Control

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*No olviden escuchar la canción de este capítulo*

"Cuidado con el hombre que habla de poner las cosas en orden

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"Cuidado con el hombre que habla de poner las cosas en orden. Poner las cosas en orden siempre significa poner las cosas bajo su control."
—Denis Diderot


Lanzó otra piedra, observando como rebota sobre la pasiva agua azulada.

Mis manos me duelen y en la palma aún tengo esas heridas que dejaron de sangrar apenas está mañana, rojizas por la arena que ha caído sobre la profundidad de la carnosa piel.

—¡Vitto! ¡Vitto! ¡Mira! —escucho de esa voz chillona, atragantándose con el agua que entra por su nariz—¡Viste! ¡Lo haré otra vez!

—Si lo vi.

La niña de melena desordenada se sumerge en el agua, apoyándose sobre sus rodillas en las rocas de la orilla.

La playa este día está solitaria, el clima lluvioso ha ahuyentado a los pocos interesados y solo el cantar de las gaviotas nos acompañan.

—¡Soy una sirena, Vitto!

No deja de reír, tomando bocanadas de agua que le arrebatan carcajadas. Su vestido se ha humedecido por el agua salada y el sol empieza a dejar una marca rojiza en sus mejillas.

—Ya déjalo Stella, te vas a quemar con este sol.

Corre apresurada hacia mi, lanzándose a mi cuello sin importarle un mínimo que moje mi ropa. Es pequeña y pesa tan poco que estoy seguro puedo cargarla con uno solo de mis brazos.

—Te extrañe, hermanito. —susurra sonriente—Papá dijo que no volverías. Lo sabía, es un mentiroso.

—¿Ha ido a la casa?

Baja la mirada avergonzada, escondiendo esa marca morada que tiene en una de sus mejillas.

—Él te hizo esto ¿Verdad?

Le maldije al verla asentir detrás de su puchero, odiándome a mi mismo por ser tan débil. Esto fue mi culpa, el me lo había advertido. Lo había decepcionado y estás eran las consecuencias.

—¿A ti también te pego? —preguntó, apretando con sus dedos pequeños mis mejillas—. No dejes que te pegue hermanito. Le voy a regañar cuando lo vea. ¡Mira tu ojo! ¿No te duele?

Aprieta mi ceja inflamada con un dedo, arrebatándome un quejido débil doloso cuando la corriente llegó hasta mi frente. Mierda, aún seguía abierta la herida.

—Eso se lo ganó por idiota, Stellita. No te compadezcas.

Sorprendido, observo a Nino sentarse a nuestro lado, devorando despreocupado de esa lata vieja que él usaba para poner al fuego.
Sus botas viejas sueltan polvo y el negruzco de la suciedad en su rostro se compara al mío.

Quimera [Vittorio Puzo/Elizabeth Colvin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora