Atados

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*No olviden escuchar la canción de este capítulo"

*No olviden escuchar la canción de este capítulo"

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Entre las flores te fuiste. Entre las flores me quedo
—Miguel Hernández.

Mis manos aprietan las piernas a mi cuerpo, como si eso pudiera desaparecer el terrible dolor que ha transformado está noche en una gris y terrible.

Otro relámpago me hace saltar y ahoga los sollozos que seguramente se deben escuchar en el pequeño departamento. Esta vez la botella de vino italiano no logró desaparecer el sufrimiento de saberme odiada y despreciada.

El mundo sabía de la cruel existencia a la que condenó a esta insulsa humana y acompañaba  a su llanto con la lluvia terrible como una mofa.

El dolor encarcela mi pecho, mis ojos están secos y adoloridos sin embargo no es suficiente.

¿Es que siempre estaré sola?

¿No merezco ni un poco de compasión humana?

Todos repiten que debo sentirla por aquellos que me han hecho daño pero quién la siente por mi.

—¿Le temes a los rayos? —escuchó esa voz a mi espalda que eriza mis vellos.—La tormenta azota está noche y ciertamente, no importa cuánto veas la luna, no desaparecerá así pases noches enteras viendo a la ventana.

Vittorio se libera del saco al tiempo que arroja su sombrero a la mesa y se jala la corbata tinta que colorean la oscuridad.

Me quedo inmóvil, buscando fuerzas para lograr emitir sonido. Cuando al fin lo logró, un débil eco sale de mis labios.

—La tormenta nunca se irá ¿Verdad?

Niega, pegando su espalda a la pared y analizándome desde un costado.

No dice nada, a pesar de ser la primera vez que lo veo en mucho tiempo, de la noche de terror que sucede en las calles y de la revelación a la prensa de su negoció, ahora se queda ante mi sereno y calmado. Sin siquiera sacar el cigarrillo que lo acompaña en mano.

—Charlotte a…

—Lo sé.

—Y no pasará nada ¿Verdad? —pregunto esperanzada.

Levanta los brazos indiferente.

—Ahora mismo están deteniendo las construcciones de mi compañía. —dice tranquilo—Mañana seguramente irán a buscarme en casa. En fin, empezó la cacería.

—¿Y por qué estás tan tranquilo entonces?

—¿De qué serviría que me alarmara?

—Aún debe de haber algo que podamos hacer.

—Seguramente. —afirma— Pero ¿Para qué?

Está cansado. Debe tener noches en vela por esas ojeras oscuras y el vello empieza a ensombrecer su barbilla perfilada.

Quimera [Vittorio Puzo/Elizabeth Colvin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora