—Ahora, voy a separarme lentamente. Si tienes intención de volver a darme un rodillazo, tendré que dejarte libre de otra forma para evitar que eso ocurra, pero con ese movimiento, podría romperte las muñecas. ¿Has entendido?
Ellen asiente levemente con su cabeza.
—Mírame —le pide el joven. Y cuando vuelven a cruzarse sus miradas, le pregunta—: ¿Lo hago despacio? Dime...
A los pocos segundos, Ellen contesta:
—Sí.
Él se queda mirándola fijamente un instante y puede detectar rápidamente su sinceridad. Así que, con cuidado, le suelta las manos y la deja libre. Se pone de pie y estira su brazo para ayudar a que ella también se levante.
—Me llamo Caleb —le dice, todavía sujetando su mano, que ahora se ha convertido en una muestra de saludo.
—Ellen —responde ella.
—Estas son mis condiciones —empieza a hablar Caleb, mientras camina hacia donde había dejado su mochila—: Entrenaremos todos los días a las 22 h, aquí, de lunes a viernes. Sábados y domingos por la mañana, de diez a dos. Harás todo lo que yo te diga, sin protestas, sin súplicas y sin objeciones. No acepto excusas para anular un entrenamiento, a no ser que sea porque estás hospitalizada o muerta. Mi tarifa es de 9.000 euros, que tendrás que abonar de la siguiente forma; 3.000 euros que traerás mañana, cuando empecemos. Otros 3.000 euros dentro de dos semanas y 3.000 cuando terminemos el entrenamiento.
—¿Y eso cuando será?
—Eso depende de ti.
—Y si no quedo satisfecha, ¿me devuelves el dinero? —pregunta Ellen con cierta sorna.
Caleb se gira y se acerca hacia ella con una pícara sonrisa:
—Nunca he dejado a una mujer instatisfecha.
Ellen se sonroja levemente y sonríe con timidez, pero se repone rápidamente para añadir:
—Yo solo quedaré satisfecha cuando me enseñes a ser invencible.
—Lo serás —responde Caleb, y se dirige hacia la puerta, que vuelve a abrir, esperando a que Ellen llegue a su lado—: Te espero mañana a las 22 h. Ven con ropa cómoda. No es necesario que sea el conjuntito colorido que utilices para el gimnasio, aquí no tienes que impresionar a nadie, estaremos tú y yo solos.
Cuando Ellen se mete en su coche, suelta un profundo suspiro. Por un momento tiene la sensación de haber estado conteniendo el aire en sus pulmones desde que había llegado a ese lugar.
Se queda unos segundos allí sentada, con las manos apoyadas en el volante, reviviendo todo lo ocurrido, con la mirada al frente. Toda la tensión acumulada cae de repente sobre su cuerpo, sintiéndose tremendamente cansada. Siente el corazón acelerado y se concentra para bajar sus pulsaciones. La razón quiere abrirse paso entre ese cúmulo de emociones que ahora mismo la abruman, pero ella no quiere dejarla. Esa razón es la que podría estar queriendo decirle que está cometiendo una locura, pero prefiere hacer caso a su intuición, pues es la que le dice que ha tomado la decisión más acertada.
Arranca el motor y se marcha a casa. Laia la espera sentada en el sofá y le pregunta dónde estaba.
—Me he apuntado a las clases que ofrece un entrenador personal. Iré todos los días, a las diez de la noche. Son grupos reducidos y está al otro lado de la ciudad. Quiero ponerme en forma antes de que llegue el verano.
—Pero si estás estupenda —le dice Laia, algo incrédula.
—Quiero estar fuerte. Tengo menos masa muscular que un caracol. Dicen que este entrenador es muy duro, pero muy efectivo.
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El entrenador
JugendliteraturEllen se toma la justicia por su mano, cuando su mejor amiga le cuenta que lo que vivió con dos universitarios, en una fiesta, no fue una relación sexual consentida. Decide contratar los servicios de Caleb, un joven experto en artes marciales y otra...