Cap. 30 Nunca digas nunca

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Jared aparta de un fuerte empujón a su hermano y agarra a Ellen por los brazos, desplazándola hacia atrás, a punto de tirarla al suelo.

Ella, atónita, no consigue reaccionar y Jared, todavía sujetándola fuertemente, se inclina hacia sus labios para besarla.

Quien sí reacciona de inmediato es Caleb, quien tras el inesperado empujón, se vuelve rápidamente y agarra a su hermano por los hombros, apartándolo de Ellen como si fuera un muñeco de trapo.

—¿¡Estás loco o qué!? —le grita Caleb, poniéndose entre Ellen y su hermano que, fuera de sí, intenta abalanzarse sobre ella.

—¡¿No decías que querías tiempo?! ¡Pues poco te ha faltado para liarte con mi hermano! —Jared chilla descontrolado y Caleb tiene que hacer un gran esfuerzo para retenerlo

—¡Tranquilízate, Jared, por favor! —le pide. 

Pero está completamente cegado por la ira, los celos, la locura. 

—¡Te dije que serías mía! ¡Míaaa! 

Se libera de los brazos de Caleb y, sin dejar de gritar, arremete nuevamente contra Ellen, desgarrándole la camiseta cuando ella reacciona rápidamente y se desplaza hacia un lado, momento que aprovecha para propinarle una patada por detrás, haciendo que pierda el equilibrio y caiga al suelo hincando la rodilla.

Caleb aprovecha para agarrar a su hermano por la espalda y, con una rápida maniobra, dejarlo inmóvil boca abajo.

—¿¡Pero qué demonios te pasa!? —le pregunta, mientras sigue sujetándole las manos en la espalda y con una rodilla hincada sobre ella—: ¡Estate quieto o te haré daño!

Ellen observa la escena sin decir palabra. Se sujeta el trozo de tela que le ha desgarrado con las manos algo temblorosas. Da unos pasos hacia atrás con el corazón latiendo en su pecho a mil por hora.

—¿Estás más tranquilo? —le pregunta Caleb cuando comprueba que la agitada respiración de su hermano se va calmando.

—Sí. Suéltame.

—No lo haré hasta asegurarme de que te has calmado.

—Te he dicho que sí —contesta Jared malhumorado, y con sorna, añade—: Deja que me vaya. Ya sé que aquí sobro.

Caleb afloja la presión de la pierna sobre la espalda de su hermano y le sujeta por los brazos para ayudarle a levantarse. Mientras lo hace, sigue fargullando y maldiciendo. Su mirada de desprecio se cruza con la de Ellen, que se muetra más serena.

—Tienes un problema, Jared, y necesitas ayuda —le dice Ellen.

Él va a protestar y lanzar su ira contra ella, pero con la calma y entereza que se lo dice, le hace pararse en seco. 

Empieza a ser consciente de la situación. Delante de él tiene a su hermano, todavía en guardia, aunque aparentemente calmado, y la chica por la que sentía algo muy especial, mirándole desconcertado. 

Se siente tan avergonzado que no sabe qué decir. Agacha la cabeza y farfulla un lo siento casi inaudible. Se da la vuelta y se marcha.

Caleb sale tras él, pero antes, se gira hacia Ellen y le pregunta:

—¿Estás bien?

Ellen asiente con la cabeza y Caleb va en busca de su hermano. 

Lo encuentra a escasos metros, andando despacio, cabizbajo, con las manos apoyadas en su nuca.

—¡Jared! —le llama su hermano.

—Déjame, bro...

—Jared, espera —Caleb acelera el paso hasta ponerse a su lado—: ¿Qué te pasa, tío?

El entrenadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora