Cap. 12 Defensa personal

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Caleb se queda junto a la puerta. Sabe que ella sigue allí, y por un momento tiene la tentación de abrirla de nuevo y pedirle disculpas por su comportamiento. Se ha propuesto mantener las distancias, mostrarse frío, alejarse de cualquier atisbo emocional que pueda aparecer en su relación. 

Siempre es duro con sus entrenamientos y procura no sobrepasar ciertos límites con sus alumnos. Aunque nunca había tenido una alumna como Ellen. De hecho, siempre habían sido hombres, excepto una ocasión, que entrenó a una boxeadora profesional. 

Con Ellen estaba extremando las precauciones, porque sabía el grado de complicidad, y en algunos casos, de intimidad, que se creaba entre entrenador y alumno, en ese tipo de sesiones tan intensas y continuadas. Pero tenía que ser así, pues no quería sobrepasar un límite que despertara esos sentimientos que sabía que estaban aflorando en su interior. 

Ellen se marcha rápidamente a su casa. Está agotada, dolorida y furiosa, aunque ninguna de esas sensaciones le hacen perder la motivación de seguir entrenando. Ese era su objetivo principal al contratar a Caleb y tenía que seguir centrada en ese propósito, apartando cualquier sentimiento que apareciera en el proceso, ya fuera de furia, odio o todo lo contrario. 

Cuando llega a casa, comprueba que Laia no está. Tampoco le ha dejado una nota. La llama por teléfono, pero no contesta. Ya es tarde y suele avisar si no va a ir a dormir a casa, para que Ellen no se preocupe. Piensa que tal vez esté a punto de llegar y solo se haya retrasado un poco. Se da una ducha y da un bocado, no tiene mucha hambre. Vuelve a llamarla, pero sigue sin recibir respuesta. Al cabo de unos minutos, recibe un mensaje, en el que le indica que tiene una cita con un chico genial y que no la espere a dormir. Va a llamarla de nuevo, para intentar hablar con ella y que le cuente quién es ese chico, pues no le había dicho nada de que había conocido a alguien ni de que tenía una cita con la que, al parecer, tenía pensado pasar la noche. Sabía que Laia ya era mayorcita para saber lo que hacía, pero era su amiga y Ellen conocía su debilidad por los chicos guapos y algo malotes, así como por el alcohol. Y la combinación de ambas debilidades ya le había provocado alguna experiencia de la que solía arrepentirse al día siguiente.

Tras pensarlo unos segundos, decide no llamarla y confiar en que Laia aplicará el sentido común. Se va a la cama y se queda dormida de inmediato. Está tremendamente cansada y su dolorido cuerpo le agredece esa tregua.

Al día siguiente, comprueba que Laia no ha vuelto a dormir. Como es temprano, le manda un mensaje, pidiéndole que le conteste cuando esté despierta. 

Decide ir a la oficina por la mañana, para asegurarse de que no se le hace demasiado tarde para su entrenamiento. Cambiar su turno, supone que se alergará su jornada, pues sabe  a la hora que entra, pero nunca a la que sale. Y la mayoría de veces, no cobra las horas extra. Es un bufete con pocos recursos, que sobrevive, principalmente, gracias a alguna subvención y los esporádicos casos en los que consiguen ostentosas indemnizaciones para sus clientes, cuando se enfrentan a grandes compañías y ellos cobran un porcentaje de la misma. Pero en la mayoría de los casos defienden a clientes con pocos recursos a los que no pueden cobrarles minutas muy costosas. Lo importante para Ellen es que conseguían ayudar y beneficiar a muchas personas que, si no fuera por ellos, perderían muchos derechos por no tener a buenos abogados que quisieran defenderlos ante adversarios más poderosos. 

A media tarde, recibe la llamada de un número privado, a la línea que tenía contratada para el trabajo. 

—¿Ya has encontrado a  tu amigo? —le pregunta una voz de hombre al otro lado.

—¿Disculpa? 

—Te permití pasar a la fiesta privada de la otra noche, a pesar de que no tenías invitación, ¿me recuerdas?

El entrenadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora