Desvarío

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"El amor es una comedia en la cual los actos son muy cortos y los entreactos más largos: ¿ cómo llenar los intermedios sino mediante el ingenio?". —Anne De Lenclós

 

Su cabello rubio se esparce por el almohadón y con la respiración entrecortada, me alejó para poder verla entre las penumbras de la noche

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Su cabello rubio se esparce por el almohadón y con la respiración entrecortada, me alejó para poder verla entre las penumbras de la noche.


Su pecho se mueve frenético y sus labios llenos ahora solo tienen una leve marca del carmín rojizo. Acompañado con sus mejillas acaloradas y esa mirada azul que se había quedado grabada en mi alma desde que la conocí, estaba en el cielo.

Ella era hermosa. Un regalo divino que jamás llegaré a merecer pero que aún así aquí estaba, siguiéndome atenta con ilusión y deseo.

Mis manos palpan sus costados, siguiendo la curvatura de su cadera y su cintura. Quiero grabar en mi cabeza cada instante, recordar el cuerpo de aquella que me roba el juicio y así, si está noche solo era emoción del momento, al menos podría llevarla conmigo.

Lo más importante, quiero demostrarle mi completa admiración. Nadie era como ella, nadie se comparaba a ella.
Solo Elizabeth podría despertar tal sentimiento en mi cuerpo, un deseo insaciable que solo ella podría contener.

—Elizabeth —murmuro, probando su cuello expuesto.

—Vittorio —sale entre sus gemidos suaves y sus uñas se encajan en mi cabello.

Cada roce de ella eleva mi éxtasis y soy consciente de que nota lo que ocasiona en mí pero no me interesa.
Quiero saciar mi deseo pero al mismo tiempo alargar el momento, así que poco a poco, recorro con mis labios su piel.

Mis labios tantean su mandíbula, su cuello y su clavícula, disfrutando del suave aroma a flores. Me detengo en ese camino privado que está cubierto por su vestido y busco el cierre, bajándolo lentamente mientras admiró su rostro apenado.

Elizabeth se muerde el labio y sus mejillas se llenan de sangre cuando el frío del ambiente roza su piel desnuda. Y tal como si de un tesoro se tratase, bajo la mirada para admirarla.

Su piel blanca se ilumina con la noche, atrayendo a mis dedos para tocarle.

—Eres hermosa, Elizabeth.

Acarició su cintura con la punta de mis dedos, trazando una línea hasta llegar hasta su vientre y sin dejar de mirarle, atrapó uno de sus senos con mis labios. Ella se mueve por lo bajó y arquea su espalda para facilitarme el acceso.

Dios, escucharla me está volviendo loco y no estoy seguro de cuánto tiempo podré contenerme si sigo así.

Bueno, cuando sus manos empezaron a buscar los botones de mi camisa, obtuve la respuesta a esa pregunta.
Alejándome de delicadezas y mostrando esa necesidad primaria.
Desesperado y con esa erección apretando mi pantalón, lleve sus manos sobre su cabeza, atrapándola a mi merced.

Quimera [Vittorio Puzo/Elizabeth Colvin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora