moto, se lo pone y se monta. Cuando la oye arrancar, sabe que no tiene nada más que hacer.
—Buscaré una alternativa —dice en voz alta, furiosa y abatida.
Cuando va a cruzar la calle para dirigirse a su coche, escucha un sonido a su izquierda. La calle está completamente desierta y de pronto, aquel lugar le parece demasiado siniestro. Un escalofrío le recorre la espalda. No quiere dejarse llevar por el miedo, pero no puede evitar sentirlo.
En ese momento, se da cuenta de que no lleva el bolso en la mano y que lo ha debido dejar tirado junto a la puerta metálica. La oscuridad del callejón se le antoja aterradora y se cree incapaz de adentrarse en ella. Pero un nuevo ruido en la calle desierta le hace reaccionar. Quizás, esa oscuridad que tanto le asusta ahora, pueda convertirse en su aliada, al permitirle ocultarse de la posible amenaza que hay allí fuera. Y, en cualquier caso, si no coge su bolso, tampoco tendrá las llaves de su coche para poder irse de allí.
Se mete en el callejón todo lo rápido que puede, intentando amortiguar el sonido de los tacones sobre el asfalto.
Conforme se acerca a la entrada del local, observa que su bolso está allí tirado. Antes de que pueda alcanzarlo, escucha una voz a su espalda:
—¡Eh, venid aquí! —dice un hombre con voz pastosa, notablemente borracho—: He encontrado una gatita perdida...
Ellen se gira y observa cómo un hombre, tambaleándose, se va acercando a su posición y, justo detrás de él, aparecen dos hombres más.
El corazón se le acelera y siente pánico. Es un callejón sin salida, así que la única huida posible es hacia delante, hacia esos hombres.
Se agacha a coger el bolso del suelo y remueve el contenido buscando algún arma en su interior. La navaja y el bote de spray se quedaron la noche anterior junto al suelo del tatami y no tiene ningún otro objeto para defenderse.
Localiza las llaves del coche y las sujeta entre sus dedos. Lo único que se le ocurre hacer es salir corriendo hacia esos hombres e intentar pasar entre ellos, para salir a la calle y alcanzar su coche.
El primero de ellos está un poco más adelantado que los otros dos, así que no espera a que sigan avanzando y comienza a correr con todas sus fuerzas. La adrenalina hace que se le olvide el dolor de todas sus agujetas.
Al pasar a la altura del primero, lanza un manotazo al aire y consigue impactar en su cara con la llave del coche. El hombre suelta un quejido de dolor y se trastabilla. Pero los otros dos reaccionan rápido y se juntan para frenarle el paso. Son bastante corpulentos y, a pesar de que también tienen claras muestras de embriaguez, consiguen apresarla entre sus brazos.
Ellen empieza a gritar, mientras no deja de moverse para intentar soltarse de ellos, pero no lo consigue, aunque no por ello va a dejar de luchar. Se ayuda de toda la rabia que sigue contenida en su interior y que, junto al miedo, hace que no se convierta en una presa fácil. Aunque tiene todas las papeletas para salir perdiendo.
Cuando empieza a sentir la desesperación de la derrota, se nota liberada. Uno de los hombres ha dejado de sujetarla.
Antes de que pueda darse cuenta, ve cómo otro de los hombres sale volando, literalmente, choca contra la pared y cae al suelo, inerte. El otro hombre que la tenía agarrada, está tumbado en el suelo bocabajo. Y el primero de ellos, al que había podido herir con su llave, ni siquiera puede ubicarlo.
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El entrenador
Roman pour AdolescentsEllen se toma la justicia por su mano, cuando su mejor amiga le cuenta que lo que vivió con dos universitarios, en una fiesta, no fue una relación sexual consentida. Decide contratar los servicios de Caleb, un joven experto en artes marciales y otra...